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Gerardo Elorriaga
Domingo, 24 de septiembre 2023, 00:15
Un golpe de Estado en un sistema autoritario refleja una fisura en el monolito. Los regímenes dictatoriales laminan a la oposición, que raramente pueden acceder a medios para conseguir un cambio por la fuerza. En esa tesitura, los enemigos del poder suelen estar muy ocupados ... con sobrevivir, ya sea en la cárcel o el exilio. Gabón era una democracia nominal hasta hace un mes. Ali Bongo, jefe del Ejecutivo, ganó las elecciones del 26 de agosto y tan sólo cuatro días después, un putsch lo despojó del poder. La fractura no se percibía, pero estaba allí y permitió que todo un aparato de poder se derrumbara rápidamente. Y hace unos días, el general Brice Clotaire Oligui Nguema, de 48 años, se convertía en el presidente interino ante el Tribunal Constitucional del país africano.
La conspiración se urdió en el seno de la élite dirigente. No podía ser de otra manera. Nada se movía en un país controlado durante el último siglo por una dinastía familiar. Nguema pertenece a la etnia fang, la más numerosa del país, proviene de la provincia de Haut Ogooué, feudo de los Bongo, e, incluso, se le atribuyen vínculos familiares con el depuesto dirigente. Fue ayudante de campo de Omar Bongo, el padre y fundador de esta dinastía republicana, hasta su muerte en 2009. También responde a una pauta habitual. El clientelismo también es una condición natural de las dictaduras.
El Ejército ha sido el ámbito en el que ha progresado el recién nombrado presidente. El oficial se formó en la academia marroquí de Meknes y su ascensión no ha estado exenta de contratiempos. Tras el acceso al poder de Alí, Nguema fue enviado a Marruecos y Senegal como agregado militar, posiblemente como resultado de una súbita caída en desgracia. Posiblemente, su espíritu francófilo resultó inapropiado para el dirigente, mucho más reticente a la influencia de la antigua metrópoli. Su deseo de sacudirse la influencia gala lo condujo, por ejemplo, a solicitar, con éxito, el ingreso en la Commonwealth.
El definitivo encumbramiento llegó en 2019 cuando se le asignó la Dirección de los Servicios Especiales (DGSS) y, un año después, el mando de la Guardia Republicana, el cuerpo militar más importante de Gabón. La trayectoria no resulta singular. A menudo, los instigadores de asonadas se han curtido en la inteligencia. Además, reforzó el cuerpo con un equipo dedicado a las intervenciones especiales con 300 miembros y armamento de última generación. Su popularidad en las filas armadas se incrementó con la adopción de medidas para mejorar la calidad de vida tanto de los soldados como la de sus familias. Lo que se antoja extraño es que tal acumulación de poder no generara cierta precaución. Su relieve queda de manifiesto con acciones como la Operación Mamba, realizada bajo su dirección. Esta iniciativa pretendía hacer frente a la corrupción en la Administración y tuvo como objetivos diversos altos funcionarios que se habían hecho con fondos procedentes de la explotación del petróleo, recurso esencial para la economía nacional.
Pero nadie es perfecto en Gabón. La investigación ha sido tachada de simple campaña de imagen. La red de periodistas Organized Crime and Corruption Reporting le implica en la compra de bienes inmuebles en Estados Unidos junto a otros jerarcas gaboneses. «Son asuntos privados», ha sido su respuesta cuando se le ha inquirido por estas operaciones. En cualquier caso, se antoja pecata minuta ante las inversiones de Bongo, cuyo patrimonio en Francia, formado por mansiones y apartamentos, está valorado en 85 millones de euros.
La destitución del presidente ha sido recibida con entusiasmo entre la población. La respuesta internacional parece mucho más ambigua y destaca la carencia de las condenas que concitó el precedente nigerino. Las cancillerías occidentales y la Unión Africana han solicitado el respeto a los comicios celebrados con la boca pequeña. Todos son conscientes de que fueron manipulados. Además, tampoco se atisba la presencia de Wagner y los rusos, y a Nguema se le supone cercano al Elíseo. París puede respirar tranquilo.
La reforma de la Constitución y el Código Penal son algunas de las iniciativas anunciadas por el presidente, que se ha congratulado del carácter incruento del golpe. También ha apuntado el veto de las funciones administrativas para los extranjeros, una práctica que se había extendido en un territorio con la superficie de la mitad de España y la población de Euskadi.
La pretensión de Ali Bongo de alcanzar un tercer mandato, prohibido por la ley, y las irregularidades de los comicios han sido esgrimidas por el nuevo presidente en funciones para justificar la irrupción de los militares en la política nacional. La elección como primer ministro de Raymond Ndong Sima, uno de los nombres relevantes de la oposición, implica, además, un gesto para congraciarse con la sociedad civil.
El colaborador de Nguema pretende celebrar elecciones en menos de 24 meses. Pero la última palabra la tiene el militar, como casi siempre en África. Si sucumbe a la poderosa tentación de aprovecharse de su actual posición, quizás Gabón tan sólo haya cambiado una dinastía por un nuevo rey o, tal vez, un César, y ya se sabe el destino funesto de los héroes militares.
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