La Cañada de Hidum, en Melilla, parece de otro planeta. Y no por el hecho de que una de sus arterias sea la carretera de la Vía Láctea o porque sus calles luzcan nombres tan astronómicos como Orión, Casiopea, Perseo o Piscis. La Cañada es ... probablemente uno de los barrios más deprimidos de España y ha sido escenario de algunas operaciones antiyihadistas a la sombra de la Mezquita Blanca. Fue hace unas semanas, además, el epicentro de la mayor trama de compra de votos por correo de la historia de la democracia.
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«Yo mismo vendí mi voto. 150 euros. Y la mayoría de mis amigos, y mi familia… », confiesa sin ningún rubor y entre risas Ahmed, un joven de 22 años, que junto a otro grupo de chavales, charla en las escalinatas del callejón de Géminis. Del grupo de seis, cinco admiten haber chanaleado con su papeleta. El sexto, guarda silencio, pero no lo niega. Con esta proporción a pie de acera y teniendo en cuenta que en la Cañada se hacinan bastante más de 10.000 de los 85.000 habitantes de la ciudad, no es difícil de entender cómo la trama de compra de papeletas postales llevó a Melilla cifras récord: 11.707 peticiones de sufragio por correo sobre un censo electoral total de cerca de 55.000 inscritos.
¿Votaréis el 23 de julio en las generales?», pregunta el visitante. «Sí, he oído que hay elecciones, pero nadie nos ha venido a avisar ni a pagarnos esta vez. A mí si no hay dinero, no voy a perder el tiempo. Me da igual», responde de nuevo Ahmed, convertido en improvisado portavoz del grupo.
Él y sus amigos se van a quedar esta vez sin «propina», avisa uno de los funcionarios de la Policía Nacional adscrito a la investigación de la trama, que Anticorrupción apunta a que fue obra de Coalición por Melilla. «Ni van a intentarlo tras el escándalo de mayo ni las generales interesan tanto como las de la Asamblea. Ahora solo se eligen un diputado y dos senadores y son para Madrid. Aquello queda muy lejos», reflexiona el funcionario.
Los comentarios de la Cañada se repiten en idéntico sentido en los barrios marginales de la ciudad. En Los Cuerpos, en el Monte de María Cristina o en la zona del Rastro no es en absoluto raro encontrar gente que ha vendido su voto a cambio de dinero o de favores y, sobre todo, gente que se lamenta de que nadie haya vuelto a intentar comprar su papeleta para los comicios de este julio. Unas elecciones que en nada, aseguran, van a mejorar en sus humildes vidas.
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¿Por qué esta trama en Melilla? «El índice de desempleo es mucho más alto que la media y hay mucha población vulnerable, pero sobre todo existe una alta proporción de población que, aunque muestra su orgullo de ser española, no tiene mucho arraigo cultural. Hay todavía un camino largo de adaptación de la población de origen rifeño», apunta Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu, el general en la reserva que en esta legislatura ha sido el diputado de Melilla en el Congreso. El parlamentario del PP, que insiste en que el proceso electoral es «muy garantista» aunque le hará falta un «giro» para evitar tramas de compra por correo, descarta por completo que Marruecos esté detrás de estas maniobras o de otras injerencias similares. «Rabat no se involucra en esto. Cuando Marruecos quiere presionar, lo hace con los flujos migratorios, con las fronteras o aduanas...», resalta.
De vuelta al centro de la ciudad, en la preciosa Melilla modernista que tiene como epicentro la Plaza de España, no hay ni rastro de la venta de votos. En las calles del Ejército Español, en la plaza de los Héroes de España o en la Avenida de los Reyes Católicos, sin embargo, también son escépticos ante el 23-J. «¿Qué va a cambiar con un solo diputado. Si ya sabemos además quién va a salir», explica uno de los parroquianos de La Cervecería, el bar más popular de la ciudad. Las estadísticas le dan la razón: desde 1989 el diputado melillense siempre ha sido del PP y desde 1996 los dos senadores vienen siendo, indefectiblemente, del mismo partido.
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«Es cierto, hay mucha desafección. Y está bien ganada. El diputado y los senadores se mueven dentro de la disciplina de voto y no por los intereses de la ciudad. Valga el ejemplo del propio Díaz de Otazu, que en esta última legislatura ha estado en la comisión de Defensa. En 19 años se han hecho 19 preguntas sobre Melilla en el Parlamento», denuncia Eduardo de Castro González, presidente de Melilla entre 2019 y 2023.
Enfrente del palacio que alberga la Asamblea que en los últimos cuatro años ha dirigido este exmiembro de Ciudadanos (por un acuerdo con el PSOE y Coalición por Melilla) está la Delegación del Gobierno. Su titular, Sabrina Moh, da mucha más importancia al 23-J que la mayoría de sus vecinos. «Los melillenses nos jugamos muchísimo en estas elecciones porque buena parte de las competencias que afectan a la vida de la ciudadanía, a diferencia del resto de España, se gestionan directamente por el Gobierno central. Sanidad, Educación, Imserso… Que se sigan construyendo centros educativos o no, que se termine o no las obras del Hospital Universitario, que se refuercen las plantillas de la Policía Nacional y de la Guardia Civil ... Todo depende del Gobierno de la Nación», apuntala la delegada, que se niega a valorar «conjeturas o suposiciones» sobre la existencia o no de injerencias por parte de Marruecos en los procesos electorales en Melilla.
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«Hay mucha leyenda sobre eso», zanja Javier Fernández Arribas, articulista de este periódico y director de Atalayar, la principal revista dedicada a analizar las relaciones hispano-marroquíes. Fernández Arribas también quiere desmontar otro de los mitos sobre la trama de compra de votos: que detrás del intento de Coalición por Melilla estaba, de nuevo, Marruecos. «La relación de Aberchan (líder del partido) con Rabat no es nada buena», rebate el experto.
Nadie, entre los entrevistados, ve a Marruecos con interés en interferir en este 23-J, pero la sombra del país vecino, como la del cercano Monte Gurugú con sus 800 metros, siempre está presente en la vida de la ciudad autónoma. Una Melilla, mucho más preocupada por la subsistencia diaria, por los saltos masivos o las recurrentes trabas en la frontera que en unos comicios -los generales-que se ven como «cosas de la Península».
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