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Campaña sobre campaña, a golpe de los vaivenes que constituyen por otro lado la esencia de la vida política española, los partidos aceleran hacia la primera fecha que deben tachar del calendario: el 28 de abril. Hasta entonces, toda su actividad debe leerse desde ese ... punto de vista: el electoral. Deberá sospecharse de la sonrisa que de repente luce esa concejal de común tan avinagrada, así como de toda convocatoria donde, bajo pretexto de anunciar esto o lo otro (un columpio nuevo, un trozo de pavimento recién embaldosado: grandes avances para la civilización occidental), se esconda el propósito de pedir soterradamente el voto. Incluso la mejora del Estatuto de Autonomía puede interpretarse poniendo la lupa sobre las sorprendentes prisas de sus señorías. Que no querían que la pegada de carteles les pillara con el paso cambiado. A espaldas de la campaña. A espaldas del potencial votante
Lunes. El Estatuto sale del Parlamento dispuesto para el trámite convocado en Yuso. Lo misterioso de su acelerón final, concertado entre el conjunto de los grupos, es que haya tardado tanto, pero ahí reside tal vez el emblema de la legislatura: pasarse el día discutiendo sobre naderías mientras lo trascendente siempre puede esperar. Con destino al limbo: disueltas las Cortes, no podrán sancionar sus miembros el Estatuto hasta que vuelvan a sus escaños tras el 28 de abril. El efecto del adelanto electoral opera contra la gran baza política que maneja el PP. Y deja para un incierto futuro algunos hallazgos luminosos: acabar con los aforamientos o recuperar la figura del Defensor del Pueblo. O ciertas ocurrencias inquietantes: que cualquier ayuntamiento pueda llevar al Legislativo la primera iniciativa que alumbre su salón de plenos. Un enredo mayúsculo con destino al congelador, lo cual tiene sentido habida cuenta el frío reinante en el Gobierno y alrededores.
Martes. El ambiente pasa a gélido al día siguiente: el PP se desayuna con la encuesta del CIS a la misma hora en que recibe con un desangelado mitin de bolsillo a su candidata al Europarlamento. Las caras de los dirigentes retratados en la sala pequeña del Círculo Logroñés adoptan el aire propio de quien espera su turno en la silla del dentista. La encuesta admite variados matices y diversas interpretaciones pero se enmarca en una lógica muy uniforme: al igual que todas las publicadas, también apunta al PSOE como ganador. También en La Rioja, un pronóstico insólito en la historia reciente. Pintar al cocinero del CIS como una especie de quiromante, un Merlín demoscópico, ayuda a enhebrar el primer chiste de cada mitin, pero el PP necesitará mucho más que convocar su propia magia para remontar las encuestas. Alguno de sus candidatos se conformarían con que del semblante de sus líderes máximos no emanara esa sensación de pánico. Así en Génova como en Duquesa de la Victoria.
Miércoles. Del frío al calor: los ánimos se encienden desde la mañana, con Casado disparándose un tiro en el pie a cuenta del salario mínimo y con Díaz Ayuso, que le acompañaba por cierto en otra gélida mañana logroñesa (la del Día de los Inocentes), haciéndose su harakiri electoral. Ahora saben en el PP lo que sentían los socialistas cuando hablaban Zapatero, Pajín o las lumbreras de entonces: les gustaban más cuando callaban aunque parecieran ausentes. A media tarde, otro incendio: por el PSOE prende la indignación por el orden del día fijado para aprobar en Yuso el Estatuto. Ese documento que parece la pócima alumbrada por algún hechicero: hay quien piensa que poniendo su firma al pie le serán otorgados poderes mágicos, que llenarán su saco de votos. En un mundo ideal, pudiera suceder. En un mundo donde las cosas del Parlamento importaran algo a alguien.
Jueves. Un milagro que no ocurrió al día siguiente: en San Millán, la reforma recibe el desinterés ciudadano, fruto de la habilidad que distingue a los inquilinos del Palacete para comunicar aquello que merece la pena de su gestión. Unos escolares logroñeses que deambulaban por el monasterio confesaban ignorarlo todo sobre el Estatuto: ponían la cara de esas indiferentes vacas que ven pasar el tren. Y un protocolo con aroma a alcanfor, con la emoción siempre vetada, completó el frío reinante en el Salón de la Lengua, similar al de otros plenos: sólo se luce quien se limita a poner más ganas. Que suele ser la socialista Concha Andreu, para preocupación de algunos jerifaltes del PP allí presentes: «Le hemos puesto la pelota botando sobre la línea de gol».
Viernes.Otros mandatarios del PP acuden al Palacete con esa misma expresión: no entienden nada. Se les escapa la razón de que Ceniceros ponga a Bretón de consejero para el mes que resta de mandato. Y se les escapa, como al resto de presentes en la toma de posesión, la austerísima liturgia elegida para el acto. Sin palabras del presidente que justifiquen esa decisión tan rara, que sólo se explica porque en toda campaña reina la confusión. Cuando toca visitar las urnas, llega la hora de la magia. Prevalece la brujería, se deserta de la razón. Cuyo sueño ya sabemos por Goya lo que produce.
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