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EL CORREO
Viernes, 23 de junio 2017, 11:47
Lawrence John Ripple lo tenía todo pensado. El plan, se decía desde hacía semanas, era perfecto. Desesperado, harto de discutir e incapaz de aguantar un día más a su mujer, el pasado 8 de septiembre salió de su casa en Kansas City y se dirigió ... a la sucursal del Bank of Labor, en el 756 de la avenida Minnesota, a tan solo unos metros de la comisaría.
Una vez dentro, Lawrence se acercó a uno de los empleados y le mostró una nota en la que había escrito: «Tengo una pistola, deme el dinero». Sin decir una sola palabra, el hombre esperó a que el cajero le entregara los 2.924 euros que en ese momento había en la caja. Luego, sin inmutarse, ante un grupo de empleados incapaces de dar crédito a lo que estaban viendo, se sentó a esperar que llegara la Policía.
Cuando irrumpieron los agentes y fue interrogado, Ripple les contó que esperaba con impaciencia a ser encarcelado. Cualquier cosa antes de volver a casa con Remedios, la mujer con la que, hasta entonces, había compartido su vida.
El plan de Ripple habría resultado perfecto si no fuera por esos extraños giros que a veces da el destino cuando mueve los hilos de la Justicia. El hombre se las prometía muy felices en la cárcel sin nadie haciéndole la vida imposible, pero el juez del distrito, Carlos Murguia, ha echado por tierra todas sus ilusiones al condenarle, en una sentencia que se acaba de hacer pública, a seis meses de arresto domiciliario, tres años de libertad vigilada y 50 horas de trabajo comunitario, además de pagar una multa de 220 euros al banco para compensar las horas que no hicieron los empleados el día del robo, ya que tras el susto fueron enviados a casa. Su abogado y los fiscales federales, creyendo que quizá Ripple estuviera exagerando y que su vida con la señora Remedios no fuera tan horrible como él decía, reclamaron a su señoría clemencia para el acusado.
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