Un hombre elabora jabón de piedras en Costa de Marfil. Efe

Nadie quiere ir a la primera residencia de ancianos de Costa de Marfil

En la cultura africana, las personas mayores son veneradas por su experiencia y la familia se ocupa de ellas sin «abandonarlas en un asilo»

Viernes, 15 de diciembre 2023, 00:26

Las células humanas están programadas para morir. Es el destino final de todos. Pero en el primer mundo esa meta se alcanza más tarde: la esperanza de vida media supera los 80 años, casi 30 por encima de las regiones más pobres de África. Es ... más fácil llegar a viejo en Europa, Japón o Estados Unidos. Paradójicamente, en la parte rica del planeta los ancianos son vistos a menudo como una carga. Marc Zuckerberg, fundador de Facebook, declaró una vez: «Los jóvenes son más inteligentes». En Japón hay hijos que se quejan del 'kaigo-jigoku', del 'infierno de la prestación de cuidados a sus mayores'. Dicen que allí los jóvenes aspiran a tener coche propio y a no vivir con la abuela. El contraste está en la otra parte del mundo, en este proverbio africano: «Cuando muere un anciano se quema una biblioteca».

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Así se entiende lo que le pasa a la primera residencia de la tercera edad inaugurada en Costa de Marfil, un país de la zona occidental de África. Abrió sus puertas en septiembre en un barrio a las afueras de la capital, Abidjan. Es una casa espaciosa, con siete estancias adaptadas para residentes con dificultades y atendidos por especialistas en geriatría. Suena bien, pero no tiene aún ningún cliente. ¿Por qué? Además del precio, sólo al alcance de una minoría, hay un factor cultural. La familia se ocupa aquí de sus mayores.

En el diario 'Le Monde', Atta Kouamé, una abuela de 79 años, explicó así su visión sobre estos centros: «Mis hijos deben cuidar de mí porque nacieron de mí». Para ella, ir a una residencia es como dejarla «tirada», «abandonada». Vive junto a otra anciana, Elisabeth Qwansha, que tiene la misma opinión: «En un asilo moriría enseguida sin ver a mi familia». Una hija de Atta Kouamé atiende ahora a las dos. En Costa de Marfil, los familiares son los cuidadores. Esa labor suele recaer sobre la hija que no ha terminado sus estudios y que no está aún casada.

El diario francés rescata otro testimonio, el de Albert Kipré, de 84 años. Nació en Costa de Marfil y emigró joven a Francia, donde hizo su vida hasta la jubilación. Como a tantos de sus vecinos galos, le esperaba una plaza en alguna residencia. Se negó a ese final y, pese a que sus hijos siguen en Europa, regresó a África. «Sería terrible morir abandonado allí. En Francia tuve una familia sin tenerla, porque la vida allí no me permitía vivir con ellos. Aquí estamos como una familia. Nuestra forma de vida es humana, es nuestra riqueza», compara.

Esperanza de vida, entre 54 y 57 años

La longevidad es rara en esta esquina del mundo. Los hombres tienen un vida media de 54 años, tres menos que las mujeres. Los hospitales no disponen de los medios habituales en Europa o Estados Unidos y la tasa de pobreza es alta, del 46%, según datos del Banco Mundial. En un entorno así, pocos alcanzan la vejez: la tercera edad representa apenas el 4% de los 27 millones de la población total de Costa de Marfil.

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Por eso, llegar a viejo es un motivo de celebración. Los ancianos reciben el respeto de la sociedad. Cuando en la aldea de Adjakoutié enterraron a Anne M'Boua, fallecida a los 100 años, hubo fiesta con fanfarria y más de 500 vecinos y familiares cantando y aplaudiendo. Tenía diez hijos, 39 nietos, 12 bisnietos y 5 tataranietos. «En lugar de llorar a los muertos a esa edad, nuestra tradición es celebrar que la hayan alcanzado», contó a la agencia AFP una de sus bisnietas.

África, que tiene poco, sí conserva la fraternidad con sus mayores. «La importancia que le damos a la familia nos impide separarnos de los ancianos», apunta Francis Lezou, senador. Su madre tiene, más o menos, noventa años. Supone que nació sobre 1920 por las cosas que cuenta. «Es una bendición tenerla con nosotros. Siempre se puede aprender algo de su experiencia», señala Lezou. La abuela de los Lezou forma parte de esa biblioteca oral donde se conserva el pasado de África.

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