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El rey Pirro de Épiro, hijo de Eácides y Ftía, nacido en el año 318 antes de Cristo, se daba un aire a Pedro Sánchez. Era osado, incluso temerario. También muy ambicioso. Tenía fama de gran estratega. Las estatuas antiguas lo presentaban como un ... soldado apuesto, apolíneo, alto, fuerte. Sus súbditos le llamaban «el águila».
A Pirro le fueron saliendo bien las cosas. A los 23 años se había cargado a Neoptólemo II, rey de Épiro, y había conseguido sentarse en aquel trono incómodo y movedizo, que tampoco era precisamente el centro del mundo: Épiro era un país pequeñito, una franja montañosa y pobretona situada en una esquina de la Grecia continental.
Pero Pirro no se conformaba; quería más. Mucho más. Era un tipo valiente, arrojado, listo. Apostaba fuerte y solía ganar. Lo comparaban con Alejandro Magno. Un día acudieron a él los tarentinos -un pueblo itálico- para que les ayudara en su lucha contra Roma. Pirro no hizo cuentas; le pudo la sed de aventuras, de territorios, de conquistas. Montó un ejército, cruzó el mar Jónico y desembarcó en Italia. ¡Romanos a él!
Tras muchas escaramuzas y tanteos de resultado incierto, la batalla final se libró en Asculum. Pirro ganó, pero a costa de perder muchos hombres. Tantas bajas sufrió que tuvo que replegarse y pactar una tregua con Roma. Dicen que dijo: «Otra victoria como esta y acabaré derrotado».
Pedro Sánchez, triunfador el domingo, bebe hoy el mismo vino agrio que se tragó aquel rey hace más de dos mil años. Y tal vez por razones parecidas: hay movimientos que parecen más explicables desde la psicología que desde la ciencia política. ¿Cuánto hubo de cálculo en la convocatoria electoral? ¿Cuánto de chulería? ¿Cuánto de apuesta deportiva a-ver-si-nos-forramos? Preguntas acuciantes que flotan entre las nieblas de noviembre y cuya verdadera respuesta solo conocen dos personas: Pedro Sánchez, nuevo rey de Épiro, y su consejero áulico, el enigmático Iván Redondo.
Pero más allá de las confusas razones de los estrategas, tras la jornada electoral quedan los datos que subrayan la víctoria pírrica del PSOE: las derechas sonríen (los ultras a mandíbula batiente) y las izquierdas no pueden esconder su frustración. El centro casi ha desaparecido, quizá porque se pervirtió jugando a ser derecha. Y en los extremos va formándose un alegre y creciente coro de folclorismos regionales con ganas de continuar la juerga o de sablear a alguien.
Tal vez por efecto del aislamiento geográfico, en La Rioja todos estos movimientos nacionales han quedado amortiguados, como si aquí solo llegase un lejano y apacible eco de lo que sucede en España. El bipartidismo recupera su pulso en esta nostálgica orilla del Ebro, sobre todo porque Ciudadanos se ha estrellado con estrépito y Unidas Podemos sigue suicidándose sin prisa. En Vox gritan mucho, sacan las banderas a pasear y el domingo estaban como de fiesta, pero de momento en La Rioja pintan poco: presumen de ser la tercera fuerza, pero se han quedado a casi 10.000 votos de conseguir un escaño y solo tienen un concejal en Calahorra.
El filósofo e historiador Plutarco decía del rey Pirro: «Lo que adquiría con sus hazañas lo perdía por nuevas esperanzas, y no sabía salvar lo presente, según convenía, por la codicia de lo ausente y lo venidero».
Cuántos socialistas riojanos habrán pensado hoy lo mismo. Y qué poquitos se atreverán a decirlo en voz alta.
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