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Alfonso R. Aldeyturriaga
Sábado, 12 de diciembre 2015, 07:55
En enero cumplirá 25 años en el trono, en febrero soplará 79 velas. El rey de Noruega está mayor. Ha superado un cáncer de próstata y dos operaciones a corazón abierto. Su movilidad tampoco es la de tiempo atrás. Y en el país de los ... fiordos cada vez son más las voces que hablan de una posible abdicación. Haakon Magnus, a sus 42 años, puede que esté a punto de convertirse en el nuevo rey de los noruegos, en el soberano más joven del Viejo Continente.
Pero Harald, como en su día don Juan Carlos, se resiste a dar el paso. No duda de la capacidad de su heredero para tomar las riendas del país, lo que teme es que un cambio en la jefatura del Estado altere, para mal, los niveles de popularidad de que goza la corona. Y sí, aquí es donde entra en juego la hoy princesa Mette-Marit. El pueblo no la quiere, sólo el 5% aprueba con nota su papel institucional. Y no, no parece que la princesa nórdica sea víctima de su pasado; más bien de su presente.
De sobra es conocido que Mette-Marit tuvo una juventud un tanto agitada, y pública. Mil veces repitida fue esa imagen en la televisión noruega buscando pareja en una especie de Mujeres y Hombres y viceversa de la década de los noventa. Mil veces publicada la instantánea que subió en su día a las redes sociales mostrando un pecho. La Casa Real noruega la presentó, con aspecto recatado, junto a su ya prometido y de su boca salió una confesión por su alocado pasado. Y la guinda del pastel lo puso el día de su boda, cuando los ya príncipes sumaron a la imagen del beso en el balcón de palacio al hijo de soltera que Mette-Marit aportaba al matrimonio, fruto de una relación con un narcotraficante. Después de aquello, ¿había algo más que pudiera hacer o decir la futura reina de los noruegos que fuera en contra de su popularidad? Pues sí.
Ya casados se descubrió el pánico que tenía a volar. Se la vio discutir, fuera de sí, con su marido en la escalerilla de un avión. Luego llegaron los hijos, la princesa Ingrid Alexandra y el príncipe Sverre Magnus, y la cosa se calmó. Parecía que por fin había alcanzado la estabilidad, pero los años pasaban y el papel institucional de Mette-Marit, en vez de ir a más, se fue reduciendo. Se justificó mil veces que por problemas serios de espalda. Después ya no se sabía ni qué decir.
El próximo año cumplirá 15 años como miembro de la Familia Real noruega y, a diferencia de la agenda propia que se fueron creando las hoy reinas Letizia de España, Máxima de Holanda y Matilde de Bélgica antes de acompañar a sus maridos al trono, Mette-Marit participa en un acto a la semana como mucho. En su país ya se empieza a escuchar que a Mette-Marit no le gusta trabajar; vamos, que no asume cuál es su papel institucional como esposa del futuro rey de Noruega.
Y con este panorama el rey Harald teme qué ocurrirá con el reino una vez que se dé el cambio generacional. Porque no han sido pocas las veces que a Mette-Marit se la llamó a capitulillo para que se comportara como una auténtica princesa, asumiera presidencias de honor de instituciones benéficas o tuviera mayor presencia pública. Porque las pocas imágenes recientes que existen de Mette-Marit son las de grandes fastos de las monarquías europeas o, como este jueves, la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz. Eso sí, ella sigue tuiteando tan feliz; en su perfil de la red social se presenta como madre de tres hijos y viajera de corazón.
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