Una imagen del desfile de Etxeberria.

Trabajada inocencia agresiva de María Ke Fisherman

Etxeberria se sublima con sus abrigos de plumas y Teresa Helbig se corona en un homaneje a sus veinte años en el mundo de la moda

Gloria Salgado

Domingo, 21 de febrero 2016, 14:38

Ulises Mérida ha dado el pistoletazo de salida a la cuarta jornada de Mercedes Benz Fashion Week Madrid saliéndose de sus códigos en un homenaje a su tierra con el punto de partida de sus recuerdos. Para dar forma a su trabajo ha colaborado ... con artesanos de Castilla La Mancha para dar vida a paños y lanas gruesas mezclados con tejidos de aspecto tecnológico. Algodones, satenes, tules, encajes y gasas se rompen con cotas de malla que rememoran un medievo actualizado y casi escultural. La parte más manchega, impregnada por el luto con elementos sacro, tiene una sensualidad que el modista no había manejado previamente. Fajines y lazadas dan paso a la estrella de la propuesta: el refajo de su bisabuela, al que ha quitado el corpiño y ha convertido en vestido. Dorados naranjas y metalizados rompen la oscuridad de una gama profunda.

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Apenas unos minutos después ha sido el turno de una Maya Hasen que se escarcha en un juego de texturas que simboliza la transición del invierno a la primavera con tonos metalizados entre los que predominan el dorado y el rosa, enfatizando el aire bucólico de prendas de fiesta confeccionadas con tejidos de estética opulenta como el hilo de lúrexo neoprenos para dar un acabado engomado. Ofrece volúmenes, siluetas y largos para todos los gustos, manteniendo las maxi cremalleras tras el éxito obtenido en la anterior temporada.

Andrés Sardá lo ha revolucionado todo con una fiesta en un idílico hotel alpino. Desde las botones a las doncellas pasando por las clientas, con un estupenda Bibiana Fernández a la cabeza. Los accesorios en blanco, negro y oro contrastan con lencería cuajada de cristales de Swarovski en rojo, berenjena, óxido, cacao, azul profundo y suaves tonos maquillaje en organza de seda, raso, tul, encaje chantilly y lúrex. Destacan las prácticas cadenas de quita y pon para decorar tanto sujetadores como tangas.

El complicado trance de desfilar después del espectáculo de la firma catalana lo ha superado con creces Roberto Torretta con una sofisticación acentuada por un trabajo minucioso y repleto de detalles, como chaquetas con una solapa y volúmenes en las mangas, en dos siluetas: una oversize más masculina con hombros marcados y caídos y otra ceñida a la cintura muy femenina. Vuelve a integrar el terciopelo, con un toque deportivo dado por las parkas de napa y los polos. Los pantalones maravillosos- cobran especial protagonismo.

Tan maravillosos como los abrigos de Etxeberria. El modista eibarrés siempre consigue meterse al público en el bolsillo. En esta ocasión, el vals ha sido la melodía escogida para que se contoneasen los opulentos abrigos utilizados para la grabación de Juego de tronos junto a los de nueva creación, cubiertos de plumas de gallo, faisán y cisne, con el interior de las prendas tan cuidado como el exterior. Por cierto, el vasco ha aprovechado para mostrar una línea de calcetines de lo más variopinta.

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La franja vespertina no ha decaído gracias a Teresa Helbig y a la banda de Aldo Comas. Como si de un desfile de Victorias Secret se tratase, los estilismos, delicados y femeninos, compartían escenario con la contundente voz del marido de la actriz Macarena Gómez, clienta y amiga de la diseñadora. Un derroche de patrones y tejidos terciopelo inglés, lentejuelas, lanas triples y gasas- ha homenajeado sus 20 años en la moda y a todas las mujeres a las que ha vestido. Increíble el trabajo realizado con cera de velas para decorar las piezas.

La inocencia se ha convertido en agresiva con la firma María Ke Fisherman, que ha roto con la magia de la tarde con la Violencia rosa. Un género cinematográfico de serie b de origen japonés de los años 70 y 80. Una liberación sexual con bandas de colegialas que tienes como armas, entre otras, canicas, yoyos y agujas de ganchillo. Las faldas plisadas de los uniformes se alargan como símbolo de rebelión, fusionándose con prendas de ganchillo de unas monjas de clausura de Huelva, pelo en relieve traído desde Corea, charol y espumillón. Un punto y final a una jornada de lo más completa.

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