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M. E. Alonso
Madrid
Lunes, 11 de noviembre 2019, 12:26
El pasado 28 de abril Albert Rivera consiguió convertir a Ciudadanos en la tercera fuerza política española. Casi un mes más tarde, el 26 de mayo la formación naranja consolidaba su posición en los comicios autonómicos y municipales, pero no se confirmaba el «sorpasso» al ... PP, como tampoco conseguía alzarse con el gobierno de una comunidad autónoma o un ayuntamiento de peso. Este domingo, la formación se hundía a la sexta posición en el Congreso de los Diputados tras perder más de dos millones y medio de votos y conseguir diez escaños, frente a los 57 que tenía.
La pasada primavera Ciudadanos se quedó con la llave para determinar el Gobierno en Castilla y León, Madrid y Murcia. Podía elegir entre negociar con el PSOE, y darle un poder casi absoluto a Pedro Sánchez con el Gobierno central y los Ejecutivos de trece de las 17 comunidades, o con el PP, y tratar de reequilibrar el mapa territorial. Albert Rivera eligió aliarse con los populares, con una inevitable aproximación a Vox. Desde entonces se colocó en el ojo del huracán.
Su política de pactos ayudó a apuntalar al partido de Pablo Casado. Todo sin apenas cesiones en favor de Rivera, que se quedó con poco más que las diputaciones que le han caído del bombo, después de que en 2016 pusiera negro sobre blanco en su pacto de Gobierno con Pedro Sánchez la supresión de estos organismos, y un escaso puñado de alcaldías entre las que apenas sobresale Granada, Melilla o Palencia.
Algunos de los socios europeos europeos de Ciudadanos vieron muy preocupante esta estrategia de pactos. Emmanuel Macron advirtió de sus coquetos con Vox en la Comunidad de Madrid, Murcia y Andalucía. Y es que esos contactos indirectos con el partido de Santiago Abascal empezaron a romper las costuras de Ciudadanos. Uno de los primeros en expresar ese malestar fue el ex primer ministro francés Manuel Valls, aliado de Rivera en Barcelona.
Crecieron las voces internas del partido que llamaron a recuperar el espíritu «bisagra» con el que nacieron para evitar que el Gobierno dependiera de Unidas Podemos o de los independentistas. A ellos se sumó el expresidente Mariano Rajoy, que llegó a asegurar que la mejor fórmula para desbloquear la investidura para que la legislatura, por fin, echase a andar sería un acuerdo entre socialistas y liberales. Por esa reedición del «pacto del abrazo» suspiró el mundo financiero y las organizaciones empresariales, pero la dirección naranja se enrocó en su «no es no» al líder del PSOE e insistió en que el compromiso que adquirieron con sus votantes se mantendrá intacto. Se agarraban a que Sánchez ha «pactado con Batasuna» en Navarra para no moverse ni un milímetro de su posición.
Y ante el bloqueo llegaron las nuevas elecciones. Las encuestas no auguraban un buen resultado para Ciudadanos, por lo que Albert Rivera levantó el veto al PSOE si la derecha no sumaba para gobernar. «Ahora toca remar en esa dirección», dijo. El objetivo, según justificó el líder del partido, era «acabar con el bloqueo» pero también reconducir la situación de su formación ante los negros augurios demoscópicos.
A poco más de un mes para que los españoles volvieran a pasar por las urnas, las encuestas pronosticaban que la formación naranja sería la gran derrotada. Era un desplome sin precedentes que obligó a Rivera a resituar a Ciudadanos en el centro del tablero político. El dirigente catalán apostó por desterrar su discurso el «no es no» a Sánchez e intentar recuperar el papel de bisagra planteando al PSOE futuros votos de investidura a cambio de pactos de Estado.
En la cúpula naranja se atribuyó su cambio de rumbo al «fracaso» del PSOE y Unidas Podemos para llegar a un pacto. Se echaba arena sobre los duros reproches del líder de Ciudadanos al lider socialista en julio, durante el fracasado debate de investidura, cuando le acusó de ser el jefe de «la banda» que pretendía «repartirse el botín» con los populistas y los separatistas. Rivera cambió para incluir a Sánchez, como a Pablo Casado, entre quienes quieren «el bien para España».
Nada ha funcionado en Ciudadanos y será ahora con toda probabilidad Inés Arrimadas la encargada de llevar la riendas de la formación naranja, siempre que tenga el apoyo del presidente recién dimitido.
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