Santiago Abascal no se había visto en otra. En horario de máxima audiencia en la televisión pública, en puertas de las elecciones, sin rival en el campo de la derecha que le replicase por la incomparecencia voluntaria de un Feijóo con lumbalgia y pocas ganas ... de que le asociaran con Vox e interpelado cual flamante líder de la oposición por el presidente del Gobierno y la vicepresidenta segunda. Nunca tuvo el candidato de la extrema derecha tanto foco y tanto protagonismo y mejor ocasión de dar la vuelta a unas encuestas que reducen su representación a la mitad.

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Nunca se le escuchó tanto a Abascal como en el desigual y extraño debate a tres de anoche en RTVE, en el que Pedro Sánchez y «Yolanda» (entrecomillado, porque así se refirió el presidente del Gobierno en todo momento a la candidata de Sumar, que no se quejó como Morant por ser llamada por el nombre de pila) hicieron tándem más contra Vox que contra el ausente candidato del PP, que seguramente se alegraría en su fuero interno de no haber aparecido por Prado del Rey. Y se alegraría Feijóo -o al menos, no se tiraría de los pelos, arrepentido, pese a lo mucho que le citaron- porque los extremos del tablero cobraron un inusitado protagonismo frente a un Sánchez más bien desdibujado, que cedió la batuta del debate a una Yolanda Díaz desatada en pos de esos escaños en disputa en algunas circunscripciones que pueden caer del lado del que logre hacerse con la tercera plaza, una pelea a brazo partido entre Vox y Sumar que decidirá muchas cosas el próximo domingo.

De esa liza trató, sobre todo, el debate, frente a un Sánchez que buscaba resarcirse del mal sabor de boca que dejó en el PSOE el cara a cara de Atresmedia con Feijóo y, sin embargo, pareció a veces un convidado de piedra en los mandobles que se dirigieron Díaz y Abascal, enredados en un bucle interminable y afanados en sacarse los colores el uno al otro. Que si ustedes se ríen de las mujeres -con una fotografía de dirigentes de Vox en Valencia compadreando durante un minuto de silencio por una mujer asesinada-, que si ustedes quieren meter a un violador transexual en la cárcel de mujeres y que si están esperando a que empiece a «maquillarse», que si los comunistas, que si el fin del mundo. Asuntos muy polémicos y jugosos para atrapar a la audiencia, pero seguramente ineficaces a la hora de movilizar indecisos y abstencionistas en la franja templada del electorado.

Tanto se creció la vicepresidenta -ya se verá si con premio en las urnas, porque a veces pasarse de frenada es contraproducente- que se permitió alguna pulla contra Sánchez, al que por supuesto también se refirió como «Pedro» en todo momento, de forma tan ostentosa que hasta el moderador llamó la atención sobre el asunto. Abascal, enredado en sus obsesiones, arrancó el bloque económico, el que a fin de cuentas más preocupa a los españoles, hablando de las «mentiras» que iba a contar Sánchez. Elocuente. Fue, en fin -y no sólo por las ausencias-, una fotografía borrosa e irreal de la realidad sociológica y electoral de un país mucho más centrado de lo que ayer pudo parecer.

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