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Pedro Sánchez y Pablo Casado serían dos antagonistas como de película (una del Lejano Oeste) si en esta campaña siguiera reinando el viejo imperio del bipartidismo. Pero como quiera que a sus respectivos flancos ideológicos crecieron al compás de la crisis (la económica, pero ... también la de representatividad política) distintas fuerzas que compiten por sus respectivos nichos ideológicos, ambos han tenido que cambiar de discurso sobre la marcha y sumarse a un relato cuyo reparto es coral. Que exige revisar sus corpus doctrinales y adaptarlos a la realidad que impone la nueva política. Con resultados mejorables. De tanto ensanchar sus trajes para que encajen en las exigencias de una coyuntura volátil, se les nota demasiado las costuras. A veces, incluso se les rompen. Pero al menos, como buenos profesionales de su oficio, saben aparentar. Sonríen. Sonríen mucho los dos. Aunque hay una diferencia: el cargo que ocupan. La estancia en Moncloa nimba a sus inquilinos de una aureola presidencial. Un intangible. Indescifrable. Pero que el votante sabe captar. Ese marchamo presidencial que reside en leves detalles. Las canas, por ejemplo. El rostro cargado de gravedad. La sensación de que cómo pesa la responsabilidad.
En eso no se parecen Pedro y Pablo. Casado todavía luce ese aire de aspirante, un semblante juvenil. Y les separa por supuesto una condición central: encarnan a dos fuerzas políticas opuestas. Radicalmente opuestas, con escasa propensión al acuerdo (salvo cuando les interesa). Y desde un punto de vista folclórico, tan propio de toda campaña, les separa un curioso pulso. Ambos rivalizan para sus fans riojanos en un curioso pugilato: cuál de los dos visitas más veces esta tierra. O pasa más tiempo en suelo riojano. Como la campaña tampoco da mucho de sí, con todos los naipes repartidos a la espera del debate televisado (o de los debates televisados o de que no haya debates televisados), divierte mucho a sus incondicionales ayudarse de la calculadora y levantar el brazo de su respectivo ídolo cuando observan el resultado de sus operaciones aritméticas. Vencedor, aquel que se contamine más de los biorritmos riojanos. Hasta que sepa qué es una canilla.
Hasta este jueves, en esa competición tan trascendente ganaba desde luego Casado. Que ha estado en Logroño unas cuantas veces desde su ascenso al trono de Génova y ha almorzado incluso en Cenicero. También estuvo en Haro pero ese es un recuerdo que tal vez no deba nadie mentarle: cuando tuvo que hacer de comadrona para dar a un luz un pacto de candidatos finalmente fallido. Y que anuncia que este mismo viernes recorrerá La Rioja Baja, mitin incluido en Alfaro. Pero al líder del PP le ha salido en el presidente un serio competidor, que amenaza con sumar más horas como riojano de facto si los cálculos de Martínez Zaporta no fallan: puesto que duerme hoy en Logroño, contando esas horas de descanso reparador, más el breve rato que este viernes dedicará a desayunar con los suyos en una cafetería de la calle Portales, y añadiendo anteriores estancias en estos locos meses de frenesí electoral, sale de momento vencedor. No necesitará siquiera recurrir a ese otro momento de gloria estival, cuando apareció por los Cameros, Falcon mediante, para asistir a este tipo de acontecimientos que todo marido tiene marcado en rojo en su calendario: casar a un cuñado.
Así que las gentes del PP y del PSOE viven días felices. Sus jefes les tienen en cuenta. Muy en cuenta, como se ve. Pero ese entusiasmo debería ser un entusiasmo contenido. Porque a La Rioja le vale de poco tanta visita y tanto acercamiento si luego el BOE le sigue maltratando, gobierne quien gobierne. Para cada ocupante del banco azul, los riojanos siempre pueden esperar. A la mayoría de ellos, en realidad, le da un poco lo mismo si Pedro gana a Pablo en duración de la visita o si Pablo supera a Pedro en frecuencia de los viajes. Preferirían tal vez verles menos el pelo y tener mejores noticias suyas. Tanto del actual presidente (ese antiguo joven líder, prematuramente envejecido) como de quien pretende serlo (y todavía luce un aspecto de adolescente eterno) si culminara su sueño de presidir el Gobierno de España. A ver si los próximos viajes de alguno de ellos se produce en un tren de alta velocidad. O por la Autovía del Camino mágica y felizmente culminada antes de la siguiente glaciación. O por la 232 desdoblada súbitamente, fruto de otro milagro. O por la autopista liberada de repente, sin esperar los siete años que restan.
A ver si son héroes merecedores de una epopeya. O solo personajes de dibujos animados.
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