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El Salvador era el país más peligroso de América y hoy es el segundo más seguro del continente tras Canadá. También es el escenario de dos fotografías antagónicas: la del último certamen de la elección de Miss Universo y la de centenares de presos rapados, ... en calzoncillos, arrodillados y con la cabeza gacha que aparecen amontonados como carne humana antes de ser trasladados a la mega cárcel que ha construido el actual presidente, Nayib Bukele.
El Salvador, ahora, es el país de Bukele, el candidato que, según las encuestas, cuenta con un respaldo popular del 90% para ser reelegido hoy en las elecciones presidenciales. Sus críticos le tachan de dictador, de ajustar la Justicia y la Constitución a sus necesidades, de cargarse todo tipo de libertad y de convertir este pequeño territorio en un estado vigilado, patrullado por las tanquetas del ejército desde que llegó al poder en 2019. Sus defensores, mayoritarios entre la ciudadanía salvadoreña, sólo hablan de seguridad. Ahora pueden salir a la calle sin temor a ser extorsionados o tiroteados por esos grupos de delincuentes allá denominados 'maras'. Las madres mandan a los hijos a jugar sin el temor de si volverán o de si se integrarán en una de esas bandas tatuadas. La seguridad pesa más que la libertad.
Bukele lo plantea así. O conmigo o contra mí. Y el pueblo, según todas las encuestas, está con él. No sólo en su país, el más pequeño de Centroamérica. Hay un efecto contagio en el continente, donde se ha convertido en un modelo de mano dura contra el crimen. Un 48% de los latinoamericanos apoya la democracia como sistema político, 15 puntos menos que hace una década, según la ONG chilena Latinobarómetro. El puño de hierro atrae.
El padre de Bukele, musulmán, nació en Cisjordania, en Belén. El hijo es el nuevo mesías de esta manera autocrática y populista de hacer política. Su ideología es variable, tiene sólo 42 años, empezó como gerente en un concesionario de Yamaha, trabajó de publicista e ingresó en la política como miembro del Frente Farabundo Martí para la Liberación, la formación de izquierdas con la que fue alcalde de la capital del país, San Salvador, entre 2014 y 2018. En ese cargo despegó. El centro de esa ciudad era un lugar salvaje, dominado por el narcotráfico y la violencia. Bukele sacó la escoba, barrió a las mafias y lo convirtió, a golpe de porra, en un escenario apacible para que paseen las familias. De repente, la urbe de la que cada año se iban, huían, miles de ciudadanos camino de una nueva vida en Estados Unidos, era un remanso de paz. Aunque eso tenía un precio: esa seguridad suponía reducir las libertades personales.
A Bukele le gusta vivir frente a un espejo. Se gusta. Siempre bien arreglado, la barba justa, gorra con la visera hacia atrás para dar una imagen más aguerrida... Domina el medio, las redes sociales, desenfunda 'tuits'... Da esa imagen de tipo duro capaz de arreglar el país, de darle la vuelta. Pero en su partido no le dieron paso. Así que se fue a una pequeña formación, la Alianza de Unidad Nacional, y se presentó a las elecciones presidenciales de 2019 frente a los dos partidos, el conservador y el Frente Farabundo Martí, que llevaban tres décadas repartiéndose el poder. Bukele arrasó, con más del 50% de los sufragios, pese a que la mayoría de sus votantes no sabían si situarlo en la derecha o en la izquierda. Era el antisistema, el rebelde, el superhéroe que se atrevía con las dos grandes maras, la 'Salvatrucha 13' y 'Barrio 18', que atormentaban al país.
2,4 homicidios
por cada cien mil habitantes frente a la tasa anterior a Bukele, que era de 103.
Las urnas le dieron mano libre. Mano dura. Apareció como protagonista de un videojuego en el que armado hasta los dientes se cargaba a los pandilleros pantalla tras pantalla. Esa promoción virtual se trasladó tal cual a las calles. El Salvador llevaba décadas consumido por las maras, que habían llegado al país en los años ochenta, cuando sus principales miembros fueron deportados desde Estados Unidos. El crimen se extendió como una plaga. No podías llevar el número 8 en ninguna prenda porque es el símbolo de una banda y eso te hace objetivo de la otra. Lo mismo sucedía con una determinada marca de zapatillas deportivas. Y nada de llamar a la policía, bajo pena de muerte. La ley del 'ver, oír y callar'. La vida valía lo que cuesta una bala.
El Salvador tenía una de las tasas de homicidios más alta fuera de las zonas de guerra. Bukele se reunió con los capos de las mafias. Negoció con ellos. No funcionó. En marzo de 2022, tras una serie de 80 asesinatos, se hartó. Y fue a por ellos. Ahora, en el final de su primer mandato y a las puertas de su reelección, los niños han vuelto a jugar tranquilamente al fútbol en los campos donde antes se reunían las bandas. En un país de 6,5 millones de habitantes, más de 70.000 personas fueron detenidas. Hubo juicios masivos en los que se condenó a 900 presos a la vez. La población carcelaria se ha triplicado. Bukele aprobó el estado de emergencia y la construcción de un centro penitenciario gigantesco inaugurado hace un año. Difundió fotografías de presos hacinados, arrodillados en manada, sumisos ante su poder. Les amenazó con dejarles sin comida si seguían los asesinatos en la calle. Cesaron. El sello de su victoria. En los pueblos, los comerciantes dejaron de sufrir la extorsión de las bandas. Los que se habían ido, empezaron a volver. El año pasado se registraron 2,4 homicidios por cada 100.000 habitantes, la cifra más baja en Latinoamérica. Antes de Bukele, ese índice era de 103. Aterrador.
Entre los miles de arrestados, como se ha comprobado, hay unos 5.000 inocentes, pero la mayoría de la población cree que es el precio a pagar. La seguridad se abona con menos libertad, incluida la de prensa. El mandatario salvadoreño no soporta la oposición. Es el 'modelo Bukele'. Todo vale para lograr su fin, incluso saltarse varios artículos de la Constitución que prohíben a un presidente presentarse a una reelección consecutiva. Bukele sacó su chistera y, con el respaldo de una Sala del Constitucional que ahora controla, hizo un truco: ha dejado el cargo unos meses. Así puede volver a ser elegido. Y lo será porque cuenta con el apoyo del 90% de la población.
Es el líder más popular del mundo tras haber transformado El Salvador en un estado policial con prácticas, incluidas torturas, criticadas por la ONU, la Iglesia Católica y asociaciones de derechos humanos. «La justicia no trata solo de castigar a los culpables, sino de proporcionar seguridad y oportunidades para todos», repite Bukele, que destituyó a los jueces del Supremo y se comunica con su pueblo a través de las redes sociales. Ha dado a la policía las armas legales para allanar casas sin orden judicial con el aval de una simple denuncia anónima y también para imponer estados de sitio. «Cualquier persona puede ser arbitrariamente detenida», critica Abraham Abrego, directivo de Cristosal, una organización que vela por los derechos humanos en la región. El miedo a las maras corre el riesgo de convertirse en miedo a los uniformes.
70.000 nuevos presos
en las cárceles de El Salvador tras la aplicación de las nuevas medidas.
En cierto modo, como describía 'The Washington Post', Bukele ha construido una jaula de oro. Eso sí, a su imagen y semejanza. El Salvador ha caído 30 puestos en el índice de libertad de prensa y se han producido varias muertes durante las detenciones de sospechosos. El presidente acumula poder para eliminar cualquier tipo de oposición. Sus críticos dicen que es un nuevo viejo caudillo latinoamericano. Ya cuenta con la Justicia a su servicio. Apostó por las criptomonedas para sacar a flote la economía nacional y no tiene ningún escrúpulo para aplicar políticas de izquierda o de derecha en función de sus intereses. Con esa personalidad camaleónica ha seducido al pueblo, que siente alivio después de tanto tiempo bajo la violencia. Las pintadas de las maras en las paredes han sido cubiertas de blanco.
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El Salvador, como anticipan las encuestas, vuelve hoy a apostar por su mesías. Los ciudadanos vivían tan aterrorizados por las maras que prefieren vivir vigilados por su Gobierno, de origen democrático pero de funcionamiento autocrático. Así es Bukele, cuya familia paterna procede de Belén, donde nació Cristo. Bukele es 'El Salvador', el que vino para hacer lo que otros políticos no quisieron o no pudieron lograr. Y buena parte del resto de Latinoamérica, donde el crimen también campa a sus anchas, se fija en él, en su mano de hierro, como modelo y solución.
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