El elector objeto de deseo de los comicios generales precipitados por el presidente Pedro Sánchez al 23 de julio lleva el nombre de voto útil. O lo que es lo mismo: las papeletas que, junto a la llamada a la movilización -para que se active ... en el caso del PSOE y para que no decaiga en el del PP-, pretenden los dos grandes partidos en liza ante un combate que se ha lanzado como un todo o nada.
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El marco lo ha querido definir así el jefe del Gobierno al no esperar tan siquiera a septiembre, pasado el período estival por excelencia, para batirse en duelo definitivo con Alberto Núñez Feijóo. Y así lo interioriza el PP, crecido por el escrutinio del 28-M para dar la puntilla al 'sanchismo'. Este 23-J es el día que marcará los destinos de Sánchez y de Feijóo. Y ahí, en el lugar donde el bipartidismo se disputa el poder, apenas queda sitio para permitirse que otros compartan el voto.
La singularidad histórica de unas generales encadenadas a la locales, con el margen mínimo que permite la ley, responde a los muy distintos escenarios de los que parten el jefe del Ejecutivo y el líder de la oposición. En el cuartel general del PP contemplaban la hipótesis de que Sánchez disolviera las Cortes anticipadamente, pero no que convocara en pleno verano. Un movimiento vertiginoso con el que su protagonista ha pretendido proyectar la tesis de que la remontada es posible, con una campaña que deberá montarse a marchas forzadas y en la que el desaliento en sus filas no va a disponer de tiempo para recrearse.
Son tres las cifras sobre las que el líder del PSOE y quienes le rodean tratan de levantar la convicción de que aún resta partido, aunque sea por penaltis. La primera, los 400.000 votos que median entre su cosecha del 2019, cuando fueron primera fuerza, y la de hace una semana, un desgaste que se interpreta como inferior a su traducción en la pérdida de poder territorial.
La segunda, el repunte en la participación que suelen registrar las generales, aunque entre las de noviembre de hace cuatro años y las municipales y autonómicas de seis meses después apenas se contabilizó un punto de distancia, a lo que se añaden las dudas sobre cómo va a comportarse el electorado en mitad de las vacaciones y cuánto representa la bolsa de abstencionistas que el PSOE cree, en buena medida, suya. Y la tercera, los 300.000 sufragios que se habrían quedado sin representación por la sopa de siglas que compiten a la izquierda de los socialistas.
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El manotazo propinado por Sánchez al tablero deja hasta este viernes próximo a Yolanda Díaz y a Podemos para cerrar una coalición. En esa cuenta atrás, Moncloa y Ferraz dicen confiar en que las izquierdas pacten para que ningún voto se vaya por el sumidero de la fragmentación. Pero si uno de los ejes ante el 28-M pasaba por buscar un complejo equilibrio que permitiera a Sánchez reivinidicar en primera persona la acción de su Gobierno pero procurando, al tiempo, que los socios llamados a confluir en Sumar mantuvieran el tipo, el batacazo ha recolocado las posiciones. Y aun esperando que Díaz y Belarra sellen un matrimonio de conveniencia, sin el cual la reedición del Ejecutivo se antoja ya del todo una quimera, los socialistas van esta vez a rebañar todas las papeletas a su alcance.
No solo porque precisen un mensaje -el de la concentración de apoyos- contra la ola 'trumpista' en la que Sánchez equipara al PP y a Vox-, sino también porque si se consuma la victoria de Feijóo, el PSOE necesitará conservar un colchón mínimamente mullido para encarar el día después. Vino a resumirlo ayer la ministra de Hacienda y número dos del partido, María Jesús Montero, quien definió al PSOE como «la gran casa de la izquierda en donde cualquier persona, cualquier voto, es bien recibido». «Nosotros -enfatizó en El País- sí que vamos a hacer útil un voto que se va a traducir en políticas que van a tener una enorme utilidad y bienestar para la gente».
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En la práctica, la feroz batalla con la derecha y la caza voto a voto comporta que el PSOE tendrá que rivalizar con Sumar al margen de cómo acabe la operación con Podemos. El 28-M ha reventado no solo los mencionados equilibrios con los socios con los que Sánchez aspiraba a agotar la legislatura; también la supuesta eficacia del 'ticket' electoral con el presidente que alentó el protagonismo adquirido por Díaz en la fallida moción de censura de Vox. Podemos se ha estrellado este 28-M: la vicepresidenta Calviño se permitió el sábado darlo por «desaparecido», una sensación de final de ciclo que Ione Belarra y otros dirigentes morados salieron ayer a conjurar al grito tuitero de «¡Seguimos con todo!». Pero los resultados de los potenciales componentes de Sumar -los comunes, Más País o Compromís- no aventan las posibilidades de Díaz, más airosas antes del 28-M.
Las cuitas en el PP -el aguante que ha demostrado Vox, con el que sumar, en este caso, se ha convertido en un quebradero de cabeza para Génova- están muy tamizadas hoy por un triunfo en las urnas que encamina a Feijóo a la Moncloa. «Tenemos 50 días, se trata de no crear incendios ante una izquierda que va hacia la polarización absoluta sin estar entendiendo nada» de lo ocurrido el 28-M, sostiene un dirigente popular.
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El partido, que se prepara para una campaña «no convencional», rehuirá el choque descarnado en el que creen que quiere comprometerles Sánchez y va, también, a concentrar voto. En su caso, a su derecha apelando al requerimiento de Feijóo de una mayoría nítida para «derogar el 'sanchismo'»; pero también a su izquierda, intentando amarrar a quienes votaron PSOE el 28-M por sus alcaldes y barones autonómicos y dudan de hacer lo propio con Sánchez.
Los populares están persuadidos de que el presidente es hoy un disolvente incluso entre los suyos. Y echa mano de su propia cifra: cuantifica en un 18% el trasvase de voto desde el PSOE captado antes de ir a las urnas el 28-M. Un baremo que, de confirmarse en el análisis postelectoral, superaría el de la Andalucía de la mayoría absoluta para Juanma Moreno.
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