El expresidente sudafricano Jacob Zuma acaba de entrar en una celda, acusado de desacato por ignorar la orden de comparecer ante la comisión oficial que investiga su convulso mandato entre los años 2009 y 2018. Su encarcelamiento es el mayor oprobio al régimen ... democrático de la potencia austral y refleja la degradación de su sistema político tres décadas después del fin del apartheid. Pero el hecho también evidencia la pujanza de su Estado de Derecho y de un aparato judicial que persigue sin tregua a una élite empeñada en el enriquecimiento desaforado y sin escrúpulos.
El dirigente no es sólo un corrupto más. En realidad, la vida del viejo luchador antisegregacionista sintetiza la esencia salvaje de su país. Durante toda su existencia, este veterano dirigente ha corrido como el 'springbok', la gacela saltarina de El Cabo, que constituye el emblema de la república austral. Como ocurre con el nervioso herbívoro, la trayectoria pública de Zuma ha sido una fuga constante de sus depredadores. Él no ha cambiado su identidad, tan sólo varían sus perseguidores, empecinados en capturarlo incluso tras alcanzar la cima más alta del Estado.
Cuando era joven y miembro del Partido Comunista, huía del régimen del apartheid. Fue atrapado por la implacable policía y, durante diez años, penó en la cárcel de Robben Island, junto a Nelson Mandela. Poco después de su salida de prisión marchó al exilio para convertirse en uno de los líderes del Congreso Nacional Africano (ANC). El regreso triunfal de Madiba, el padre de la patria, acaparó los focos, pero con él llegó la plana mayor de su partido, dispuesta a asumir la dirección de la Administración y rentabilizar largos años de clandestinidad.
Zuma participó de ese proceso en condiciones ventajosas ya que como anterior jefe de la inteligencia del movimiento de liberación se había encargado de aplastar toda la contestación y rivalidad internas. La vía estaba expedita. En menos de una década, el hábil ex guerrillero alcanzó la vicepresidencia del país.
El Acuerdo de Armas de 1999 reflejó la enorme voracidad de la nueva clase dirigente. Este ambicioso programa del Ministerio de Defensa destinado a dotarse de equipamiento militar, desde submarinos a helicópteros, generó múltiples operaciones ilegales y, por supuesto, él estaba allí. Jacob Zuma fue acusado de recibir sobornos para facilitar la inclusión del grupo francés Thales en un negocio de más de 5.000 millones de dólares. Las irregularidades dieron lugar a un proceso contra los implicados y el político fue encausado por la comisión de 16 cargos de fraude, corrupción y lavado de dinero. La Justicia se convirtió en el nuevo león empeñado en atrapar a la ágil gacela.
El acusado corría en una frenética huida hacia adelante, incluso para escapar de una denuncia añadida por abusos sexuales cometidos a la hija de un viejo camarada. El dirigente rentabilizaba su bagaje como miliciano y hombre vinculado a su comunidad de etnia zulú. En sus mítines, el poderoso político vestía prendas tribales y bailaba danzas tradicionales para apelar a sus raíces. Él también era uno de ellos, otra víctima de la supremacía blanca, argumento que ha utilizado hasta que se ha encontrado con los barrotes de su celda. Además, la connivencia de otros individuos implicados en el saqueo de las arcas públicas y convertidos en la nuevas oligarquía, los 'black diamonds', favorecía el clima de impunidad. El partido opositor Alianza Democrática clamaba en el desierto del Kalahari.
El perseguido buscaba la jefatura de Estado para desembarazarse de sus acosadores. En 2005 fue retirado de la vicepresidencia por acusaciones de corrupción, fraude y blanqueo, pero en 2007 fue elegido como candidato para los comicios presidenciales, lo que suponía su segura elección. La Fiscalía retiró los cargos para evitar una injerencia en la esfera pública, aunque, tras su posterior cese, confirmó la reapertura de la causa.
Llegaba lo peor
En realidad, lo peor estaba por llegar. El caso de los hermanos Gupta es todo un drama shakesperiano en mitad de la sabana. El misterio de cómo unos vendedores de zapatos llegaron a la velada dirección de la primera potencia del continente sólo lo pueden desvelar Jacob Zuma y su hijo Duduzane, asociado empresarialmente con la familia india. La defensora del Pueblo Thuli Mandosola publicó en 2016 'La captura del Estado', informe en el que explicaba su meteórica ascensión gracias al privilegiado acceso a los contratos públicos. La investigación se puso en marcha. Los Gupta, dueños de un holding minero, de telecomunicaciones y servicios informáticos, aplaudieron la iniciativa porque, a su juicio, probaría su inocencia. Luego, adquirieron billetes para un vuelo a Dubai sin escalas ni previsión de vuelta.
El deterioro público era notorio. El escándalo Zumagate, generado por el uso de fondos públicos para mejorar su residencia privada, o rijosas declaraciones sobre el combate del VIH Sida con duchas posteriores a mantener sexo, acrecentaban la mofa de los medios de comunicación. El presidente de un país miembro del G30 sólo contaba con estudios de primaria y una notoria incapacidad para enfrentarse a los problemas de Estado. En 2013, fue abucheado cuando intervino en los funerales de Estado en honor al fallecido Mandela.
La situación se volvió insostenible cinco años después. La repulsa en el interior del ANC pesaba más que el apoyo de sus incondicionales y Cyril Ramaphosa, hombre fuerte del partido, pidió su renuncia. Los camaradas, aquellos que antes bailaban a su lado, le dejaron caer para impedir que los arrastrara al desastre electoral. La suerte estaba echada. El león iba, por fin, a abalanzarse sobre la gacela, vieja y exhausta.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.