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Alfonso R. Aldeyturriaga
Sábado, 29 de agosto 2015, 07:39
Aquel 31 de agosto de hace ahora dieciocho años el dedo acusador se posó sobre los tres paparazzi que trataban de dar caza al vehículo en el que viajaba la princesa Diana y Dodi Al Fayed. El tiempo y la justicia los libró de toda ... culpa, pero las denuncias públicas sobre persecución y acoso mediático se multiplicaron desde la trágica muerte en un túnel de París de la reina de corazones y su entonces príncipe azul. Pocas denuncias trascienden, menos aún prosperan judicialmente, pero parece ser que las distintas casas reales, cada una a su modo, han llegado a acuerdos no escritos para proteger a su miembros.
Es la Familia Real británica, sin duda, la que despierta mayor interés, dado que su imagen trasciende, y mucho, de los límites de las islas. Años después de la muerte de lady Di, su hijo Guillermo alzó la voz para defender a su entonces novia Catalina del seguimiento, a veces atroz, que sufría la joven. Fue la continua presencia de fotógrafos, incluso, uno de los motivos que llevó a la hoy duquesa de Cambridge a romper durante unos meses su relación con el heredero del heredero a la Corona británica. Pero aun así, pese a los intentos de Buckingham, Catalina siguió siendo el objetivo número uno de los paparazzi, hasta el punto de que la cazaron en un topless que fue embargado por orden judicial una vez ya convertida en miembro de la Familia Real. El acoso mediático sigue hoy con sus hijos. Los cinco actos públicos, aparte de imágenes oficiales que de vez en cuando distribuyen sus padres, que ha protagonizado el príncipe George, heredero del heredero del heredero al trono, parecen resultar pocos para los ávidos de instantáneas del primogénito de los duques de Cambridge. Hasta el punto de que la presencia de paparazzi apostados en los lugares más recónditos para capar una imagen de George, ahora también de su hermana Carlota, ha llevado a Guillermo a volver a alzar la voz. Pide respeto, que les dejen ser niños normales y corrientes, aún consciente de que nunca lo serán.
La protección de los menores de las casas reales europeas es algo que, con la nueva hornada, preocupa. Aunque el nivel de preocupación va por barrios, por palacios. En Holanda son estrictos, donde más. Aquí, en España, don Felipe y doña Letizia, cuando eran príncipes, se ponían ante el objetivo junto a sus hijas en tres o cuatro ocasiones al año. Pese al cambio de rol, la intención de los Reyes de España es seguir manteniendo esos posados (contados), aunque es evidente que la presencia de la princesa Leonor y la infanta Sofía en algunos actos públicos, como el desfile del 12 de octubre, conllevará que su imagen sea cada vez más frecuente en los medios de comunicación. Cosa distinta ocurre con los hijos de las infantas Elena y Cristina. Ellos también han cambiado de estatus dentro de la Familia Real. Vamos, en realidad ya no forman parte de ella. Y, por tanto, Felipe Juan Froilán, Victoria Federica, Juan Valentín, Pablo Nicolás, Miguel e Irene no podrán ser fotografiados si no aparecen en el mismo plano que un adulto de la Familia. O sí, se entiende, si se les oculta el rostro. Su imagen ya no es de interés público.
Los miembros de las casas reales de Dinamarca, Noruega, Suecia y Suecia no han tenido mayores problemas con la prensa, no así Guillermo Alejandro y Máxima, quienes ganaron incluso una demanda a una revista sensacionalista (mil euros que donaron para causas humanitarias) por captar y publicar una imagen de la princesa Amalia, heredera de la Corona, jugando al hockey. Nada más llegar al trono, los reyes de los Países Bajos anunciaron que sus hijas no participarían en ningún acto oficial hasta que alcanzaran la mayoría de edad. En el caso de Amelia, en 2021. Eso sí, a cambio, realizan tres posados al año. Uno de ellos siempre coincide con su visita a las las pistas de esquí de Lech, en Austria, donde este año ha habido polémica incluida, dado que los Orange vetaron al posado al rotativo de mayor tirada del país por publicar, sin autorización, una foto de la anterior monarca, la hoy princesa Beatriz, esquiando. Hasta nueva orden, el periódico en cuestión ha caído en desgracia. Es el precio que tiene que pagar por salirse del raíl.
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