![La caída de Roma](https://s3.ppllstatics.com/larioja/www/multimedia/201810/12/media/cortadas/38756019--624x730.jpg)
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DARÍO MENOR
Viernes, 19 de octubre 2018, 00:15
Vivir en Roma es un acto pasional. Hay momentos del día en que el romano, de nacimiento o adopción, piensa que está en la ciudad más maravillosa del mundo. Un detalle de un monumento en el que no había reparado hasta entonces, un buen plato de pasta en un restaurante con pocos turistas, una puesta de sol con el 'cupulone' de la basílica de San Pedro de fondo... No faltan motivos para sentirse con orgullo hijo de su milenaria historia. Por desgracia, no es esta la única pasión que desata la capital italiana. Los baches en las aceras y la calzada, el tráfico imposible o la basura acumulada por las calles hacen que surjan otros sentimientos. Dan ganas en ocasiones de emular a Nerón y dejar que sea el fuego el que purifique una urbe cuya degradación es cada día más evidente. Como dice Beppe, un romano de adopción proveniente del norte del país, Roma se ha convertido «en la mejor capital del norte de África».
Uno de los símbolos más evidentes de la profunda decadencia que lleva décadas sufriendo la ciudad, pero que se ha acelerado en los últimos años, es la proliferación de baches que jalonan las aceras y calzadas. Codacons, una de las principales asociaciones de consumidores del país, calcula que hay uno cada quince metros. De todos los tamaños. Algunos miden lo suficiente para que quepa un pie y te tuerzas o rompas el tobillo, la rodilla o la cadera. Otros son más grandes y les cabe la rueda de una moto o una bicicleta, provocando que el conductor se vaya al suelo y tenga suerte si lo cuenta. Luego están lo que los romanos llaman 'voragine', enormes agujeros que surgen de forma imprevista y se tragan todo lo que encuentran por delante: coches, camiones, mobiliario urbano... Duele verlos crecer durante meses sin que las autoridades hagan nada por taparlos: se limitan a poner unas tablas por encima y unas vallas alrededor para impedir el paso.
A Carlo Rienzi, presidente de Codacons, le da la risa floja cuando se le pregunta si cree que la situación de Roma ha empeorado estos últimos años. «Es dramático. Una ciudad que es Patrimonio de la Humanidad se ha convertido en una jungla -dice tras conseguir reponerse-. No hay ningún mantenimiento de las calles y las pocas obras que se hacen están mal hechas. Las empresas utilizan materiales de baja calidad para ganar más». Esta situación cuesta vidas humanas. En lo que llevamos de 2018 han muerto 126 personas en incidentes de tráfico en la capital, más de una tercera parte de los cuales (43) eran peatones que fallecieron atropellados. La cifra, por fortuna, se ha reducido algo respecto a años anteriores, aunque hay un cambio en las víctimas. Hoy los más amenazados son los motoristas, los mayores damnificados de que las calzadas romanas estén sembradas de agujeros.
Uno de los últimos mártires de los baches es Gianpietro C., un señor de 59 años que quedó al borde de la muerte después de que la bicicleta con la que circulaba el pasado lunes por el sureste de la ciudad se topara con un socavón. Tenía unos diez centímetros de profundidad y alrededor de un metro de largo por otro de ancho. El Ayuntamiento se apresuró a taparlo poco después del accidente, pero el resto de la calzada sigue hecha unos zorros. «Se hacen sólo intervenciones mínimas, de urgencia», explica Massimiliano Tonelli, responsable de la página web 'Roma fa schifo' (Roma da asco), una suerte de catálogo de los horrores que lleva desde 2007 denunciando el abandono de la capital italiana. El único y magro consuelo es que la situación es democrática: afecta a todos los barrios y no se libran del desastre ni las lujosas calles del centro. De hecho, en la edición del Giro de Italia del pasado mayo, los ciclistas se negaron a terminar la última etapa, que transcurría por los Foros Imperiales y el Coliseo, debido a los continuos baches. Consideraron, con razón, que eran un peligro para su salud.
«La culpable es la alcaldesa, Virginia Raggi», asegura Tonelli. Es una opinión que comparte el presidente de Codacons. «Ha defraudado a todo el mundo. Generó mucha ilusión cuando fue elegida, pero ha demostrado una gran incapacidad», dice Rienzi. Miembro del Movimiento 5 Estrellas (M5E), el partido que también ejerce el Gobierno central en alianza con la Liga, Raggi arrasó en las elecciones municipales de junio de 2016 con la promesa de cambiarle la cara a la ciudad. Se vio beneficiada por el estallido del escándalo de Mafia Capital, el grupo criminal criado al calor de las contratas que le adjudicaban irregularmente las autoridades municipales de Roma. Dos años después de la llegada de Raggi al Capitolio, la mítica colina donde tiene su sede el Ayuntamiento, incluso quienes optaron por el M5E en las elecciones legislativas del pasado marzo le han dado la espalda a la alcaldesa. Ella se defiende pidiendo paciencia. «Los baches antes se pagaban con sobornos. Queremos arreglar todas las calles, pero hace falta un período de tiempo largo y actuar con contratas regulares», comentó en un encuentro con los miembros de la Asociación de Prensa Extranjera antes del verano.
Mientras no llegue ese futuro feliz de calles en perfecto estado y sin hoyos, las cuentas del Ayuntamiento van a seguir sufriendo las consecuencias de los baches. Desde enero de 2015 hasta diciembre de 2017 se presentaron 7.138 denuncias de ciudadanos víctimas de los agujeros, más de la mitad de las cuales dieron lugar a procesos judiciales. En esos tres años, al Consistorio le tocó pagar 40 millones de euros en concepto de indemnizaciones por los socavones, una cifra que podría dispararse si saliera adelante la demanda colectiva planteada por Codacons. Esta asociación pretende que cada ciudadano romano reciba mil euros como compensación por la «inaceptable situación» de la red de transportes. El Capitolio, no obstante, es un rival difícil de batir en los tribunales, incluso en casos tan clamorosos como el de una señora de 76 años que, en 2006, se cayó en un agujero cruzando la calle. Lleva desde entonces pleiteando sin éxito con el Ayuntamiento. Los jueces consideran que actuó con negligencia porque el socavón en el que se hirió era «plenamente visible», ya que el accidente tuvo lugar en una luminosa mañana de un día de mayo. Hasta condenaron a pagar las costas del juicio a la mujer, que espera ahora la respuesta del Tribunal Supremo.
Hartos de ver su ciudad llena de agujeros y sin esperanzas de que los políticos vayan a remediar la situación, algunos romanos han decidido ponerse a tapar los hoyos con sus propios medios. «Hace tres años estábamos reunidos unos amigos tomando unas pizzas y pensamos que teníamos que hacer algo. Nos pusimos en contacto con fabricantes de asfalto en frío y nos enseñaron cómo utilizarlo. Pusimos un poco de dinero cada uno, compramos veinte sacos de asfalto y empezamos a tapar socavones», cuenta Cristiano Davoli, presidente de Tappami, una asociación que ha arreglado ya más de 5.000 baches. «Hemos contratado un seguro y podemos actuar sin problema -explica-. El Ayuntamiento podía reconocer que no tiene dinero ni capacidad para acabar con los hoyos y promover equipos de voluntarios en cada barrio. Los fabricantes de asfalto hasta nos lo regalan. Los propios vecinos podrían acabar con esta situación de emergencia en su tiempo libre y hacer que la gente deje de morir en las calles por culpa de los baches. El problema es que parece que no hay voluntad política por parte de Raggi».
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