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CRISTIAN REINO
Barcelona
Sábado, 16 de noviembre 2019, 17:29
Esquerra Republicana es el partido que se mueve entre el 'seny' y la 'rauxa'. El yin y el yang en versión catalana. Tiene 88 años y ha sido protagonista de algunos de los momentos históricos de Cataluña: las declaraciones de independencia del 31 y ... el 34 del siglo XX y la del 27-O de 2017. También es el partido de Tarradellas, el tripartito y el que apoyó a Zapatero. Ahora vuelve a estar ante una decisión de calado. Facilitar o no la investidura de un Gobierno integrado por el PSOE y Unidas Podemos. En sus manos está abrir un nuevo tiempo en la política española y catalana y empezar a reconstruir los puentes tras siete años de 'procés' o mantener la pugna entre Madrid y Barcelona y seguir ligado a sus adversarios de JxCat, que ven peligrar en la operación su papel hegemónico en Cataluña. En la investidura del pasado mes de julio, Esquerra decidió abstenerse y lo hizo gratis, sin pedir nada a cambio, lo que le ha ocasionado un retroceso electoral (150.000 votos menos y una pérdida de dos escaños el 10-N) y coste de imagen, pues sus dirigentes, Gabriel Rufián, Pere Aragonès y Roger Torrent, son tachados casi a diario de 'botiflers' (traidores) desde los sectores más inmovilistas del independentismo. «Queremos ser la solución, seremos responsables», afirman fuentes de la formación.
Pero avisan que esta vez no harán el «ridículo» de ofrecer sus trece escaños a cambio de nada. «Ir a bloquear a Madrid no sirve de nada», señalan estas misma fuentes, en alusión a las otras dos fuerzas independentistas, JxCat y la CUP, que suman entre ambas diez escaños. Eso sí, advierten a Sánchez de que «todo tiene un precio». Y esta vez, el coste será «sentarse a hablar» para buscar una solución a la cuestión catalana y cuyo punto de partida podría ser la Declaración de Pedralbes que el Gobierno central y catalán pactaron en diciembre de 2018 en que reconocían la existencia de un «conflicto político». «Sin líneas rojas, pero sí con condiciones», señalan.
ERC siente que sus votos son decisivos y reclaman un «compromiso» de que Pedro Sánchez formará una mesa de diálogo. Evitan exigir de entrada la amnistía de los presos y la autodeterminación, porque la negociación sería inviable. El problema en ambas partes es la falta de confianza. El presidente del Gobierno en funciones dijo en abril que los líderes independentistas «no son de fiar». En la parte secesionista el diagnóstico es el mismo. Pero admiten que alguna cosa ha cambiado esta semana. De un lado, la entrada de Podemos en el Ejecutivo es visto por Esquerra como una garantía de que tendrá dirigentes sentados en el Consejo de Ministros muy próximos a sus tesis: diálogo, luces largas y la necesidad de que la ciudadanía de Cataluña sea consultada. Jaume Asens y Pablo Iglesias siempre han tenido una buena interlocución con Oriol Junqueras, condenado a trece años de prisión y que dirige el partido desde la cárcel.
ERC será exigente aunque también es consciente de que el PSOE tiene otras opciones aritméticas para sacar adelante la investidura. Los republicanos creen que se abre una «oportunidad» no solo de empezar a resolver la «crisis» catalana, como dice Sánchez. También de convertirse en la fuerza central del catalanismo, como era en su día CiU, que gobernaba en Cataluña y era clave en Madrid. La ecuación que temen sus rivales independentistas es la siguiente: abstención al pacto PSOE-Podemos, que se traduciría en un apoyo de los comunes a los presupuestos de la Generalitat, elecciones catalanas el año que viene, victoria republicana y nuevo tripartito (Comunes y PSC). Fin de la alianza JxCat y ERC.
Pero los postconvergentes aún no han dicho la última. Presionan con el Tsunami Democrático y el 10-N no se hundieron a pesar de las encuestas. Intentarán torpedear el pacto de los republicanos que puede relegarles a una posición secundaria. De ahí su propuesta de una cumbre entre secesionistas para pactar una posición común. El síndrome del 21-D de 2017 persigue además a Esquerra y le bloquea en la toma de decisiones estratégicas como es la investidura de Sánchez. Cuando lo tenían todo a favor para ganar en las pasadas elecciones catalanas, Carles Puigdemont protagonizó una remontada que dejó a ERC con la miel en los labios. Temen que les vuelva a pasar, dando por hecho, como dan, que entre primavera y junio habrá comicios autonómicos.
Esquerra está en la encrucijada. Desmarcarse de la vía unilateral de Puigdemont saben que les «penalizará» en las urnas. Hasta ahora no se han atrevido. Ese desmarque no se ha producido aún. Por ejemplo, en la conferencia política, que someterá la formación al escrutinio de sus bases en el congreso del partido en diciembre, desaparece la declaración unilateral de independencia como opción de futuro y se sitúa el referéndum como objetivo para los próximos años. Se habla de tres vías para poder celebrarlo: acordado con el Estado, forzado a través de las movilizaciones y como opción última el unilateral. En ERC admiten que la gente está «cansada» de 'procés' y que hace falta una vuelta al «realismo», pero ese aterrizaje no acaba de producirse.
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