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gerardo elorriaga
Domingo, 29 de mayo 2022, 00:37
La biografía de Hassan Sheikh Mohamud guarda muchas similitudes con la historia del Lido, la playa de la capital somalí, aunque pueda resultar extraño comparar la trayectoria de un político con las vicisitudes de un arenal. Para empezar, ambos siempre han estado ahí, a pesar ... de la guerra y las turbulencias políticas que ha sufrido el país en los últimos treinta años. El recién nombrado presidente es una rara avis dentro de la clase dirigente puesto que ha permanecido en su torturado país incluso durante las etapas más duras de la guerra civil.
Las semejanzas entre el hombre y su playa prosiguen. Los dos se han beneficiado de la estabilidad del gobierno federal. Desgraciadamente, también han compartido la mira telescópica de Al Shabaab. La milicia ha intentado reiteradamente acabar con la vida de uno y otra. Los guerrilleros asaltaron un hotel donde se encontraba reunido el político y, en otra ocasión, colocaron una bomba al paso del convoy que lo trasladaba. La atmósfera de ocio y relax del Lido, asimismo, atrae a la élite empresarial y política, y se han producido numerosos asaltos a los restaurantes costeros que se han saldado con matanzas indiscriminadas.
La búsqueda de la paz fue el objetivo expresado por el dirigente en la ceremonia en la que asumió su segundo mandato. Pero este deseo en un país como Somalia se antoja una ilusión tan vana como el pleno empleo en España o la cobertura sanitaria universal en Estados Unidos. Los buenos propósitos de su discurso se interrumpían por el eco de los despegues y aterrizajes próximos. Las votaciones y el relevo en el ejecutivo, se produjeron durante el pasado fin de semana en un hangar del aeropuerto, el lugar aparentemente mejor resguardado en una de las ciudades más peligrosas del mundo.
El Parlamento eligió entre 36 candidaturas, pero la democracia no acaba de prender en un territorio donde la inseguridad impide la celebración de comicios y la generalizada corrupción lastra la estrategia de reconstrucción nacional. La Cámara proyecta la compleja realidad social del país del Cuerno de África. El presidente forma parte del clan Hawiye, mayoritario en la capital, mientras que Mohamed Abdullahi Farmajo, su predecesor, procede del Darod, la otra gran comunidad. La estabilidad del país estuvo en serio peligro cuando el anterior jefe del Ejecutivo retrasó su relevo aduciendo problemas logísticos. El gobierno acosó a la oposición, que protestaba la decisión, e, incluso, se alertó de la posibilidad de un conflicto armado dentro de las filas apoyadas por Occidente, un riesgo imposible de asumir.
La peripecia de Sheikh Mohamud, de 66 años, es un fiel trasunto de la historia convulsa de Somalia. Su infancia transcurrió en el último periodo de la administración italiana, cuando los colonos europeos acudían al Lido para combatir el sofocante calor que atenazaba a la entonces plácida Mogadiscio. Cursó estudios superiores en esa ciudad, India y Estados Unidos, y se especializó en la enseñanza de carácter técnico. La formación de docentes fue su cometido al entrar en la Universidad Nacional.
La vida de los somalíes iba a cambiar súbita y radicalmente. El alzamiento contra el presidente Mohamed Siad Barre en 1991 no fue un 'putsch' más. Su destitución se llevó consigo todo el armazón institucional. El país se fragmentó en luchas protagonizadas por señores de la guerra ligados a clanes y subclanes. A pesar del caos, el docente prosiguió su labor gracias al trabajo para agencias internacionales como Unicef.
La implicación política llegó formalmente con la formación del Partido de la Paz y el Desarrollo, pero su entrada en la escena pública se asocia con la formación de las Cortes Islámicas, un fenómeno impulsado por la burguesía urbana para contrarrestar la anarquía impuesta por los caudillos militares. Aunque resultaron instrumentalizados por los más radicales, constituyeron el vivero que ha proporcionado buena parte de la actual elite gubernamental.
La expulsión de Al Shabaab de la capital en 2011 catapultó su carrera. La ideología del dirigente y su formación parecen ligadas a la de los Hermanos Musulmanes. En 2012 fue elegido presidente de Somalia, cargo que mantuvo hasta 2017. La política somalí está vinculada a la urgencia de una situación volátil, tanto por la amenaza constante de las milicias como a las fuerzas centrífugas de los reinos de taifas en los que se han convertido las regiones. Antes y ahora, el esfuerzo de Sheikh Mohamud ha ido encaminado a establecer diálogos con Somaliland, Puntland y Jubaland, entre otras entidades autónomas, y evitar la pérdida de entidad del gobierno federal.
La promesa de estabilidad, difundida en el aeropuerto, choca con una realidad feroz, vinculada a fenómenos como el cambio climático o el aumento de precios impulsado por la guerra de Ucrania. Junto a sus problemas estructurales y ancestrales, Somalia se enfrenta hoy al riesgo de una hambruna en ciernes de grandes proporciones, el meteórico endeudamiento y conflictos enquistados con la vecina Kenia.
Su reelección parece motivada por la necesidad de contar con experiencia suficiente para acometer una estrategia contra peligros descomunales. La capacidad de resiliencia o, tal vez, la suerte del presidente se pone a prueba una vez más. El desafío no sólo implica dar difícil respuesta a retos gigantes sino sobrevivir, física y políticamente, una vez más.
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