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Iraquís sentados en el Shahbandar café en Bagdad.
Bagdad, un muro chií frente al yihadismo

Bagdad, un muro chií frente al yihadismo

La psicosis se apodera de la capital iraquí, que se prepara para frenar el avance de la revuelta del EIIL contra el Gobierno

MIKEL AYESTARAN

Domingo, 29 de junio 2014, 00:33

Ahmed Jobhe tiene miedo. Desde la caída de Mosul, el Ejército ha registrado dos veces las casas de todo el vecindario en busca de armas y sospechosos de colaborar con el Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL). Vive en Ghaziliye, barrio de la periferia de Bagdad en plena carretera hacia la provincia de Al-Anbar que está dividido por un muro que separa a suníes y chiíes. «Desde el 2010 no hay problemas, cada secta vive en su lado y hay mucha presencia de las fuerzas de seguridad. Ellos les ven como una garantía, nosotros como una amenaza porque funcionan como auténticas milicias», denuncia sin tapujos Jobhe, taxista suní que no piensa moverse de un barrio donde ha vivido toda su vida. Un paseo por Ghaziliye muestra las cicatrices aún abiertas de la guerra sectaria y a pocos metros de su casa hay una mezquita chií destruida. «Aquí somos nosotros los que tenemos miedo, no ellos. Es imposible un levantamiento en Bagdad como el de Mosul y Tikrit, no podemos ni movernos», confiesa Jobhe, para quien lo que vive Irak estos días «es una revolución».

Desde el estallido de la revuelta contra el Gobierno en las provincias del norte, el EIIL amenaza con llegar a las calles de Bagdad, ciudad de unos 7,5 millones de habitantes. La capital era hasta el 2003 un ejemplo de convivencia entre religiones, pero la invasión de Estados Unidos dio paso a una guerra sectaria en la que las facciones más radicales de cada lado se dedicaron a sembrar el terror entre los civiles. La guerra reordenó el mapa urbano con fuertes desplazamientos internos, el final de las zonas mixtas y la huida de muchos suníes, secta minoritaria en Irak que perdió el poder tras la llegada de los estadounidenses. Los suníes se concentraron al oeste del río Tigris (zona denominada Karkh) y los chiíes se extendieron por el resto de la ciudad consolidando su mayoría «en 80 de los 89 barrios», según fuentes municipales.

Todos los barrios periféricos están rodeados por muros y es obligatorio pasar por un puesto de control para acceder a ellos. En pocos minutos, dejando atrás los también suníes Ameriya y Jadra, se llega en coche de Ghaziliye a Jamaa, zona considerada hasta ahora mixta, pero en la que la llegada masiva de población chií ha roto el equilibrio. La señal de que uno se encuentra en zona chií es la presencia de imágenes del Imam Ali o de los distintos ayatolás, que ocupan ahora los pedestales en los que durante el antiguo régimen solo figuraba Sadam.

A la caza del terrorista

«Volví en el 2010 y poco a poco fue regresando más gente tras la salida de Al-Qaeda. Ahora somos mayoría y el lugar es seguro, pero hay que ser precavidos porque los suníes pueden tener la tentación de seguir el camino marcado por el EIIL», señala Husein Abu Zahro, vecino de Jamaa y encargado de seguridad en el Ayuntamiento de la capital. En los últimos días se han sucedido las redadas y la Policía «ha detenido a varios vecinos sospechosos de colaborar con terroristas», asegura Zahro. El término «revolución» empleado por unos, se convierte en «terrorismo» en boca de la secta rival.

Tras atravesar Mansur, barrio de clase alta donde se encuentran varias embajadas como la española, y cruzar el río se llega a Adamiya, bastión suní al otro lado del Tigris. «La peculiaridad es que aquí estamos literalmente rodeados. Cada semana realizan redadas contra antiguos baazistas (partido de Sadam que gobernó el país desde 1968 hasta el 2003), de aquí salieron grandes ministros y directores generales en la época del régimen, es también la sede de los Hermanos Musulmanes y por eso se están vengando», denuncia Mohamed Al Obedi, profesor jubilado, a las puertas de la mezquita de Abu Hanifa, la más importante para los suníes de Irak, un símbolo religioso que las autoridades han cerrado en varias ocasiones esgrimiendo «motivos de seguridad», lo que provoca enfado entre los fieles.

'Milicias de paz'

En Adamiya saben que cualquier movimiento puede ser silenciado en cuestión de minutos por las milicias de la vecina Ciudad Sadr, bastión chií de la capital y sede del Ejército del Mahdi, brazo armado del movimiento liderado por el clérigo Muqtada al-Sadr. «La milicia está congelada desde el 2008, lo que tenemos ahora son 'fuerzas de paz' dedicadas a la defensa de los lugares sagrados, es nuestra respuesta a la amenaza terrorista», explica el jeque Mezaal, asesor personal de Al-Sadr, de visita en Bagdad para seguir de cerca la situación de la crisis en la capital.

Montañas de basura se apilan a los pies de los muros de cemento que rodean este barrio y encierran a sus tres millones de habitantes, casi la mitad de la población total de Bagdad. Un recorrido por este lugar -siempre escoltados por los hombres del Ejército del Mahdi- muestra las heridas dejadas por los dos levantamientos que Muqtada al-Sadr ordenó contra las fuerzas americanas. En el sector diez edificios derrumbados, paredes calcinadas y muros acribillados a balazos son la herencia de momentos muy complicados. La mayor parte de las calles están sin asfaltar, aquí vive la mano de obra que mueve la vida económica en la capital y de aquí ha salido el grueso de los voluntarios que han acudido a la llamada a las armas del Gran Ayatolá Alí Sistani para defender Irak del EIIL.

«Los suníes dicen que el Gobierno es sectario y nos beneficia a nosotros, pero no es verdad. Aquí solo se benefician los políticos y los ciudadanos, de una secta u otra, estamos cansados de guerras, corrupción y sufrimos por igual la falta de servicios», denuncia un profesor universitario de Ciudad Sadr que pide mantener el anonimato. El EIIL llama a las puertas de Bagdad, pero su discurso solo tiene adeptos en unos barrios suníes rodeados de muros de cemento y sometidos a la vigilancia de fuerzas de seguridad y milicias chiíes.

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