El miedo y los medios
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Día 12En un capítulo de las primeras temporadas de El Ala Oeste de la Casa Blanca, los asesores de aquel presidente norteamericano de ficción discutían en torno a su estrategia de campaña. Resumiendo mucho los pareceres enfrentados, había quien sostenía que en vísperas de elecciones ... todos los votantes parecen idiotas; por el contrario, otras voces opinaban que no se trataba tanto de que lo parecieran, o que así se lo pareciera a los candidatos, como de que en esa coyuntura se les trata como si lo fueran. Aquella sentencia sirve muy bien para describir los términos de toda competencia electoral, en función del impacto que se procura generar sobre los potenciales electores. Y sirve tanto para ese cosmos de la ficción, aunque estuvieran muy anclada sobre la realidad, como para la vida real. En Estados Unidos y en España.
Porque en realidad el tema oculto de esa discusión era el miedo. En campaña, todos los candidatos tienen miedo. A perder lo que tienen, quienes ya han atrapado el poder. A fracasar en su intento de materializar sus ambiciones, quienes aspiran a gobernar. El miedo atenaza sus palabras y hasta sus movimientos. En campaña, todos los partidos son conservadores. No ideológicamente, que también los hay, sino culturalmente. Jugadores de pequeña, se les llama en el argot del mus. Quieren sumar votos pita a pita. Y en esa estrategia, pensar a lo grande está vetado. De modo que se acercan a pedir el voto con miedo. A través de los medios. Que lo detectan según entran en contacto con el candidato.
El miedo a decir la verdad. A mantener las auténticas opiniones, no las camufladas bajo la atmósfera de lo que conviene o no conviene decir, lo cual incluye actos tan extravagantes, pero tan extendidos, como esas comparecencias durante las cuales el candidato no dice nada. Una enfermedad que se extiende por todo el arco parlamentario y alcanzar incluso a quienes todavía carecen de representación en las Cortes, como puede verse en la campaña del 28A. Los jefes de campaña programan en consecuencia actos insustanciales, emboscados bajo nombres rimbombantes: paseo del candidato por las calles de tu ciudad. Sólo para gráficos; es decir, abstenerse de preguntar al líder qué opina de esto o de lo otro. Ha llegado hasta aquí sólo para hacerse unas fotos.
Es el caso ocurrido este Viernes Santo con Pedro Sánchez en Logroño. Su intrascendente caminata ha llegado poco después de desvelarse que aceptaba una doble tanda de debates televisados. Desde el servicio de prensa del PSOE se recordaba a la prensa, antes de entrar en contacto con su líder, lo antedicho: no hacer preguntas. Una instrucción gratuita: el periodista siempre puede hacerlas. Cosa distinta es que el aludido las responda, a lo cual está en su derecho. Igual que el periodista, cuya obligación natural es la de preguntar. Es lo que han hecho los medios convocados a la puerta del bar donde iba a desayunar, sin éxito, porque Sánchez las ignoraba. Por azar, uno de ellos (quien escribe estas líneas, qué casualidad) se ha apartado unos metros del grupo de periodistas y cuando ingresaba en la cafetería, ha mantenido este breve pero esclarecedor intercambio de palabras, mientras resonaban al fondo las preguntas de otros periodistas: «¿Y el debate presidente? ¿Qué nos dice del debate?».
- Periodista: Bueno, presidente, dos mejor que uno, ¿no?
- Sánchez: Bueno, qué remedio.
El candidato socialista ha hablado sin darle importancia a lo que decía. Porque en realidad, no la tiene. Es un comentario de pasada, sin grave relevancia. Que así ha figurado en una crónica enviada desde la puerta del bar a la redacción de esta casa, publicada en este diario y divulgada luego por otros medios de comunicación. Hay quien interpreta fastidio en esta frase del presidente. Como si acudiera al debate arrastrando los pies. Puede. Pero en ese momento sólo parecía un comentario a vuela pluma. El propio de quien se ha creído a salvo de la prensa y no contaba con que hubiera otro periodista un poco más allá. El propio de quien habla sin demasiado miedo.
Es posible que Sánchez pensara que ese diálogo tan breve lo mantenía con un espontáneo. No era el caso. Mi error (y perdón por la primera persona) ha sido no identificarme, en la suposición de que como figuraba en la comitiva que le acompañaba durante su paseo era fácil identificarme como miembro de la cohorte de periodistas. Un error por el que debo disculparme. De algunos medios me han llamado para preguntarme (y pido disculpas otra vez por el ataque de protagonismo) si había grabado esa escueta charla, pero no era el caso. Y en algunas redacciones empezaban a maliciarse si incluso había existido ese intercambio de palabras. Ha existido. Tal cual se cuenta en el párrafo anterior. Todo lo demás, incluyendo algunas conspiraciones locas que se efectúan alrededor de la anécdota del día en toda campaña, son, como me decía este mediodía una compañera de profesión, «cosas de los de Madrid».
Sí. Eso debe ser. Las cosas que suceden cuando todo el mundo entra en combustión en el camino hacia las urnas. Cuando se trata al votante como si fuera idiota. Con un exceso de respeto tan acusado que si el candidato se manifiesta tal y como es, nos hemos acostumbrado a pensar que no: que es imposible que alguien diga la verdad. Que hable sin miedo al qué dirán.
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