Lo ha vuelto a hacer. Felipe González insiste en marcar la agenda, esta vez en el prólogo de un monográfico sobre el valor político de los pactos editado por la Universidad Internacional de La Rioja. El expresidente del Gobierno se alinea sin medias tintas con ... la tesis de Alberto Nuñez Feijóo -y, ojo, de diputados como el peneuvista Aitor Esteban- de dejar gobernar a la lista más votada, esa máxima elástica de la que, quien más quien menos, se apea cuando le conviene, como hizo el PP de Extremadura ya antes del culebrón de María Guardiola.
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Además de las admoniciones contra el bloqueo y los bloques y sus efectos letales en la credibilidad y la competitividad del país, son significativos los nombres que acompañan a González en el citado especial, coordinado por su fundación: Ramón Jáuregui, Elena Valenciano, Soraya Sáenz de Santamaría, Fátima Báñez... Lo más granado del bipartidismo, en su versión más moderada, haciendo elogio del acuerdo y la centralidad como garantía de progreso. La presentación pública de la revista en plena campaña tampoco es baladí -qué más quiere Gabriel Rufián para seguir alertando de una gran coalición postsanchista- y refleja la sensibilidad de una porción importante de españoles.
Llamémosles los templados, esos ciudadanos (algunos exvotantes de Cs, valga la redundancia) que abominan del 'hooliganismo' político y otras modas perniciosas en auge como las lonas que afean últimamente el centro de Madrid, con los edificios capitalinos convertidos en espejo de los estercoleros que pueblan las redes sociales.
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La gente corriente que arruga la nariz lo mismo con -pongamos- la chapuza del 'solo sí es sí', la gente de Desokupa o los ataques a la bandera LGTBI. El grueso del electorado, que no pertenece a ningún nicho específico al que los partidos busquen seducir con sus promesas. Que no es tan veterano como para ser ya pensionista ni tan insultantemente joven como para aspirar a la 'herencia universal' de 20.000 euros que promete Yolanda Díaz al cumplir 23. El votante invisible, pero determinante, que aún no tiene decidida su papeleta pero que puede oscilar entre PP y PSOE, ese elector al que no le entusiasman los pactos con Vox pero tampoco los populismos de izquierdas. Un votante quizás anodino para los gurús del marketing pero jugoso para la cuenta final de resultados.
De ahí que, a una semana del cara a cara Sánchez-Feijóo, los dos puntales del bipartidismo empiecen a virar hacia el centro. Hacia esa gran bolsa de indecisos, superior al millón, que puede hacer viable el sueño de Feijóo de gobernar en solitario o dar opciones a Sánchez de frenar el relevo en la Moncloa o, cuando menos, bloquearlo. Y para eso, nada mejor que distanciarse de los partidos a su derecha y su izquierda. Así se entiende el rapapolvo de Nadia Calviño -¿otra vez ella o nadie?- a una Díaz que no acaba de despegar por la idea copiada a Thomas Piketty. O la insistencia de Feijóo en separarse ahora de Abascal y sugerir que debería hacerse mirar lo suyo con la violencia de género y los derechos LGTBI. En sacar brillo a la foto de la cántabra Buruaga con Revilla y a la determinación del murciano López Miras en no ceder a las exigencias de Vox. Votante sin rostro, prepárese, que PSOE y PP le buscarán hasta en la playa.
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