El debate y Las Gaunas
Campaña sobre campaña | Día 15 ·
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Campaña sobre campaña | Día 15 ·
No recuerdo haber presenciado jamás un acto electoral en el viejo Las Gaunas. Tampoco en el nuevo. Sí los albergó más de una vez el recinto aledaño, el polideportivo. Me vienen a la memoria a bote pronto al menos un par de actos ... de Mariano Rajoy y Felipe González, quien también protagonizó actos semejantes durante la Transición en la demolida plaza de toros de La Manzanera, donde por otro lado hay testimonios gráficos de mítines del PCE (¡¡¡el PCE!!!) en la etapa de Santiago Carrillo, con Rafa Gómez Soria al frente de la territorial riojana. Las Gaunas se mantiene por lo tanto virgen para estos menesteres, aunque puede perder esa honorable condición en cualquier momento.
Porque véase el reciente caso ucraniano. Cuya capital, Kiev, aloja un impresionante estadio olímpico (tiene mérito no habiendo sido jamás sede de unos Juegos: ahora el lenguaje lo permite todo), con capacidad para 60.000 plazas. El magno escenario elegido por los contendientes en la presidenciales de ese país, el más corrupto de Europa según quienes llevan la contabilidad de maletines sospechosos, dinero negro y adjudicaciones todavía más opacas, para celebrar su debate electoral. En lugar del Estudio 1 de la televisión estatal, como se disponen a hace los candidatos españoles, el aspirante Poroshenko eligió discutir ante un abarrotado recinto con su adversario, el bufón llamado Zelenski: un cómico que prueba suerte en la política. Y la tiene. Ambas disciplinas se parecen más cada día.
El debate, a diferencia de este tan aburrido que plantean esta noches las cámaras de la televisión pública, fue magnífico. No lo digo por la capacidad oratoria de cada cual porque entre mis carencias también se incluye una ignorancia superlativa sobre el idioma en que hablan todos los pueblos eslavos. Si digo que fue espléndido es porque representó muy atinadamente el estado actual de las cosas en el ecosistema político: el debate alcanzó otra dimensión. Se transformó en un espectáculo mayúsculo, genial. Con su fan zone (esa horterada), banderas agitadas por los seguidores de ambos candidatos como si fuera el Circo Máximo y esa coreografía alumbrada por los genios norteamericanos del marketing que logran hermanar la Superbowl con la convención de un partido como si fueran la misma cosa. O con un concierto de Rosalía. Sólo faltaban las cheerleaders.
Por Las Gaunas, más o menos a la misma hora en que las huestes de los grandes partidos ucranianos dirimían sus cuitas, no hubo desde luego debate alguno. El estadio sólo se llena cuando se regalan entradas o aterrizan los Reyes Magos. Pero participa también a su manera del espíritu de campaña que impregna estos días cada detalle de la vida cotidiana: jugaba el equipo de fútbol femenino de la UDF. Y unos cuantos candidatos se dejaron caer por las gradas. Mensaje subliminal, tan grosero que da hasta algún rubor teclearlo: apoyamos al deporte y apoyamos a la mujer, venían a contarnos nuestros políticos. Sobre todo, a la mujer deportista, en plena competencia electoral a ver qué partido tiene el feminismo más largo.
Su presencia en Las Gaunas sería una nota a pie de página en el relato de la campaña. Pero sirve para exteriorizar una costumbre muy interiorizada por los candidatos en cada contienda electoral de un tiempo a esta parte: dejarse ver. Aspirar a la ubicuidad. Acudir a las jornadas de la verdura de Calahorra, al festival arnedano del ajo asado, a la jornada de puertas abiertas en Uruñuela o a inaugurar el reabierto teatro de Canales. Hacerse fotos, en consecuencia. Publicarlas en las redes sociales. O encargar que las publiquen. Remedando el viejo dicho sobre Mahoma y la montaña: puesto que el potencial elector no acude a sus mítines, son nuestros candidatos quienes salen a su encuentro. Lo cual a veces da alguna pena. Porque se les ve como peces fuera del agua, la ingeniosa imagen con que se describió a sí mismo Vargas Llosa luego de su fallida experiencia en la política. Y recuerdan demasiado a una de las más tristes escenas de la historia del cine español: esa de 'Bienvenido Mr. Marshall', cuando los potentados, a bordo de sus coches, pasan en estampida por las calles del pueblo que esperaba recibir sus dones y les dejan con la cara planchada. La cara que se les quedaría el domingo a sus vecinos de asiento en Las Gaunas cuando vieran aparecer por el estadio a quienes les saludan desde las vallas electorales reclamando su voto. Esa cara de Pepe Isbert.
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