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Joaquina Dueñas
Jueves, 29 de abril 2021, 00:22
'Miedo'. Solo una palabra componía el título del último episodio emitido de la docuserie 'Rocío, contar la verdad para seguir viva'. Eso, dice Rocío Carrasco, era lo mínimo que sentía en los peores años de la relación con su hija mayor, Rocío Flores, fruto ... de su matrimonio con Antonio David Flores. La protagonista cumplía ayer 44 años y lo hacía en medio de la polvareda que ha levantado su relato de cómo su hija le dedicaba insultos y desprecios durante años. «Anuló mi papel como madre porque yo no he tenido libertad. He sido una madre coartada y he sido una madre aterrorizada», denunciaba.
Día tras días, Rocío cuenta que «esa cara de ángel se transformaba en un demonio», eso sí, según afirma, nunca delante de su pareja, Fidel Albiac, con quien asegura, tenía una excelente relación. Ese era el motivo por el que ella procuraba ocultar lo que estaba viviendo a los ojos del sevillano o quitando hierro a la situación a pesar de que tenía ataques de ansiedad y vómitos habituales. Entre las lindezas proferidas por la niña, algunas similares a las que ya se conocían por las publicaciones de la propia Rocío Flores en redes sociales durante aquella época, deseándole la muerte a su madre. Cuenta rota de dolor como su hija la acusaba de que «el niño está enfermo por tu culpa» o «Tú no querías tener a mi hermano». «¿Cómo se puede vivir ante eso? Ante eso se vive partiéndote el alma», lamentaba.
Una escalada de agresividad verbal que acaba tornándose en física en más de una ocasión hasta el 27 de julio de 2012. «Me cruza la cara de lado a lado», arranca el relato sobre la agresión recibida por su hija y finaliza diciendo que lo siguiente que recuerda es «Fidel reanimándome». En medio, los casi 11 minutos eliminados por la productora a petición de la propia Rocío Carrasco para proteger a su hija porque «son cosas que tienen que quedar entre ella, yo y la justicia», a pesar de que la nieta de 'La más grande' había solicitado que se emitiera el capítulo íntegramente.
Una terrible historia que estuvo aderezada por detalles más prosaicos como los referidos al seguimiento y cuidado de los pequeños: «Salían de mi casa hechos dos pinceles», aseguraba, pero, al parecer, regresaban con el pelo lleno de piojos. «¡Pasé seis años cazando piojos!», contaba y añadía que, la primera vez que fue a comprar un producto contra la pediculosis, incluso llegó a pasar vergüenza pero finalmente se convirtió en algo habitual. Tan habitual como las discusiones por el atuendo con su hija adolescente que llegaba de casa de su padre con ropa inapropiada para la edad a juicio de la madre. Conflictos estos últimos que a buen seguro suenan a muchas parejas divorciadas y con hijos que, sin embargo, en este caso no hacían más que dar agravar una situación insostenible.
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