Imagen de la estación de autobuses de Kigali, la capital ruandesa. AFP

La Ruanda que espera a los expatriados de Boris Johnson

Polémica asociación | El acuerdo con Gran Bretaña para acoger inmigrantes responde al modelo de desarrollo del autoritario país africano, basado en rentabilizar su diplomacia política y militar

Domingo, 26 de junio 2022, 00:20

Desayunar en la terraza del Hotel des Mille Collines es uno de los pequeños placeres que ofrece Kigali. Pero esa delicia no está al alcance de muchos. Resulta difícil imaginar que los inmigrantes ilegales y solicitantes de asilo que Gran Bretaña planea enviar a la ... capital de Ruanda puedan disfrutar de tal capricho en un establecimiento de cuatro estrellas. La denominada oficialmente Asociación de Desarrollo Económico y Migración de Reino Unido y Ruanda es un acuerdo que, teóricamente, permite a Londres desembarazarse de miles de forasteros que han cruzado de forma ilegal el Canal de la Mancha y enviarlos al corazón del continente negro, donde se procesarán sus demandas, serán acogidos o, tal vez, expulsados. Siempre y cuando la justicia termine dando su visto bueno a la operación, para lo cual Reino Unido va a variar incluso su legislación y va a pelear en los tribunales.

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No se trata de un argumento de serie distópica. La voluntad coincidente del premier Boris Johnson y el presidente Jean Paul Kagame sanciona el tráfico de individuos. El británico reconoce que el Brexit ha facilitado este experimento de ingeniería social, mientras que el ruandés mantiene su discreción habitual. Al régimen africano se le conoce por sus hechos, no por grandes declaraciones.

Encuentro. El presidente de Ruanda es recibido por el príncipe Guillermo de Inglaterra. Reuters

La implicación de Ruanda en este cuestionado proyecto no es casual. El pequeño estado, aquel que vivió todo un genocidio, es hoy un actor de gran proyección internacional y cualificado socio de Occidente. Curiosamente, la clave para ese auge radica en su bien formado y pertrechado ejército. La guerrilla del Frente Patriótico Ruandés (FPR) ganó la guerra y creó unas Fuerzas Armadas profesionales sin parangón en la región. A lo largo de las dos últimas décadas, estos efectivos han nutrido las misiones de Naciones Unidas en África, tanto en Mali, como en Sudán o Sudán del Sur. Actualmente, el país es el quinto suministrador de cascos azules del mundo y el segundo de África tras Etiopía.

El Mille Collines suele ser el primer hospedaje para los visitantes foráneos que acuden a contemplar los gorilas de montaña, el principal atractivo turístico y otro aliciente para minorías privilegiadas. Mientras degustan el café local, uno de los mejores del mundo, pueden imaginar el contraste entre la placidez actual y el miedo que debieron sufrir los más de mil refugiados que, en los tiempos del exterminio tutsi, se agolpaban en aquel recinto. Entonces, llegaron incluso a beber el agua de la piscina para calmar la sed.

Lo militar

El visitante se acordará inevitablemente de 'Hotel Ruanda', la película que retrató la epopeya de Paul Rusesabagina, el director del establecimiento y artífice de la salvación de una multitud perseguida por su origen tutsi. Pero allí no se rodó el largometraje ni el huésped encontrará ninguna placa que recuerde su heroicidad. Al contrario, el protagonista, crítico con el gobierno, fue víctima de una emboscada en 2020 y conducido a Kigali, detenido y juzgado. Ahora, cumple una condena de 25 años de prisión por pertenencia a banda terrorista. No, Boris Johnson no ha mencionado su sorprendente situación al exponer los términos del acuerdo.

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Nuevo hogar. Este hostel de Kigali será el que acogerá a los inmigrantes que deporte finalmente Reino Unido. dpa

La diplomacia militar proporciona credibilidad al régimen y le dota de recursos económicos. Esta estrategia ya no se limita a proporcionar soldados de paz a instituciones supraestatales. Mediante acuerdos bilaterales, en 2020 Ruanda desplegó efectivos en la República Centroafricana para sostener a un gobierno débil y, en julio del año pasado, su intervención fue determinante para desalojar a las milicias islámicas que habían ocupado Cabo Delgado, al norte de Mozambique. Esa victoria ha permitido reanudar el megaproyecto gasístico de la empresa Total en la zona, una iniciativa que cuenta con una inversión inicial de 20.000 millones de dólares.

  • 11% fue la subida del PIB de Ruanda en 2021, tras haber experimentado anteriormente una recesión del 3,4%.

  • 80% de los casi 13 millones de habitantes de Ruanda viven en el campo. Menos de un millón residen en Kigali, la capital.

  • 150 millones obtendrá Ruanda de Reino Unido por recibir a los primeros migrantes expulsados por Boris Johnson

El acuerdo con Gran Bretaña supone un paso más en ese posicionamiento internacional. Los términos del acuerdo establecen un primer pago cercano a los 150 millones de euros y posteriores desembolsos en función del número de solicitantes enviados. Ruanda atisba un negocio sin precedentes. La política exterior constituye su herramienta financiera en un territorio carente de grandes recursos naturales. El milagro económico, con tasas de crecimiento del PIB superiores al 7% hasta la llegada del Covid, se basa en la ayuda exterior y las inversiones en una economía liberalizada gracias a una Administración ágil y moderna.

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Kigali es el escaparate magnífico de un país ficticio. La capital responde a un ejemplar modelo urbanístico y sus calles permanecen impolutas, ajenas a la venta ambulante, la mendicidad y los 'slums' o asentamientos informales. Las construcciones precarias han desaparecido, víctimas de los bulldozers, y los jóvenes que pululan sin rumbo, tan característicos de otras urbes africanas, han sido conducidos al centro de internamiento de la isla de Iwawa, donde, según el ministerio de Educación, son formados para su reintroducción en la sociedad.

La realidad ruandesa se atisba cuando abandonamos la ciudad y sus espejismos. Más del 80% de la población vive en el campo, en esa sucesión de colinas pardas que dibujan su paisaje, y los labradores poseen pequeñas propiedades que no llegan a una hectárea dividida en varias parcelas. El 'boom' no sólo no ha llegado al campo, sino que ha estado a punto de convertirse en un desastre humanitario.

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La 'Revolución Verde', implementada oficialmente en 2007, pretendía insertar a la agricultura en ese escenario internacional al que el gobierno quiere acceder a toda costa. La fórmula consistía en cambiar los cultivos de subsistencia por otros comerciales en tierras colectivizadas. Pero los resultados fueron catastróficos. La escasez de alimentos provocó el aumento de precios, el hambre e, incluso, la aparición de los vientres hinchados de los niños afectados por 'kwashiorkor'.

El fracaso ha dado lugar a una economía mixta que no ha conseguido mejorar los estándares de vida. El país que aspira a integrar a refugiados de todo el mundo mantiene a más del 55% de sus ciudadanos bajo el umbral de la pobreza y es cuando menos cuestionable que pueda proporcionar servicios básicos como salud y educación a una cantidad creciente de inmigrantes de la más diversa procedencia.

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Derechos humanos

El respeto a los derechos humanos es otro inconveniente para calificar a Ruanda como una tierra de acogida. La democracia ruandesa responde fielmente a los patrones de los regímenes autoritarios. Las elecciones presidenciales de 2017 fueron ganadas por Kagame con el 98,8% de los sufragios. En Ruanda existe toda una siniestra tradición de muertes sospechosas. Hace dos años, el famoso cantante local Kizito Mihigo apareció ahorcado en su celda y Seif Bamporiki, líder en el exilio del Congreso Nacional Ruandés, falleció en 2021 en Sudáfrica, donde ya han muerto tres políticos en extrañas circunstancias. La candidata de la oposición Victoire Ingabire permaneció ocho años en prisión y también fue encarcelada brevemente Diana Rwigara, otra dirigente que intentó en vano presentarse a los últimos comicios.

La capacidad militar de Ruanda no sólo se manifiesta en operaciones de paz. La intervención del país en la vecina Congo es otra de las características de su política exterior. La alianza con Uganda y guerrillas locales propició la caída del dictador Mobutu Sese Seko y, desde entonces, se acusa al régimen de apoyar a milicias protutsis y de combatir a las prohutus, sostenidas por los descendientes de los refugiados hutus.

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La rentabilidad también aflora como cada vez que Kigali se empeña en una campaña bélica. Este esfuerzo ha permitido, según sus críticos, la participación en el saqueo de los recursos naturales de la región de los Grandes Lagos. La tensión se ha acrecentado en los últimos días, por el auge, una vez más, del Movimiento M-23, guerrilla afín a las tesis del pequeño David. Pero nada de esto se menciona en Downing Street. El último pulso del acuerdo contra sus críticos se dirime en los tribunales, no en las cancillerías. Los aviones esperan.

La venganza nunca reconocida

España no es el país europeo favorito del régimen de Kigali. En 2008, el juez Fernando Andreu intentó procesar a cuarenta altos mandos de las Fuerzas Armadas por crímenes de lesa humanidad, torturas y terrorismo. Nueve años después, la Audiencia Nacional reabrió el caso contra el general Faustin Kayumba, uno de los implicados en aquellos delitos. Hay razones particulares para pedir justicia. En 1996 fueron asesinados seis religiosos y, en 1997, tirotearon al logista y fotógrafo Luis Valtueña, la enfermera Flors Sirera y el médico Manuel Madrazo, miembros de la ONG Médicos del Mundo.

El país, que tiene a gala el procesamiento de más de 800.000 individuos implicados en el genocidio y que ha llevado un singular proceso de reconciliación, nunca ha asumido el peso de la venganza durante su ofensiva final. Todas las víctimas españolas fueron testigos de la represión de las fuerzas comandadas por Kagame en su marcha hacia la frontera congoleña.

La violencia contra los hutus fue, a menudo, indiscriminada. Emmanuel Karenzi Karake, jefe de los servicios de inteligencia de la milicia tutsi en aquella época, fue acusado de haber ordenado la muerte de los extranjeros para que no dieran cuenta de las masacres que tenían lugar y de la existencia de fosas donde se habían enterrado los cadáveres de los represaliados.

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