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«Yolanda te agarra y no suelta». Quien define así a la vicepresidenta del Gobierno es un rival encuadrado en la derecha que ha sido víctima –lo dice en tono afectuoso– de la zalamería que se gasta como arma de seducción política. Allá donde va, ... Díaz reparte 'biquiños' gallegos a diestro y siniestro buscando una complicidad que le sale así, pero que también ha demostrado una notable utilidad para ir ganándose el espacio que le regaló, envuelto en el celofán del veneno, Pablo Iglesias, su viejo amigo, su camarada, su mentor en el Podemos del asalto a los cielos. Lo de matar al padre es un sacrificio recurrente en el altar de los partidos. Lo que resulta más infrecuente es que sea una mujer con ambiciones la que lo haga. Y que lo haga, además, desplegando mimos y apelaciones a la felicidad como líder indiscutible de una coalición de cuchillos largos. Empuñados, esta vez, por los agraviados que ha ido sembrando Iglesias y que le esperaban apostados en la esquina.
La agrupación de una quincena de formaciones de distinto peso y condición en la casa madre en que pretende convertirse Sumar diluye el protagonismo político que con tanto ahínco persiguió –y aún sigue buscando a través de las redes sociales y su presencia mediática– el fundador de Podemos; una paulatina consunción que desembocó en el fracaso del 28-M, transformado en la coartada –explicable para Díaz y sus afines e injustificable para los morados– que ha colocado a éstos entre la espada y la pared: o tomas la coalición a medida de la vicepresidenta o la dejas con el riesgo de terminar siendo del todo irrelevante en medio de la polarización feroz entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Esa espada y esa pared con la que Iglesias presionó a otros cuando podía permitírselo.
En 2015, en plena irrupción de la 'nueva política' hoy en trance de dilución, el líder de Podemos calentó el 'pacto de los botellines' con Izquierda Unida agitándolo previamente con el látigo del desprecio. «Vosotros sois muy cultos y os encanta recoceros en esa especie de cultura de la derrota. El típico izquierdista tristón, aburrido, amargado..., la lucidez del pesimismo (...) Me parece súperrespetable, pero a mí dejadme en paz. Nosotros queremos ganar», espetó a quienes han acabado ligados a Podemos hasta estas municipales y autonómicas y con los que Ione Belarra se tiene que coaligar ahora en posición de desventaja. Iglesias motejó de «pitufo gruñón» a los líderes de IU; entre ellos, Alberto Garzón, quien hace ocho días quiso señalar la puerta de salida a Irene Montero y a la propia Belarra al renunciar a ir en las listas de Sumar para intentar abrir una nueva etapa en las izquierdas.
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Garzón arropó a Díaz en el rutilante lanzamiento de su candidatura el 2 de abril en el polideportivo Magariños. También lo hizo Íñigo Errejón, aquel chaval que había enternecido a Iglesias al verle comer pan en la Complutense, el cuartel general donde ambos labraron el rompedor Podemos de los días de vino y rosas. La alianza, forjada por el sentimentalismo de la amistad y las lealtades que tantas veces saltan por los aires en política, reventó en el divorcio de Vistalegre, cristalizó en la escisión de Más País y ahora se consuma en revancha. Un escarmiento donde más duele, en la lista por Madrid, en la que Montero está excluida y Belarra aparece relegada por el propio Errejón y el rescatado Pablo Bustinduy, otro desafecto en su día con el proyecto de Iglesias.
«Si pides la unidad a torta limpia, a tu electorado lo estás deprimiendo y luego da igual que te des la mano», avisó Díaz, premonitoria, al «cascarrabias» Iglesias en el programa de Évole, tras reprocharle que la designara sucesora a dedo cuando ella no lo quería así aunque acabó aceptándolo. Matar al padre a 'biquiños', hasta aislar a Podemos yendo en una coalición hostil. Díaz acaba de innovar el sentido político de pasar factura. Veremos con qué resultado en las urnas.
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