Debió de quedarle claro a Pedro Sánchez en cuanto empezó a correr el cronómetro del cara a cara que no estaba en 'El Hormiguero'. Que Alberto Núñez Feijóo no es Pablo Motos ni estaba dispuesto a dejarse avasallar por la apisonadora del que va por ... detrás en las encuestas y está necesitado de arriesgarlo todo, de jugársela a cara o cruz para impulsar una remontada aún insuficiente, según las encuestas. A fin de cuentas, aunque los debates en horario de máxima audiencia sirvan, sobre todo, para reforzar a los convencidos, los estudiosos del tema han valorado que pueden mover la intención de voto ligeramente por encima de los dos puntos, como mucho. Lo mínimo que necesita el candidato socialista para que la derecha no sume y tener opciones de reeditar su mayoría 'patchwork' y el empujón que le falta al aspirante popular para poder acariciar su sueño de gobernar solo, sin la tutela, más nociva que molesta, de un Vox cada vez más ultramontano.
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Resulta comprensible, por esa razón, que los contendientes salieran al ring a por todas. Que quisieran convencer, por todos los medios, a por esa bolsa de votantes que ni siquiera han decidido aún entre urna o playa. Pero no es en absoluto entendible que el debate se transformara, en pocos minutos, en una pelea bronca y tosca en el barro, una cacofonía ininteligible salpicada de exhortos del tipo 'déjeme terminar', 'qué le pasa hoy', 'usted está acostumbrado a mentir', 'pero qué está diciendo', 'no sabía que usted tenía sentido del humor' y todo en ese plan.
Un cacareo confuso, pese a las protestas de los moderadores. Más por culpa de un Sánchez que empezó flojo y titubeante con la economía, pese a que su lenguaje corporal previo hacia esperar lo contrario –de pie, seguro de sí mismo, dando paseos por el plató cual león enjaulado–y quiso contraatacar sin piedad en el bloque que más le favorecía, el dedicado a Igualdad.
Tanto que Feijóo le tuvo que recordar que, efectivamente no estaban en el plató de Motos ni en el Senado. En ese punto, cómo no, salió Vox a relucir y su estrella ya no se apagó en los 100 minutos que duró el debate. Los «comunistas» y Bildu ya habían tenido su minuto de gloria pero fue morder Sánchez el hueso de la extrema derecha y no soltarlo. La alargada sombra de Abascal, que estaría encantado viéndolo desde su casa, ya no abandonó a los contendientes. La pelea se niveló, sobre todo porque ni Sánchez ni Feijóo están a salvo de incoherencias y contradicciones. El candidato del PP perdió la ocasión de alzar la voz contra comportamientos impresentables de sus socios y Sánchez se quedó sin palabras cuando su adversario, bolígrafo en ristre, le puso sobre la mesa un pacto, ya redactado, en el que se comprometía a dejarle gobernar si la del PSOE es la lista más votada. «Es que voy a ganar las elecciones», decía Sánchez. Y ahí Feijóo echó directamente la firma con aire de suficiencia. Sánchez se reía, nervioso. Seguramente porque sabía que si el debate era su última bala, había disparado con pólvora mojada.
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