Campaña sobre campaña

El realismo y el socialismo

Jorge Alacid

Logroño

Martes, 23 de abril 2019, 09:58

En las salas madrileñas de la Fundación Mapfre cuelgan estos días las sugerentes obras que integran una recomendable exposición, 'El arte en revolución'. El visitante que pasea su mirada de Chagall a Malévich, entre otras cumbres del siglo pasado, puede cavilar sobre cómo ... se materializó entonces, en aquellos proteicos años, la idea de realismo socialista. Lo cual es tanto una invitación a reflexionar sobre lo uno, la idea de realidad, como sobre lo otro: la noción de socialismo. Atender acto seguido al debate protagonizado por cuatro de los cinco tenores de esta campaña tan desafinada permite concluir que Karl Marx, cuya huella no anda muy lejos de la exposición, alguna razón llevaba: cuando la historia se repite, lo hace primero como tragedia y luego como farsa.

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Desde otra pared, la de un bar, la televisión pública emite en silencio el primer debate del 28A. Un cliente le pide al camarero que suba el volumen. El camarero se gira entonces hacia la pantalla y observa a los cuatro contendientes enmudecidos. Duda por unos segundos, tal vez porque el espectáculo es fascinante, si atender el ruego de su parroquiano: verles sin escuchar sus palabras tiene algo de travesura. Un íntimo placer: gesticulan muy serios, con una solemnidad afectada. Al final, el camarero accede y pone el volumen de a tele a funcionar, pero en voz baja. Un murmullo lejano, una farsa. Es posible que ese larguísimo plano en que los cuatro aparecían callados sea de lo mejor de la campaña electoral. En la calle, una pareja de viejos mendigos se disputa la cena que les regala el supermercado aledaño al bar. El realismo, de nuevo. O la realidad, convertida en tragedia.

En uno de los lienzos de la exposición aparece el famoso retrato de Malévich titulado 'El segador'. Una oda al trabajo, de inquietante apariencia. Menos realista que socialista. Cuyo contraste con el debate electoral deja flotando unas cuantas preguntas. ¿Cuándo dejó de ser chic el marxismo? ¿Y el socialismo? ¿Lo ha sido alguna vez la derecha? ¿Y la política? A la mañana siguiente, la misma pantalla de televisión responde a esta pregunta. El debate fue por supuesto el programa más seguido por la audiencia la noche anterior, con cifras de vértigo, en la opinión de los expertos en audímetros: nueve millones de personas atendieron la discusión entre estos cuatro caballeros, se supone que (ellos sí) con el volumen del televisor enchufado. La magia de la política desaparece, puede concluir el visitante de la exposición, cuando desiste de confrontarse con el espejo de la realidad. Cuando se desvanece toda concesión al realismo.

Frente a la pantalla del bar donde por la mañana se resume el debate de la noche anterior un grupo de clientes observa los sesudos comentarios de los llamados tertulianos. También ellos compiten entre sí, más cerca de la farsa que de la tragedia, en un desangelado duelo de ingenios a juzgar por la reacción que suscitan entre los parroquianos: la mirada de esas vacas que ven pasar el tren. Un tren remoto, muy lejano. Tan lejano como los tiempos en que el socialismo (o el marxismo) todavía fascinaba a alguien. Cuando la humanidad se preguntaba si también a la derecha existía alguna posibilidad de magia y se inclinaba a dejarse mecer por su embrujo. La exposición de Mapfre les contesta a todos ellos: lo que se cuenta en sus paredes tiene más de cien años. Y parece sin embargo radicalmente moderno en comparación con estos días de fúnebre campaña. Sobreimpresionado bajo las imágenes de la televisión, se anuncia el menú informativo del día. Reluce un dato pavoroso: cuatro de cada diez contratos firmados en España no duran ni un mes.

Como siempre, la realidad. O el realismo. La tragedia y la farsa.

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