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Ha muerto toda una leyenda del hampa. Para Ángel Suárez, alias Cásper, se han acabado las persecuciones policiales. El delincuente, de 61 años, que fue condenado por la Audiencia Nacional primero y por el Tribunal Supremo después a 89 años de cárcel por los ... delitos de torturas, amenazas, lesiones, tráfico de drogas, detención ilegal y tenencia ilícita de armas, falleció el sábado en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid a causa de un linfoma. Considerado uno de los mayores butroneros de España, Cásper, que purgaba condena en la prisión madrileña de Soto del Real, había conseguido en noviembre que le reconocieran el tercer grado por razones humanitarias. El juez se apiadó de él a la vista de que el cáncer que padecía era incurable, de modo que pudo beneficiarse de un régimen de semilibertad.
Su mito comenzó a fraguarse en 1998. En Nochebuena de ese año él y su banda reventaron la cámara acorazada de la sucursal del Banco Popular en Yecla (Murcia) y limpiaron 89 cajas de seguridad. Un año después, Ignacio Rocha, un pistolero de su confianza, disparó en el pulmón al siniestro abogado Emilio Rodríguez Menéndez. Laura Fernández, entonces esposa del letrado, había encargado el asesinato. Pero Cásper fue absuelto del cargo de encubrimiento. Suárez perpetró su mayor golpe cuando desvalijó la casa de Esther Koplowitz, situada en el madrileño paseo de La Habana. Junto con dos compinches, arrambló en 2001 con 17 cuadros de la empresaria valorados en 300 millones de euros. Entre los lienzos figuraban obras como 'El columpio', de Goya; 'Al baño, Valencia', de Sorolla, y 'Las tentaciones de San Antonio', de Brueghel. Parte del botín apareció en un puticlub.
Casper se recicló y acabó liderando una organización que se dedicaba a atracar cargamentos de narcos. No se andaba con remilgos. Mediante torturas, se hizo con la información de un alijo de 211 kilos de cocaína que había partido de Bolivia y que debía desembarcar en el puerto de Algeciras (Cádiz). Fue su final. Acabó detenido junto a 22 personas en un despliegue conjunto de la Policía y la Guardia Civil.
Cada vez que el atracador ingresaba en el hospital para recibir sesiones de quimioterapia, los agentes montaban un aparatoso despliegue ante el temor de que se diese la fuga. En realidad, la Policía no le quitó nunca el ojo. Cuando se casó con una bellísima rumana, Stela Liliana, grabó la boda.
El butronero llevó la misma vida errante que su padre, un ferroviario que trabajó en múltiples destinos cuando era empleado de Renfe. Sus padres emigraron a Bélgica con sus cuatro hijos en pos de una vida mejor. Dicen que cuando le dieron el tercer grado, se marchó a un bar de plaza Ángel Carbajo de la capital para comerse unos huevos fritos, con patatas fritas y jamón. Acostumbrado a dejar propinas de 120 euros, al final parece que Suárez era un hombre de gustos sencillos.
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