Pedro Sánchez realiza este lunes una declaración institucional. R. C.

La última jugada

Lejos de admitir la causa de fondo de la debacle solo achacable a sus graves errores políticos, Sánchez, se ha dejado llevar por el desasosiego en el rock de la derrota. Únicamente le obsesiona neutralizar el efecto arrastre del ganador manejando el calendario

Lunes, 29 de mayo 2023, 14:53

Perdido el primer órdago frente al PP y a Feijóo, Pedro Sánchez ha lanzado el segundo cuando no se habían cumplido ni veinticuatro horas de la debacle municipal. Lo que confirma la reputación del presidente del Gobierno como hábil regateador y jugador del corto plazo. ... La convocatoria urgente de elecciones generales es un intento de parar la ola azul antes de que crezca más. Se podrá utilizar la metáfora de la última bala en clave de político extenuado de tanto huir hacia adelante, pero tiene todo el derecho y la legalidad para jugar con los tiempos, con las emociones y con la estrategia. Otra cosa es que la corriente de cambio, la inercia cíclica, el ansia social por la mudanza al timón de la nación, ya sea imparable. Parece claro que Pedro Sánchez y su equipo tenían el plan b bastante elaborado y que ellos tampoco se creían los pronósticos triunfalistas del CIS de Tezanos. Parece evidente que los seis meses que quedaban para acabar con normalidad la legislatura no se consideraban en Moncloa como una oportunidad de demostrar que con la gestión se podían revertir los resultados. Más bien se temían como una fase de mayor deterioro y desgaste de la marca socialista y su presidente.

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El factor Vox, con sus buenos resultados que condicionan la formación de gobiernos locales y autonómicos, ha sido un clavo ardiendo al que agarrarse y el dato que faltaba para lanzar la arriesgadísima apuesta de meter al país en una consulta electoral en pleno verano, en plena presidencia de turno de la Comisión Europea, dos meses después de una despiadada campaña cuerpo a cuerpo y bloque a bloque. Pero Sánchez no es hombre de luces largas. Eso le hubiera obligado a remodelar el gobierno a fondo, romper alianzas tóxicas, girar hacia la centralidad y la socialdemocracia dejando atrás el populismo. Decir al cuerpo electoral un «he entendido el mensaje». Pero no. Le ha dicho al cuerpo electoral «o Vox o yo». Ya puede prepararse el electorado a un diluvio de augurios apocalípticos sobre la derecha y la derecha radical, cuando todavía no se ha repuesto del riego por inundación de promesas, regalos, gasto, subvenciones y populismo.

Por resumir: que el miedo a los de Santiago Abascal consiga movilizar el presunto voto socialista que ha huido del populismo económico y fiscal, de las hipotecas del secesionismo catalán, de las leyes ideológicas con Podemos y de los pactos con un Bildu tan crecido que mete a sus violentos sin contricción en las listas electorales. No es tarea fácil. Además de azuzar el temor a la derecha tendrá que hacer algún gesto más, quizás sacrificar el Gobierno de Navarra para que no se le vea tanto el cartón. Quizás cesar a Tezanos para blanquear algo el CIS. Pero el presidente del Gobierno es imprevisible y algo tendrá que decir su partido si queda alguien con coraje. Lo que está claro es que, lejos de admitir la causa de fondo de la debacle, solo achacable a sus graves errores políticos, se ha dejado llevar por el desasosiego en el shock de la derrota y únicamente le obsesiona neutralizar el efecto arrastre del ganador manejando el calendario. Decía el último día de campaña señalando con el dedo al PP que denunciaba los escándalos socialistas: «No quieren que votes». Pues convocando a las urnas a finales de julio no parece, precisamente, una invitación a votar.   

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