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El lunes 29 de mayo, cuando los partidos comenzaban a digerir el vuelco al tablero propinado por el escrutinio de las elecciones municipales y autonómicas y el adelanto de las generales al 23 de julio, Yolanda Díaz e Irene Montero se reunieron para reactivar las ... negociaciones destinadas a encajar a Podemos en el «frente amplio» nucleado en torno a Sumar. No está claro si el veto a Irene Montero afloró ya como el gran elefante en la habitación entre Díaz y Belarra en esa conversación, precipitada por el revés electoral después de meses de guerra fría y del plante de los morados al lanzamiento de la candidatura a la Moncloa de la vicepresidenta en el polideportivo Magariños. Pero lo estuvo desde el principio de la acelerada y tensa fase de diálogo para configurar la coalición de cara al 23-J antes de que venciera el plazo legal, este viernes a medianoche. Y ha acabado emponzoñando la alianza que Díaz pretende «histórica» en un trance de notorio desaliento en las izquierdas.
Excluir de las listas a Montero para la próxima legislatura , después de un desempeño de Podemos en el primer Gobierno de coalición desde la Segunda República marcado a fuego por el protagonismo de la titular de Igualdad y las leyes de su ministerio, siempre han sido palabras mayores. La número dos del partido, descubierta en la plaza pública en el par de horas de latigazos verbales contra la corrupción con que fustigó a Mariano Rajoy en la fallida moción de censura presentada por su partido hace ahora justo un lustro, se ha convertido en un símbolo para los suyos. Transigir con su sacrificio representa no solo apartar del escaparate político e ideológico a quien sus afines –en Podemos, pero también más allá– siguen creyendo un valor seguro pese a la animadversión que despierta, también, entre ajenos y propios según acaba de evidenciarse. Entregar su cabeza a Díaz en aras de una unidad que no existe entre la vicepresidenta y los morados representa tanto como renunciar al ADN de Podemos. A diluir su esencia más combativa.
El 'hastag' YoConIreneMontero circula por Twitter desde que se supo que Sumar formalizaría la coalición con los de Belarra dentro tragándose el sapo de proporciones cósmicas del veto a Montero. Un veto que las formaciones aliadas de Díaz, que llevan muchos meses trabajando la confluencia con quien identifican como el único motor capaz de tirar electoralmente de las variopintas izquierdas a la izquierda del PSOE, se han afanado en negar contra la creciente evidencia de que el elefante en la habitación amenazaba con despeñar las negociaciones. «Es algo más complejo que eso», señalan en el entorno de Díaz ante el lastre capital que se atribuye a la obcecación de la ministra y su equipo con la primigenia ley del 'solo sí es sí'. Pero pesen o no más ingredientes en el cóctel de la marginación –no ayuda la ligazón política y personal de Montero con Pablo Iglesias–, la norma que consagró el consentimiento en las relaciones íntimas y naufragó luego por la rebaja de condenas a más de un millar de agresores sexuales detona como la razón clave de su orillamiento.
«Yolanda no podía afrontar una campaña en la que la presencia de Irene le iba a convertir en el foco de los ataques de la derecha», explica alguien que conoce las objeciones de la vicepresidenta. Empeñada, como enfatizó ayer en el primer acto como líder de la coalición recién constituida, en hacer política «ilusionante», Díaz parece entender que la batalla sin cuartel que libra Podemos por sus posiciones, con la bandera de Igualdad ondeando en el Consejo de Ministros, genera un ruido tan audible que opaca estrategias de otra índole. Los coaligados porque no quedaba otro remedio identifican la exclusión de Montero como una cesión al clima «reaccionario» alimentado por las derechas. Un cuestionamiento que, no obstante, no es patrimonio del PP y Vox ni tampoco del PSOE que revirtió el 'solo sí es sí'. Lo es, también, de parte del feminismo de izquierdas que deplora que ser mujer haya pasado a ser «un sentimiento» en la ley trans.
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