El remedio y la enfermedad
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Día 13Uno de los fenómenos más curiosos, e ilustrativos de los nuevos tiempos que corren en política, es la desaparición del mitin. Antaño, se trataba del acto central de toda campaña, sobre todo si el líder máximo del partido visitaba el territorio donde sus afines ... procuraban que su desplazamiento sirviera para impulsar las siglas hacia un escalón superior en la carrera hacia las urnas. Eran por lo tanto convocatorias que aspiraban a lo multitudinario. Un periodista riojano que peine alguna cana recordará mítines en la vieja plaza de toros de Logroño. En el polideportivo Las Gaunas. En recintos cuyo aforo permitiera escenificar esos baños de masas propios de las películas de Cecyl Be. DeMille. Incluso los actos semejantes que los candidatos locales protagonizaban en La Rioja interior demandaban escenarios a la medida de sus ambiciones.
Hoy, las campañas electorales exigen por el contrario salas de bolsillo. Vale cualquier cosa, al aire libre o en recintos cerrados. Es asombrosa la baja capacidad movilizadora de los partidos, grandes y pequeños, para materializar el apoyo a sus líderes máximos. Que se irían de La Rioja pensando en qué poco engrasada está su organización territorial si no vinieran de vivir episodios análogos en otros territorios. Llega Pablo Casado a Logroño y su partido apenas reúne un puñado de seguidores en un salón de banquetes. Sigue sus pasos Pedro Sánchez y sus correligionarios le reciben en Riojaforum, sí, pero en su vestíbulo: imposible calcular el número de asistentes. Aparece (por fin) Pablo Iglesias de campaña por La Rioja y apenas unas decenas de simpatizantes se apelotona en el breve espacio de la plaza de Nalda. Y como si sintiera envidia de tan magro escenario, Casado repite viaje por suelo riojano para detenerse en Alfaro y protagonizar su propio minimitin, en la terraza de su coqueto Casino.
Diríase que los partidos han detectado una enfermedad alojada en el corazón de su potencial votante y han aplicado un remedio proporcional: puesto que sólo los muy afines, los más dogmáticos de entre sus filas, aceptan acudir a sus actos electorales piensan que se ahorran muchas sillas vacías adecuando el formato para que deje de notarse el temible vacío que recogen sus programas, sus propuestas y sus eslóganes. Pero se equivocan. Todavía pueden amputar alguna rama más de ese árbol de decaída respuesta interna a la convocatoria de turno: deberían ir pensando en anular los mítines. Directamente. Prescindir de actos electorales pensados para más de una docena de personas. Apoyarse en la tecnología para difundir sus proyectos. Evitar el envío masivo de correo convencional a los votantes potenciales. Debatir entre ellos por tierra, mar y aire. Y de paso eliminar esa antigualla llamada jornada de reflexión y su hermana pequeñoa: la prohibición de publicar encuestas casi una semana antes de visitar las urnas. Porque en ese breve rosario de medidas tal vez se condense el remedio más eficaz para esa enfermedad llamada apatía del elector medio. El peor mal que sufre la sociedad española: el síntoma de la pérdida de legitimidad del discurso político.
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