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Dulceida, nombre de guerra de Aida Domenech (Badalona, 1989) lleva diez años petándolo. La bloguera, youtuber, influencer y diseñadora, demostró desde niña un interés desbordante por la moda que ha acabado rindiéndole réditos suculentos. En 2009 decidió abrir un blog, dice que como hobby, pero ... que acumula ya 2,18 millones de suscriptores. Una proyección que, según Cuore, le permite ingresar 10.000 euros por publicación. En los vídeos que vuelca se la puede ver lo mismo pasando un fin de semana de fábula en Nueva York que mostrando el cuarto de estar de su casa. Por allí desfilan sus exparejas, desde el fotógrafo Sergi Gómez hasta la también influencer Alba Paul, con la que rompió el pasado verano. Su cuenta de Instagram la siguen 3,1 millones de personas (la del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, 321.000). «No me considero una chica tonta. Ser influencer no se estudia», le dijo a Risto Mejide en 'Chester'.
Un estudio del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación FAD ha analizado los nuevos hábitos en los que Dulceida y otros primeros espadas de la escena 'online' -léase Ibai Llanos, El Rubius o TheGrefg- se mueven como pez en el agua. 'Consumir, crear, jugar. Panorama del ocio digital de la juventud' se ha elaborado en base a los resultados de una encuesta a 1.200 jóvenes de entre 15 y 19 años. Pues bien, una de las conclusiones a las que llega, y que puede descolocar a quien de adolescente soñaba con ser futbolista, bailarina, bombero o profesora, es que cada vez son más los jóvenes que hallan inspiración laboral en youtubers, influencers, bloggers o streamers. De hecho, un tercio de ellos lo ven como una posible salida profesional y les gustaría dedicarse a ello, y uno de cada diez ya lo está intentando.
¿Sorprendente? Cada vez menos. Y para demostrarlo, el estudio rescata una serie de datos que, estos sí, reconocemos sin ningún esfuerzo. El 70% de los jóvenes tienen al menos cuatro dispositivos tecnológicos a su alcance, siendo los más corrientes el smartphone (84,1%), el PC portátil (79,8%) y la smart TV (64,8%). Cuatro de cada cinco encuestados se sirve de esta tecnología para su ocio diario, aunque son más los que lo utilizan para comunicarse entre ellos o para simplemente informarse. El 75% están suscritos a contenidos audiovisuales de pago y prácticamente la mayoría sigue activamente a personas que crean contenidos 'online' e influencers, a través de Instagram, de YouTube, de TikTok.
Miquel Pellicer, experto en comunicación digital de la Universidad Oberta de Catalunya, constata que nuestros jóvenes han dejado de lado la TDT y consumen mayoritariamente plataformas de vídeo 'on demand' (web series, contenidos donde se comentan juegos de ordenador o novedades editoriales). A ellos se suma otro perfil, los 'gamers' abonados a Minecraft, a Fortnite o a Roblox. «El contexto actual lo conforman canales de vídeo, redes sociales y juegos de ordenador», un universo multiplataforma que ha encontrado su nicho de mercado en niños, adolescentes y jóvenes.
«Estamos ante un salto generacional tremendo, que pone de manifiesto cambios en los hábitos de consumo y de comportamiento», añade en la misma línea Diana Rubio, consultora en protocolo de imagen. Habla de una sociedad 'líquida' donde «todo es efímero y el esfuerzo no se premia porque no se ve» y en la que los jóvenes se informan de los temas que les conciernen «a través de TikTok y de redes sociales». Una tendencia que, dice, ha llegado para quedarse.
Pellicer lo tiene claro. «Frente a la figura del presentador convencional, los jóvenes de hoy en día acceden a contenidos que están hechos por y para gente como ellos. La imagen que se proyecta es de fácil acceso y, si todo el mundo tiene un smartphone, un aro para hacer directos o un trípode, parece lógico que el siguiente paso sea dedicarse a lo mismo que ese chaval que es como yo y con quien me identifico».
Pero marcar tendencia o influir no es algo que puede hacer cualquiera, «si lo olvidamos estamos enviando un mensaje erróneo», señala Ana Santos, experta en Social Media Marketing. «Y esto es así porque tener alcance con tu comunidad no es fácil, como tampoco lo es ser relevante o resonante, los tres rasgos que las marcas buscan en un influencer o en cualquier otro creador de contenidos». Una actividad poco valorada socialmente debido en buena medida a la carga de frivolidad que arrastra, pero por la que Santos está dispuesta a romper cuantas lanzas hagan falta. «Hace años se demonizaba al 'community manager', una profesión ahora plenamente aceptada, y con esto está pasando lo mismo».
Amparo Lasén, profesora de Sociología de la Complutense, es de la misma opinión. «Aspirar a convertirse en un youtuber de éxito no es más frívolo ni menos que pensar en ser futbolista o artista. Hablamos de una actividad pública que estos jóvenes comparten, de la que entienden y que ven como un modo de ganarse la vida».
Lasén va más allá. «A nadie se le escapa que hoy en día el mercado laboral no es un sitio amable para los jóvenes, que el hecho de tener un título universitario tampoco te garantiza un salario digno, un contrato estable... «Todo eso contribuye a que las profesiones llamemos convencionales resulten cada vez menos atractivas. Si la alternativa ofrece la posibilidad no solo de ganar dinero, sino de hacer lo que te gusta -esos contenidos que tú mismo consumes- y tener relaciones interesantes, pues adelante».
La juventud, añade el informe del Centro Reina Sofía, «percibe la creación de contenidos como una práctica con potencial profesional, mayor libertad que los medios tradicionales y que ayuda a difundir causas sociales y a sensibilizar» (se ha visto durante la pandemia, con médicos reconvertidos en influencers). Diana Rubio habla también de estas plataformas como del espacio que «ha dado visibilidad a causas que antes eran temas tabú, como el bullying, la gordofobia, el movimiento LGTBI... y que gracias a ellas han encontrado también su lugar, logrando empatizar con muchas personas que atravesaban una situación similar».
No es realista ver esta actividad como un modo de ganar dinero fácil, reprueba Lasén. «La creación de contenidos es algo mucho más complejo que encender una cámara y ponerse a hablar delante. Requiere de una preparación de lo que se cuenta y de cómo se cuenta, exige perfiles muy profesionalizados, equipos técnicos para allanarles el camino, guionistas...».
A nadie se le escapa que son muchos los llamados y pocos los elegidos. Y eso a pesar de que en España haya 7.500 creadores de contenidos, consagrados a convertir su estilo de vida en una suerte de marketing. Youtubers como Ibai Llanos o El Rubius ya advierten de las servidumbres derivadas de una actividad estresante, con altas carga de trabajo y sometida a la dictadura implacable de los algoritmos y las audiencias.
Sin embargo, todo indica que estamos en un punto de no retorno. Existe una economía de creadores de contenidos que cada vez genera más dinero. «¿Por qué Piqué, Sergio Agüero o Nicki Nicole le conceden una entrevista a Ibai Llanos y no a una cadena televisiva? -reflexiona Pellicer-. Porque cada vez son más los que piensan que esos medios han dejado de ser el mejor vehículo para lograr proyección», que su audiencia se mueve en otra longitud de onda.
Este escenario plantea otro debate, el de si no estaremos confundiendo información con entretenimiento. Un debate artificial, sostiene Lasén, porque esa confluencia de objetivos ya se produce en los medios de comunicación convencionales -incluidos los públicos- desde hace tiempo y responde a su preocupación por asegurarse la atención del público. «Si echo la vista atrás, no me recuerdo con 15 años leyendo el periódico. Pero ahora, gracias a estas plataformas, jóvenes y adolescentes tienen acceso a esos contenidos noticiosos, los comentan y envían sus vídeos, que mire por dónde, recogen las propias televisiones».
Cuando Anastasia Radzinskaya vino al mundo en 2014, los médicos le diagnosticaron parálisis cerebral y un futuro devastador en el que lo más probable es que no pudiera caminar ni hablar. Ocho años después, y emigrada junto a su familia a EE UU, la pequeña es la youtuber femenina mejor pagada del mundo. Sólo a través de su canal 'Like Nastya', en 2021 facturó 28 millones de dólares. Canciones infantiles, entretenimiento educativo , unboxings (desempaquetado de productos tecnológicos), vlogging (galerías de clips de vídeo) y juegos de rol conforman la clave de bóveda de un negocio boyante que cuenta con 87,5 millones de suscriptores. Y eso sin contar su línea de ropa infantil, los productos personalizados con su imagen y una colección de NFT, activos criptográficos únicos e irrepetibles. Un filón, vamos.
Su caso es excepcional, pero ilustra un interés que es un signo de los nuevos tiempos. Poco antes de la publicación del informe del Centro Reina Sofía, la compañía de recursos humanos Adecco hizo pública su XV Encuesta ¿Qué quieres ser de mayor? Aparte de constatar las distintas aspiraciones que guían a niños y niñas de 5 a 16 años -la mayoría de ellos (25%) quiere ser futbolista y el 20% de ellas, profesora-, en el estudio se colaba una categoría nueva, la de los chicos que querían ser youtubers, casi un 6% del total, una inclinación que no compartían las féminas.
El contraste con la siguiente franja de edad es evidente y responde, según Diana Rubio, al mayor acceso de este grupo poblacional a internet y a las redes sociales. Es más, las adolescentes pasan a situarse por encima de los varones en cuanto a niveles de consumo, «aunque ellas participen más desde el anonimato. Una tendencia que es más evidente en los videojuegos, tradicionalmente considerados un mundo de hombres».
Eso sí, basta con cruzar las aspiraciones de los menores con los datos de la Encuesta de Población Activa del INE para constatar lo lejos que las preferencias infantiles están todavía de la realidad del mercado laboral.
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