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Gerardo elorriaga
Domingo, 26 de diciembre 2021, 08:51
El arzobispo emérito de El Cabo Desmond Tutu falleció este domingo en el hospital de Johannesburgo en el que permanecía ingresado desde hace un mes y donde estaba siendo tratado contra una infección. El óbito fue anunciado por el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, que elogió ... las cualidades de quien ha sido descrito como la conciencia del país. «Era un líder espiritual icónico, activista contra el apartheid y activista mundial de los derechos humanos», aseguró durante su alocución, retransmitida por los medios locales de comunicación. «Era un ser humano extraordinario Un pensador. Un líder. Un pastor», añadió. El clérigo pertenece a una generación de individuos sobresalientes que impulsaron la instauración de un régimen democrático en la potencia austral.
La pérdida del sacerdote anglicano no es solo un revés para la escena social del país africano. El hombre que condenó el segregacionismo se había convertido en las últimas décadas en una referencia mundial en la lucha a favor de los derechos humanos. Su espíritu progresista se manifestaba en demandas públicas en pro de los derechos de los gays. el Estado palestino o el combate contra la corrupción política. Ese interés por la política internacional se plasmó también en sus llamamientos en 2014 a la colaboración entre el Gobierno español y ETA para crear «un clima de confianza que propicie el diálogo» y la solicitud de la excarcelación del político de la izquierda abertzale Arnaldo Otegi.
La muerte de Tutu tiene lugar seis semanas después de la desaparición del expresidente Frederik de Klerk, el hombre que pactó con Nelson Mandela el proceso democrático. A ese respecto, Ramaphosa señaló que el deceso supone «otro capítulo de duelo en la despedida de nuestra nación a una generación de sudafricanos destacados». Pero nadie puede decir que fuera fácil la convivencia entre la elite dirigente, independientemente de su color de piel, y aquella figura menuda de tan solo 1,68 de altura, sonriente, afable y sempiternamente vestida con una sotana de color púrpura. Su independencia y ánimo crítico han constituido una denuncia continua del abuso.
El rigor ético ha sido la seña de identidad predominante de aquel frustrado estudiante de Medicina. Desmond Mpilo Tutu, nacido en 1931, era hijo del director de una escuela misionera y, ante la imposibilidad económica de convertirse en doctor, optó por cursar estudios de Magisterio y, posteriormente, de Teología en su país y Gran Bretaña. La dirección del Seminario Teológico de la Universidad de Fort Hare, donde también estudiaron Mandela, Oliver Tambo y otros adalides del movimiento 'antiapartheid', incentivó su conversión en un portavoz de los marginados y de la oposición a un régimen despótico.
Su ordenación como obispo de la Iglesia Anglicana en 1975 y la elección como dirigente del Consejo Sudafricano de Iglesias le proporcionaron una formidable catapulta contra el poder. Era el primer individuo negro que accedía a un cargo que aunaba a representantes de todas las etnias y se valió de esa condición para denostar a un régimen que tachaba de nazi y para el que llegó a solicitar el boicot económico y la desobediencia cívica. En 1984 obtuvo el Premio Nobel y su prestigio superó las fronteras nacionales, un fenómeno similar al del prisionero Madiba.
António Guterres - Naciones Unidas. «Fue un faro de justicia social, libertad y resistencia no violenta»
Barack Obama - Expresidente de EE UU. «Era un mentor, un amigo y un faro moral, para mí y para tantos»
Isabel II - Reina de Gran Bretaña. «Estoy profundamente entristecida por su muerte»
Jorge Mario Bergoglio - Papa Francisco. «Destacó en la promoción la igualdad racial y la reconciliación»
Tenzin Gyatso - Dalai Lama XIV. «Un gran hombre dedicado integramente a sus hermanos y hermanas»
Quienes creían que su voz se apagaría o se volvería complaciente con una república presuntamente democrática, estaban muy equivocados. Tutu, que había acuñado el término 'nación del Arco Iris' para definir a su tierra, se mostró pronto decepcionado con el Congreso Nacional Africano (ANC), el partido gobernante, por su incapacidad para enfrentarse a la codicia de sus dirigentes y asumir el reto de la integración social.
Esa confrontación se exasperó en 2010, cuando el Ejecutivo, presionado por China, impidió que el Dalai Lama acudiera a Johannesburgo para participar en una conferencia internacional organizada por el clérigo. El jefe de Policía conminó a Tutu para que se fuera a casa y el aludido respondió que lo haría para pedir a Dios «que el ANC perdiera las próximas elecciones». En 2013 declaró su pesar por el fracaso de la Administración para elevar el nivel de vida de la mayoría negra y llegó a asegurar que el Gobierno de Jacob Zuma suponía una «traición al pueblo» y lo tacha de «peor que los que instauraron el apartheid».
El pequeño gran hombre se retiró de la vida pública en 2010, aunque, en realidad, siguió dando cuenta de su pensamiento. Entre otras declaraciones, se manifestó partidario de la distribución de preservativos para combatir el VIH Sida, azote de Sudáfrica, o del suicidio asistido. La pasada primavera se limitó a saludar a quienes esperaban la salida de su primera parroquia, donde recibió la vacuna contra el Covid 19. No habló porque ya se hallaba muy débil. Tan solo la edad y la enfermedad pudieron con alguien que nunca calló, que evitó la equidistancia en el conflicto porque, según sus propias palabras, «la neutralidad sólo beneficia al agresor».
A Desmond Tutu no le pueden achacar medias tintas. El arzobispo llegó a asegurar que no se sentía interesado en «recoger las migajas de compasión que arroja de la mesa alguien que se considera mi amo» y reivindicó el «menú completo de derechos». Esa ambición explica su íntima amistad con Nelson Mandela y que el primer presidente electo de Sudáfrica le encomendara la presidencia de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, entidad que debía investigar los abusos llevados a cabo durante treinta años de segregacionismo y violencia interétnica.
El resultado es un informe que condena las atrocidades cometidas tanto por el Gobierno como por las diversas milicias que lo combatieron. A pesar de las objeciones, este organismo es un modelo de justicia transicional y demuestra el férreo carácter de alguien que mantuvo su ética más allá de solidaridades étnicas.
La estrecha relación entre el presidente y el arzobispo se fraguó, posiblemente en Fort Hare, y se vio reforzada por la talla moral de ambos, una condición que comparten con personalidades con menor proyección mediática como Albert Lutuli, presidente del ANC y también Premio Nobel de la Paz, Steve Biko o Ahmed Kathrada, líder de origen indio que, tras permanecer veintiséis años en la cárcel, mantuvo un perfil político discreto.
La exquisita postura de Mandela, que no se aferró al poder, no tuvo continuidad en sus sucesores. El ANC llegó al Ejecutivo y sentó las bases de la cleptocracia, el nepotismo y el clientelismo. Tutu, también conocido como 'El Arco', fue el látigo de una clase que demostró su ineptitud y voracidad. El presidente Thabo Mbeki negaba que el VIH provocaba el sida, Jacob Zuma hacía el ridículo en todas sus posibles vertientes y Cyril Ramaphosa, actual presidente, dejaba de ser líder sindical y se reciclaba en multimillonario.
El arzobispo cargaba contra una oportunidad perdida y la pérdida de confianza en las posibilidades de un cambio político que asombró al mundo. Pero nunca perdía su sentido del humor. «El resentimiento y la cólera son malos para la presión arterial y la digestión», bromeaba.
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