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La popularidad de Raúl Pérez (Madrid, 1976) no ha dejado de crecer en los últimos años. Pedrerol, Leiva o Miguel Bosé son solo algunos de los más de doscientos personajes a los que ha dado vida en programas como 'Late motiv' o en los especiales ... de #0 -'Expediente Pérez' ha sido el último-, donde ha demostrado una agilidad mental y un talento innato para el humor.
-¿Cómo un ingeniero se mete a imitador?
-Por amor al arte. Tenía esa vocación oculta, me apasionaba y quería probar, pero siempre pensé que iba a ser transitorio y que iba a volver a la ingeniería si me iba mal.
-¿Era el divertido en el grupo de amigos?
-Para nada. Soy bastante más reservado y serio en mi vida, pero cambio cada vez que me caracterizo. Nunca fui el gracioso del grupo.
-¿Cómo supo entonces que tenía vis cómica?
-Pues al final de la carrera. Hicimos una cena de fin de curso con los profesores y empecé a imitarlos a todos. Y luego también en el trabajo imitaba a los jefes y a los compañeros y tenía buenas críticas así que dije: «Va a haber que rascar un poco más».
-Pasa cuatro horas y media en la sala de maquillaje. ¿Qué hace en ese tiempo?
-Si te soy sincero, tengo pérdidas temporales de memoria. Creo que llego y me quedo dormido a los diez minutos.
-¿Le ha pasado alguna vez como a Robert Englund, que se despertaba asustado al ver en el espejo a Freddy Krueger?
-(Ríe). A veces abres los ojos y te ves en otra persona distinta y flipas. Me pasó con Juan, de Los Chunguitos: «Dios mío, ¿de dónde me han salido estos labios que son dos frankfurt». Es un impacto muy fuerte que merece la pena.
-¿Qué tiene que tener un personaje para que le apetezca imitarlo?
-Muchas cosas. Quizá la primordial es que esté mínimamente de actualidad. Luego puede tener alguna profesión especial o alguna forma de hablar curiosa, también me gusta que no esté muy imitado y que no sean los más populares del momento.
-Eso le obliga a estar muy pendiente de la actualidad.
-Debo estarlo, sobre todo en un momento con muchos personajes, no solo en televisión sino en las redes y para intentar ser no tanto pionero, sino el que abre la veda con personajes no tan vistos. Pedrerol fue uno de los primeros que sacamos en la radio, cuando ni siquiera estaba en 'El chiringuito' y la imitación casi acaba engulléndole. Se dan cuenta de cosas que hacen sin pensar, de gestos, tics y formas de hablar.
-Confiese, alguna mala recepción habrá tenido por parte de los imitados.
-Que me haya llegado a mí directamente no. El 'feedback' ha sido casi siempre positivo y mis imitaciones suelen caer muy bien. Mis personajes juegan a ese juego. Yo siempre digo que el humor es el sexto sentido y tenerlo es un signo de inteligencia muy grande.
-¿Tiene algún favorito o son como hijos y los quiere a todos por igual?
-Es que esto es como tener más de doscientos hijos, que ya has perdido la cuenta. Pero es verdad que la respuesta favorable o no del público sí hace que unos personajes salgan más que otros.
-Con la actualidad tan crispada, más vale reírse, ¿no?
-Más vale y además es que lo necesitamos. La risa es un bálsamo y el humor debe transitar todos los terrenos para ofrecer otra visión que ayude a digerir la realidad.
-¿Existen los límites del humor? ¿Se puede hacer humor de todo?
-Pues parece ser que existen porque están marcados por el Código Penal. Yo creo que se puede hacer humor de todo y que el límite lo marca cada persona. Estás en tu derecho a que algo no te haga gracia, pero no a empezar una persecución inquisitorial.
«Tengo un trabajo que me encanta, de cara al público, y, sin embargo, por la calle no me suelen reconocer, algo que para mí es bueno porque no he llegado a ese punto en el que toda la gente te para por la calle. Pues bien, el otro día estaba en el supermercado y se me acercó una persona y yo ya me preparé para saludarle y darle las gracias, cuando me preguntó que cuándo íbamos a reponer las sandías. Me confundió con el reponedor y yo le seguí el juego».
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