San Millán y nosotros
Campaña sobre campaña ·
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Campaña sobre campaña ·
Día 4Manda la tradición que cada cierto tiempo sean convocados los medios de comunicación de La Rioja en el Monasterio de Yuso para dar cumplida noticia de los acontecimientos de la agenda informativa que reclaman el auxilio de tan magno escenario para otorgar notoriedad y ... trascendencia a, por ejemplo, el Día de La Rioja, una visita de la Familia Real o, como en el caso de este jueves 11 de abril del 2019, asistir a cómo sancionan sus señorías la tercera reforma del Estatuto de Autonomía. De manera que cualquier periodista habrá enhebrado su particular historia sentimental con el entorno del río Cárdenas y preservará en su memoria profesional (y también personal) este tipo de viajes tan gratos: la cumbre del San Lorenzo, nevada o con caspilla, los Distercios asomando, el caserío de Badarán o Berceo preludiando el encuentro con San Millán. Postales periodísticas.
Resumen: todos los periodistas somos más o menos un poco San Millán. Aunque no se nos pegue como debiera algo de la relevancia de semejantes hitos, fruto sin duda de la indiferencia con que el periodismo trata cuantos asuntos aparezcan en su horizonte acompañados de etiquetas tan intimidantes como las que han sonado en el Salón de la Lengua: la palabra histórico. Que ha sido el adjetivo más empleado en un acto que no por casualidad precede en apenas unas horas a su auténtica esencia: arranca la campaña electoral. Y sus señorías querían su Estatuto reluciente y sobre todo querían su foto. Porque todas ellas miran en realidad no tanto hacia San Millán como hacia las urnas. Ellos no son como nosotros.
Pues ya la tienen. Ya tienen su foto. Y en en San Millán, como reclama la tradición estatutaria. Que tenía esta mañana de primavera el aspecto de albergar una suerte de boda civil. Un enlace muy particular. Dominado por la frialdad, como esas ceremonias nupciales hasta donde los futuros esposos y sus invitados acuden arrastrando los pies, sin disimular las ganas de irse. Hasta el punto de que han sobrado sillas para los invitados que han declinado acudir a Yuso, quienes tampoco se han perdido nada: una legislatura mustia, que parecía tan prometedora allá hace cuatro años, hace bueno su perfil bajo con una sesión desangelada, tan desangelada como algunos de los mítines de la precampaña. Lo cual tiene su lógica: aprobar el Estatuto como primera etapa de la carrera hacia la Moncloa. Primera cuenta de un rosario de misterios dolorosos (y alguno gozoso habrá también) que acabará en mayo, con la segunda visita a las urnas.
Porque lo de menos del pleno ha sido el carrusel de discursos (donde se colaba el espíritu electoral en algún caso, como ha ocurrido sobre todo con la intervención de Concha Andreu), o el lánguido protocolo, con sus sillas de tijera pintadas de blanco: lo fundamental ha sido la lastimosa sensación de que la ciudadanía sigue de espaldas a su Parlamento. Imposible encontrar por las calles de La Rioja a alguien que supiera de la relevancia de aprobar la norma fundamental del autogobierno riojano, un desdén sublimado en la anécdota de una jornada (histórica) donde lo anecdótico, en efecto, ha ido ganando peso a medida que avanzaba: el padre Merino, prior del Monasterio, encerró bajo llave a los asistentes al término del (histórico) pleno. Arremolinadas ante la puerta, incapaces de encontrar la salida, sus señorías encarnaban muy bien el tipo de acto que acababan de abandonar. Una especie de Gran Hermano para políticos. De hora y media de duración. A cuya conclusión, la realidad estaba todavía ahí. Como nosotros. Como San Millán. Puras postales.
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