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Alfonso R. Aldeyturriaga
Sábado, 8 de agosto 2015, 07:21
Iniciaron su luna de miel en Gibraltar. Y fue ese el detonante de que la Familia Real española enviara una representación de menor grado a la que en su día fue la boda del siglo. Se casaba el heredero de la Corona británica con una ... joven que pasó de princesa de Gales a reina de corazones en un abrir y cerrar de ojos. Su mirada cándida y su media sonrisa cautivaron al mundo. A todos menos, por lo que se supo no mucho tiempo después, a Carlos de Inglaterra.
Verano de 1981. Campanas de boda en la catedral de San Pablo y una imagen, la de Diana Spencer, ascendiendo las escaleras del templo con un vestido considerado hoy pieza de arte y propiedad, por deseo de la protagonista de la historia, de su hijo menor, Enrique. Por aquellos años, como ocurre de vez en cuando, la tensión entre España y Reino Unido por el Peñón estaba en niveles máximos. Así que don Juan Carlos, para hacer público y notorio su enojo, declinó la invitación a la boda real, que sí congregó al resto de reyes y reinas del Viejo Continente. En su lugar asistieron el príncipe Felipe y las infantas Elena y Cristina, con unos hoy incalificables vestidos estampados con los que les fue imposible pasar inadvertidas.
El caso es que, poco a poco, con los años, se relajó el pulso España-Reino Unido y la Familia Real española decidió invitar a los príncipes de Gales y sus hijos Guillermo y Enrique, de cuatro y dos años, a pasar unos días de vacaciones en Palma de Mallorca. Carlos y Diana dijeron sí, un sí más convincente del que habían pronunciado cinco años ante 1.900 invitados y 700 millones de espectadores.
La fascinación que despertaba el matrimonio, sobre todo ella, en aquellos años no ha vuelto a repetirse con ninguna otra pareja real. De ahí la trascendencia del viaje estival que realizaron los primeros días de agosto de 1986 a España. A Mallorca. A Marivent. Porque el palacio que ahora está en boca de los políticos de turno por su deseo de abrir sus jardines al público en general fue a mediados de la década de los ochenta el escenario de una noticia, una imagen, que dio la vuelta al mundo, que catapultó para siempre el turismo balear. Ni una habitación libre, ni un coche de alquiler disponible.
Llegaron a la isla el 7 de agosto de 1986 poco antes de la una y media de la tarde. La imagen fue apertura del Telediario de las tres de la tarde. Fueron recibidos por la reina Sofía, el príncipe Felipe, el rey Constantino de Grecia y su hijo Pablo. Precisamente, fue el hermano de doña Sofía el encargado de conducir el vehículo que trasladó a Carlos y Diana desde el aeropuerto a Marivent, donde esperaban el resto de la Familia Real, incluido don Juan Carlos, que esa mañana no alteró su programa previsto y salió a navegar a la caña del Bribón V.
Dicen que aquel viaje cambió para siempre a Lady Di, que descubrió en Mallorca lo que era la libertad y que, incluso, se interesó por adquirir una residencia que convertir en su refugio. De aquellos días quedaron más titulares y una sesión fotográfica para la historia, con las dos familias reales en la escalinata de Marivent, con el príncipe Guillermo jugueteando con don Juan Carlos. Carlos y Diana, bien pronto se supo, poco tenían en común, de ahí que a nadie extrañara entonces que en su estancia de una semana en la isla llevaran vidas separadas. Él pasaba las horas pintando y ella tomando el sol. Pero, sin duda, aunque no se supo hasta décadas después, aquellos días sirvió para que entre don Juan Carlos y Lady Di cuajara una relación de amistad que, incluso, los medios más amarillistas se atrevieran a apuntar que el rey de España hubiera deseado que fuera más estrecha e íntima.
Carlos abandonó primero la Mallorca, rumbo a Balmoral, quizás a encontrarse con su sempiterna amante Camila. Diana permaneció unos días más disfrutando de la libertad descubierta en compañía de los pequeños de la casa. Regresaron a Mallorca, pero nunca fue igual. Con los años, la historia es más que conocida: ruptura y muerte. Diana de Gales murió el último día de agosto de 1997 a los 36 años, en París. El pasado 1 de julio hubiera cumplido 54 convertida en abuela por partida doble y siendo, como fue, la única princesa no real (se le retiró el tratamiento de Alteza tras su divorcio) de la historia del Reino Unido.
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