Consciente de que era el final, Nelson Mandela escribió un mensaje de despedida: «Cuando un hombre ha hecho lo que considera su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, ... dormiré tranquilo». Tras casi treinta años en la cárcel por su lucha contra el apartheid, contra la segregación racial, Mandela fue elegido presidente de Sudáfrica en las primeras elecciones democráticas, en 1994. Desde entonces, su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA) ha mandado con un respaldo mayoritario de la población y ha encabezado campañas por la paz mundial, incluida la denuncia ahora de la masacre de Israel en Gaza. Pero las enormes desigualdades sociales, el desencanto y el colapso provocado por el sistema eléctrico estatal que causa constantes cortes de luz amenazan con poner fin al gobierno absoluto del CNA en los comicios que se celebran hoy. El fulgor de Mandela corre el riesgo de empezar a apagarse en el llamado 'país del arcoíris'.
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Sudáfrica, un Estado industrializado que es la segunda potencia económica de África tras Nigeria, tiene 60 millones de habitantes: 42 con derecho a voto, aunque poco más del 60% se había inscrito hasta hace unos días para ejercer su derecho. El CNA del actual presidente de la república, Cyril Ramaphosa, está ante una encrucijada inédita. Las encuestas le dan por primera vez menos de la mitad de los escrutinios. Ronda el 40%. Si esa previsión se cumple, tendrá que gobernar con otro partido. Bien con los conservadores de la Alianza Democrática (AD) de John Steenhuisen (27%) o bien con los Luchadores por la Libertad Económica (EFF) del radical Julius Malema (10%), que defiende la expropiación obligatoria de las tierras, en su mayoría en poder de la minoría blanca. No será lo mismo tener a uno u otro como compañero de Ejecutivo.
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Gerardo Elorriaga
El país del Cabo de Buena Esperanza alumbró la revolución de Mandela. Durante sus 27 años de encierro preparó la reconciliación. Colaboró de forma decisiva en el fin del apartheid, el régimen discriminatorio que duró desde 1948 a 1992. Dos años después, Mandela, 'Madiba', se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica. Siempre luchó para romper las barreras raciales. En el presidio aprendió a hablar 'afrikaner', la lengua de sus carceleros blancos para ganarse su respeto. Presidió la primera democracia multirracial y consiguió el derecho al voto para la mayoría negra. Su partido, el CNA, se convirtió en la bandera de esa esperanza. Ahora da síntomas de agotamiento, según anuncian las encuestas.
Sudáfrica es un crisol de grupos étnicos con once idiomas oficiales. Casi el 80% de la población es negra, por sólo un 9% de blancos. Pero esa minoría sigue dominando la élite del país. La distancia entre unos y otros queda en evidencia, sobre todo, en el lugar de residencia. En Ciudad del Cabo, por ejemplo, los ricos blancos copan los barrios de mayor nivel. Las playas y las montañas componen para ellos una postal. Al otro lado del muro, los suburbios siguen siendo negros. Barriadas de chabolas hechas de plástico. Con población itinerante que se afinca junto a las fábricas que les da empleo. Guetos a veces sin alcantarillado, ni agua, ni electricidad. Y, para colmo, azotados por el efecto del cambio climático, que genera inundaciones, huracanes e incendios.
La tasa de desempleo fluctúa entre el 30 y el 40%, la más alta del mundo. Y afecta, sobre todo, a la población negra. En cambio, tres cuartas partes de la tierra son de propiedad blanca. Lo que fue un faro de esperanza se ha vuelto territorio del desencanto por culpa de una desigualdad social que parece invencible.
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A eso se suman el alto índice de criminalidad, el narcotráfico, la violencia, la lentitud de la reforma agraria, la corrupción, la sequía... Y la falta de luz, paradójica en el 'país del arcoíris'. En 2023, la compañía nacional de electricidad, Eskom, que produce el 95% del suministro total, sufrió cortes más de 280 días. Algunos apagones alcanzaron las seis y hasta las doce horas. La infraestructura, obsoleta y con falta de mantenimiento, no soporta el aumento de la demanda. Faltan presupuesto y personal especializado. Hay, además, robos y sabotajes frecuentes, algunos vinculados con grupos mafiosos. Hace veinte años, el 'Financial Times' eligió a Eskom como la mejor empresa energética del mundo. Hoy es una ruina, como otras compañías estatales afectadas por el virus de la corrupción y dominadas por la élite política.
Mandela, que falleció en 2013, apretó el interruptor que encendió un nuevo país. Pero Sudáfrica, considerada por el Banco Mundial como una economía media-alta, no se despega de su histórica desigualdad. El mayor productor de platino, el segundo de oro y fuente inagotable de diamantes vive con frustración la incapacidad para repartir equitativamente su riqueza. El partido de Mandela, que nació para eso y que difunde su mensaje por el mundo, no ha sido capaz hasta ahora de completar la misión del premio Nobel de la Paz. Y en estas elecciones puede pagarlo y perder el poder absoluto.
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