«Esta será seguramente la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado ... el juramento que hicieron (…) Ante estos hechos, solo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo». Sucedió el martes 11 de septiembre de 1973. Fue el día que Salvador Allende, que había sido elegido presidente constitucional de Chile el 4 de septiembre de 1970, dirigió sus últimas palabras al pueblo chileno.
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Entonces en Estados Unidos gobernaba Richard Nixon, Franco todavía vivía, el hombre hacía cuatro años que había llegado a la Luna, el euro todavía tardaría 26 años en convertirse en moneda común en Europa, y ni idea de que llegaría un día en que el mundo estaría colgado de un teléfono móvil y existieran las redes sociales. Cincuenta años después del golpe de Estado, Chile no ha logrado sanar esa honda herida. Esta semana en todo el país se han celebrado actos recordando los sangrientos sucesos de aquel momento, pero el país está dividido entre los que prefieren olvidar y los que pregonan «ni olvido ni perdono». El actual presidente Gabriel Boric ha hecho un llamado a la ciudadanía para que la conmemoración de los 50 años «sea un momento de reflexión, pacífico. Nosotros condenamos la violencia y en democracia la violencia no cabe como herramienta política».
Boric, primer mandatario de izquierda que tiene Chile desde Salvador Allende, no había nacido cuando se produjo el golpe de Augusto Pinochet. Ha conseguido que cuatro expresidentes, Sebastián Piñera, Michelle Bachelet, Ricardo Lagos y Eduardo Frei, firmaran un documento llamado «Compromiso: por la democracia, siempre». Pero no ha logrado que el líder de la derecha, José Antonio Kast, que tenía 7 años cuando sucedió el derrocamiento de Allende, se adhiera al documento y asista a los eventos programados para el lunes 11, a los que sí han confirmado su asistencia los mandatarios de México, Andrés Manuel López Obrador; Gustavo Petro, de Colombia; y Alberto Fernández, de Argentina.
El 11 de septiembre de 1973, Allende pronunció esas últimas palabras a través de los micrófonos de Radio Magallanes. De esa fecha histórica existen imágenes en las que Allende aparece con un casco de minero en su cabeza y en su mano derecha lleva una metralleta que le había regalado Fidel Castro. Su programa de Gobierno estaba pensado para lograr una notable transformación social que mejorara las condiciones de vida de la mujer, del campesino, de los obreros y de los intelectuales. En realidad quería convertir Chile en una república socialista.
Pese a que le ofrecieron un avión para marchar del país con toda su familia, Allende rehuyó la propuesta: «Un presidente digno ni renuncia ni huye. La única manera de que yo incumpla mi mandato es acribillándome a balazos», había respondido a la propuesta que salvaría su vida.
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Allende resistió seis horas en el Palacio de la Moneda, que prácticamente acabó destruido por las fuerzas militares, lideradas por el general Augusto Pinochet. El hombre que dio el golpe de Estado e instaló una dictadura sangrienta durante 17 años en los que, según algunas fuentes, más de 30.000 chilenos fueron torturados, encarcelados y perseguidos, y más de 2.298 fueron asesinados, 1.469 víctimas de desaparición forzadas, de las cuales solo 307 han sido encontradas desde el retorno de la democracia. Algunas fuentes cifran en más de 200.000 las personas que salieron en busca del exilio.
Una de ellas fue Alfredo Zamudio, director de la misión chilena del centro Nansen para la paz y el diálogo, que cuenta con el apoyo del Gobierno de Noruega, país en el que vive desde 1976. Con apenas 12 años vio, el día después del golpe de Estado, cómo la Policía detenía a su padre: «Ese momento es el lugar más profundo de tristeza que sentí durante esos tres años que él fue preso político, cuando me quedé solo y estuve a la deriva, buscando dónde dormir, cómo ayudarlo, esperando su libertad. Ese día terminó mi infancia. Tenía 12 años», escribió el pasado jueves en X, lo que el presidente Gabriel Boric hizo eco.
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Como bandera de los eventos programados para recordar los 50 años del golpe de Estado, Boric ha lanzado el proyecto «Plan Nacional de Búsqueda» de las víctimas que desaparecieron durante la dictadura. Zamudio considera que ese plan «es el reconocimiento del dolor del país». El plan, no obstante, ha sembrado otro punto conflictivo entre la derecha, que ha ido ganando terreno desde su derrota en las urnas en el 2021.
Entonces en Estados Unidos gobernaba Richard Nixon, a quien se acusa, junto a importantes empresarios americanos, de haber asediado a Allende, de haber pedido que se estrangulara la economía chilena, hasta el punto de poder promover un golpe militar. Allende no pudo resistir la presión norteamericana, tampoco su partido (Unidad Popular) que estimó que el proyecto original de su mandato se había desbordado, que los extremistas se habían apoderado de él y que se había colocado en contra a los empresarios y a la derecha, y hasta la clase media y la obrera estaba descontenta. Mil días duró su mandato.
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Y 50 años lleva Chile sin un consenso unánime en el que descubra exactamente su identidad política. El politólogo Cristóbal Bellolio, en conversación con EL CORREO, analiza la actual situación que vive el país en las vísperas de la conmemoración del golpe de Estado de 1973: «El ambiente político está crispado a nivel de las elites, de la gente más politizada. Desde la izquierda, desde el Gobierno principalmente ha habido una voluntad explícita por dar relevancia a esta fecha. Sobre todo porque el presidente Boric y su generación, de izquierda, no vivieron la experiencia autoritaria, no cargan con esa herida directa, sino indirecta por así decirlo».
Sostiene Bellolio que para Boric es una ocasión propicia para generar una especie de lazo, de puente con la izquierda de la memoria. La izquierda que fue víctima de la violación de los derechos humanos, de la represión de la dictadura de Pinochet. «El presidente no ha dejado pasar la oportunidad de establecer ese vínculo. Y como siempre pasa en la vida, cuando te preocupas de un flanco, te despreocupas del otro. Al tender ese puente ha generado una tensión con esta derecha, que tampoco está muy vinculada a la dictadura porque también es un poco más joven, pero está envalentonada porque los últimos resultados electorales le han favorecido de forma contundente», afirma.
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«La derecha ha utilizado esta ofensiva del Ejecutivo para promover algo así como un revisionismo, una mirada alternativa a la oficial. Alguien podría decir que hace diez años había más consenso respecto a condenar la violación de los derechos humanos y que la democracia no se puede romper por mecanismos no institucionales, por la vía violenta. Hoy, la derecha está más valiente, se siente con más personalidad para incluso poner cierto marco de escepticismo con respecto a esos compromisos», asegura Bellolio. «No digo que sea una derecha que reivindica abiertamente el golpe, no es el caso, pero ha aprovechado para introducir matices, sutilezas que han impedido generar una visión conjunta de lo que ocurrió», explica.
Hay también quien manifiesta que el grueso de la población chilena no está pendiente de la conmemoración de los 50 años porque las nuevas generaciones tienen otras prioridades. «Muchos están cansados de seguir escarbando en una conversación que genera un ambiente hostil porque no existe una opinión consensuada», afirma Bellolio.
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El sociólogo Jaime Beltrán cree que Chile se encuentra en este momento en un complejo escenario. «Hay un enfrentamiento político, donde los proyectos del gobierno en materia de Pacto Fiscal Tributario y Pensiones se han visto enfrentados a una oposición sin tregua de parte de los partidos de la derecha tradicional y del republicanismo en el Congreso», señala a EL CORREO
Considera Beltrán que con la situación económica precaria, caracterizada por la inflación y el desempleo, el Gobierno de Boric «tendría que salir de la dinámica de los 50 años y recuperar la agenda después del 'caso Convenios' -que golpeó con fuerza la administración del actual presidente- y concentrarse en propuestas económicas que permitan ir en ayuda de las Pymes, los trabajadores y la clase media».
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El próximo diciembre, Chile volverá a votar un plebiscito para aprobar o no una nueva Carta Magna, esta vez elaborada por una mayoría de grupos de derecha y opositores, que está más cerca del ultraconservadurismo que de las ideas del primer Gobierno de Boric. Pero hoy una parte de su corazón sigue recordando aquel 11 de septiembre de 1973.
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