Daniel Innerarity
Miradas de altura ·
Cree que la gran «batalla ideológica» entre la derecha y la izquierda se libra entre dos conceptos antagónicos de libertadDaniel Innerarity
Miradas de altura ·
Cree que la gran «batalla ideológica» entre la derecha y la izquierda se libra entre dos conceptos antagónicos de libertadDaniel Innerarity entiende la filosofía política como una «obligación cívica» que acomete «gustoso» para tratar de «arreglar los graves problemas» del país. Por la misma razón, el catedrático, investigador y ensayista, titular de una cátedra de Inteligencia Artificial y Democracia en Florencia, sigue formando parte, ... en quinto lugar, de la candidatura de Geroa Bai al Congreso, aunque, confiesa, ya llegó «decepcionado» a la política.
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- ¿Con qué ánimo se asoma a este 23-J un filósofo y candidato convencido de que la política actual gestiona la decepción?
- Hemos articulado un sistema político en el que los poderes que frenan el cambio son mucho más fuertes que aquellos que desearían una transformación. La sociedad actual se encuentra ante enormes desafíos que requieren transformaciones profundas y es muy penoso que la política se haya convertido en algo que administra el estancamiento.
- ¿Para qué sirve, entonces?
- La gran pregunta es qué añaden los políticos a la Administración. Los políticos están para corregir el conservadurismo de la Administración y la Administración para encauzar la frivolidad de los políticos. Por eso, nuestros sistemas no deben esperar que lleguen al poder los más listos ni los mejores ni temer demasiado que los malvados se hagan con él, pero a la vez son excesivamente conservadores.
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- ¿El auge de los populismos puede dar al traste con ese juego de contrapesos?
- El término populismo ha perdido sentido de tanto ser usado en la trifulca política. Igual que nacionalismo, son palabras arrojadizas. Los populistas suelen ser siempre los otros, cuando en realidad es una estrategia que permite prometer cosas que no se van a cumplir, halagar al público y establecer una confrontación simplista con el adversario.
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- Consecuencia de otro fenómeno muy de la España de hoy: la política de bloques. ¿Ve a medio plazo alguna posibilidad de romper esa dinámica, por ejemplo un pacto entre PSOE y PP?
- No lo veo posible, salvo en temas de Estado, y tampoco deseable. La campaña va de con quién va uno a gobernar, de hacer ver que Podemos y Vox son extremos equiparables. Pero no son lo mismo: Vox pone en cuestión Europa, los derechos de las mujeres o la diversidad sexual de una manera muy agresiva.
- En su último libro, 'La libertad democrática', analiza cómo este concepto vertebra la confrontación política. ¿Lo ha sabido exprimir mejor la derecha que la izquierda?
- Hay una batalla entre dos conceptos de libertad, uno liberal, basado en que no me digan lo que tengo que hacer, y otro modelo, digamos republicano, más difícil de defender porque es más sofisticado, que engarza la libertad individual con lo común y lo colectivo. Desde el punto de vista ideológico, la verdadera batalla es ésta. En las sucesivas crisis los gobiernos de izquierda siempre han respondido con alguna limitación y se ha podido caer en una cierta moralina: meterse en cómo nos tenemos que referir unos a otros, o incluso en nuestra vida sexual. Y frente a ese izquierda gruñona, que riñe, la derecha aprovecha el cansancio social para enarbolar las cañas y las terrazas o el quién soy yo para prohibir la entrada de coches en Madrid. Puede ser oportunista y frívolo y la derecha más razonable lo sabe, pero conecta con un estado de ánimo bastante generalizado.
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- ¿Y qué puede hacer la izquierda frente a eso?
- La izquierda, desde Marx, siempre ha tenido una visión muy sacrificial de la historia -a alguien de derechas le molesta la intromisión del Gobierno en su vida personal, a alguien de izquierdas la exclusión de los procesos de decisión-, pero debe ser capaz de plantear incentivos. A lo mejor hay que decirle a la gente, en vez de que no coma carne, que descubra las lentejas.
- ¿Se ha impuesto la emoción sobre la racionalidad?
- La conversión de la política en un espectáculo vuelca demasiada atención en las propiedades personales del liderazgo. En el mantra del antisanchismo ha tenido responsabilidad el propio Sánchez al construirse una imagen de tipo duro y resistente que, en realidad, dificulta los pactos y da alas a la oposición para agitar ese monigote.
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- ¿Es pertinente el debate sobre la preeminencia de la lista más votada para evitar dar poder de decisión a los extremos?
- Hay una profunda hipocresía en muchos actores políticos en la estigmatización del adversario extremo. Si Vox al PSOE le pareciera tan malo actuaría en consecuencia y lo mismo a la inversa si Bildu, ERC y Podemos le parecen tan malos a la derecha. ¿Qué nos dice eso del juego político? Que los actores políticos no creen en la gravedad de aquello sobre lo que se rasgan las vestiduras.
- ¿Y cuando se exacerba la discrepancia? ¿Forma parte también del juego político o existe una amenaza real a nuestras democracias?
- Hay una amenaza real y, de hecho, en los gobiernos que ha entrado Vox ha exigido, por ejemplo, disminuir el presupuesto para combatir la violencia machista y eso no es una tontería que se pueda banalizar. Pero que eso vaya a más no depende tanto de Vox sino del PP: los partidos conservadores afrontan un gran desafío frente a esta ola reaccionaria, tienen que decidir qué van a ser de mayores. Si quieren seguir en la indefinición y en el pánico o reivindican un centro derecha liberal y moderado que ha sido nuclear en la construcción de Europa. Si saben defender su ideología frente al acomplejamiento las conquistas sociales no correrán demasiado peligro.
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- ¿La mejor forma de aplacar los extremismos es absorberlos en el sistema?
- Han funcionado mal las dos cosas. Pero pensemos en la moción de censura de Tamames. A veces, en democracia, más que la exclusión, lo mejor es dejar que la gente haga el ridículo.
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