La Junta Electoral es un organismo de cuya existencia, con cierta lógica, la ciudadanía sólo se entera cuando llega las elecciones. Hasta entonces, permanece en una suerte de limbo, del que es rescatado a medida que se aproximan las campañas y la ... clase política se vuelve más tiquismiquis que de costumbre, lo cual es mucho decir. Esa tendencia intervencionista acaba por conceder a sus integrantes un protagonismo exagerado. Indeseable: si tiene que ocuparse de tantas cuestiones para que fluya el juego limpio, mal asunto. Siempre resulta preferible que se tienda a la autorregulación. Que nuestros representantes se pongan de acuerdo en lo esencial y no mareen al electorado más de la cuenta. Porque de lo contrario ocurrirá lo que sucede estos días: que la misteriosa Junta decida quién puede y quién no debatir en un espacio informativo organizado por una televisión privada.

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Así sucedió con ocasión de los debates convocados esta semana con los principales líderes que concurren a las elecciones del domingo. Tiene algún sentido que la Junta intervenga para fijar el cauce de la representatividad en el caso de una televisión pública, pero sólo con una lógica rancia hasta la exageración puede entenderse su intromisión en la programación de una empresa privada de comunicación. Porque acto seguido, siempre según esa mentalidad, podría muy bien la misma Junta pedir explicaciones sobre el número y extensión de las entrevistas a candidatos. O reclamar una equiparación matemática en el espacio que se concede a los distintos concurrentes. O exigir que también el tamaño de las fotos se reparta de manera equitativa. Puestos a intervenir en los debates, por qué no intervenir en el resto de elementos que configuran una cobertura informativa.

Más allá de que se lesione el derecho de toda empresa privada a regirse según su criterio, lo que subyace es una mentalidad paternalista superadísima: la Junta viene a decirle a los medios que no se les puede dejar solos. Que tienen que asumir que están de hecho intervenidos durante la campaña y que por lo tanto el número de participantes en sus debates deberá regirse no por su opinión, sino por lo que otros decidan por ellos. De manera que en los dos debates de esta semana hubo sólo cuatro contendientes: porque lo dice la Junta.

Curiosamente, al día siguiente se emitió en TVR a escala riojana un debate similar. Donde por el contrario intervinieron seis candidatos, en representación de los principales partidos de la región. Alguno de ellos tiene más que difícil ser elegido el domingo, pero nunca se sabe: es preferible que eso lo decidan los votantes, y no la Junta Electoral. Y por otro lado parece de justicia, y de buena praxis informativa, que su voz pueda escucharse en igualdad de condiciones. Moraleja: con los seis del miércoles y los cuatro de los dos días anteriores sale un curioso retrato del ecosistema electoral visto desde el punto de vista de la comunicación. Y como en el viejo juego infantil, la imagen resultante no es muy favorecedora. Sobre todo, para los miembros de la Junta, desautorizados por la vía de los hechos. Los espectadores riojanos pudieron ver un debate más enriquecedor que el convocado en clave nacional. Más plural, polifónico. Paradojas de la vida. O de la política, cuando prenden en ella los guardianes de las esencias. Para según qué cosas, es mejor que la Junta siguiera siendo invisible.

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