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El abril de 1986 pasó a la historia porque explotó la central nuclear de Chernobil, se registró el máximo acercamiento conocido hasta entonces del cometa Halley a la Tierra y, tristeza enorme, ETA asesinó a cinco guardias civiles en el madrileño barrio ... de Salamanca. Poco después, en junio, el PSOE ganó las elecciones generales, con Felipe González al margen. De entonces databa la última victoria de los socialistas riojanos en unos comicios. Un triste récord para sus siglas que se acaba de romper: la ola de renovación emprenda por César Luena en los últimos años, según una secuencia y una lógica que luego ha hecho suya Francisco Ocón, supera por primera vez al nuevo PP de José Ignacio Ceniceros. Que fracasa en su primera cita con las urnas. Lo cual era el destino natural de una desangelada campaña, simbolizada en un detalle para la historia: su número uno al Congreso, Cuca Gamarra, prefirió seguir el recuento de votos desde Madrid, donde tenía escaño seguro desde que Pablo Casado la ungió en un hotel de Haro. En Logroño, capearon como pudieron el temporal Ceniceros y su equipo de confianza. Como metáfora de las convulsiones que vive el partido, insuperable.
Las urnas riojanas sellan por lo tanto el vuelco histórico que las encuestas aventuraban. Y dejan al PP en la peor situación de su historia reciente para afrontar la nueva cita electoral, dentro de un mes. Cuando no sólo se juega su porvenir político, sino cuando también estará en juego el futuro de muchos de sus dirigentes: los que han vinculado su trayectoria personal, e incluso profesional, a la actividad política. Esos colegas suyos que acaban de entrar en una suerte de limbo, preguntándose qué quieren ser de mayores (y sin respuestas de momento) les pueden servir de pista: fuera del escaño hace mucho frío.
Lo contrario de cuanto piensan en el PSOE. Porque, por primera vez en mucho tiempo, la satisfacción de una noche electoral no es fingida. Y porque se acumulan las buenas noticias para su cúpula: su apuesta por unos semidesconocidos en la lista al Congreso recoge el aval del electorado. Una maniobra que despeja de sombras las amargas horas que siguieron a la proclamación de candidatos: pista libre por lo tanto para reunificar al partido. Porque el PSOE, como sus demás competidores, sólo se cohesiona en caso de victoria. A veces, ni siquiera en esa coyuntura.
La derrota sí que no tiene padres. Ni madres. Quienes fueron expulsados del sanedrín del PP riojano, reos de apoyar a Gamarra en el congreso de Riojafórum, rumiarán ahora algo parecido a la victoria: pierde su partido, pero ven cómo se imponen sus tesis. A saber, que Ceniceros no era el candidato capaz de unificar sus siglas y garantizar un partido ganador. Y aunque no lo reconozcan, alguna íntima satisfacción albergarán sus críticos esta noche, aunque el sentimiento coincidente sea el de sorpresa: cuando vieron hace unos días que su partido era incapaz de presentar candidatos en todos los municipios de la región, como mandaba la tradición en el viejo PP de Sanz, algo se empezaron a temer.
Aunque había más indicios. Que María Luisa Alonso descartara un puesto más o menos seguro, así en el Ayuntamiento de Logroño como en el Parlamento, para alistarse en la candidatura a Cortes apuntaba también a un horizonte donde el PP salía lesionado. Un éxito personal que rubrica una trayectoria pródiga en hazañas para quien es casi una neófita en política: hace cuatro años, era una desconocida que ganó un acta en el primer municipio de la región. Hoy, conduce a la formación naranja por primera vez al Congreso, una auténtica conquista que culmina una llamativa curiosidad. Tres concejalas logroñesas, con escaño en la Carrera de San Jerónimo.
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