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El sábado por la mañana, Cuca Gamarra (Logroño, 1974) lucía la sonrisa de las grandes ocasiones mientras paseaba por Logroño. Peregrinaba como tantos otros de sus administrados por el recorrido organizado en la trama urbana a cargo del festival de arquitectura Concéntrico, que reivindica ... el valor de lo efímero. Una estupenda analogía con los minutos que le aguardaban al día siguiente. Su reinado al frente de la lista del PP al Congreso fue igualmente efímero. Se tambaleaban los cimientos de la sede popular en Logroño, la cúpula con José Ignacio Ceniceros al frente ponía cara de funeral y ella se marchaba a Madrid: le reclamaban para otro momento igual de triste en Génova, donde ha encontrado acomodo en el equipo de confianza de Pablo Casado. Las metáforas se acumulaban en plena convulsión electoral. Pero faltaba la guinda. Verse aupada de nuevo en la jerarquía del PP nacional luego de los peores resultados de su historia reciente. Cuanto peor para sus siglas, mejor para ella.
Así puede resumirse la trayectoria de quien parecía llamada a dirigir su partido como relevo natural de Pedro Sanz. Natural porque el viejo patrón del PP le distinguía con su confianza, porque tenía ganado también el favor de Génova y porque encarnaba un proceso de sustitución generacional. Pero sus ambiciones quedaron encalladas en el congreso de Riojaforum que eligió a Ceniceros. Desde entonces, vagaba como alma en pena por los entresijos del partido donde se bautizó como dirigente juvenil en la rama de Nuevas Generaciones. Era una impresión falsa. Pura apariencia. Porque entre bambalinas, la alcaldesa de Logroño esperaba su hora. Maniobraba, aprovechando precisamente su condición de dirigente popular de primera hora, acunada en los fuegos de campamento con buena parte de quienes luego fueron tomando el timón de la nave popular.
Por ejemplo, Pablo Casado. Quien la integró en su equipo el pasado verano luego de imponerse en las primarias internas. Gamarra protagonizó entonces su enésima resurrección. Aunque se había decantado por Soraya Sáenz de Santamaría y mantenía buenas relaciones con Dolores de Cospedal, también contaba con una estrecha afinidad con el nuevo dirigente del PP, con quien había ejercido de anfitriona gentil en La Rioja cuando la cúpula regional de su partido lo consideraba poco menos que un advenedizo. Ocurrió que contra todo pronóstico Casado ganó y reclamó a Gamarra a su lado. Y medio año más tarde la impuso como candidata al Congreso, sin importarle la quiebra interna que causaba en sus filas, con el ahora defenestrado Javier Maroto haciendo de comadrona en un hotel de Haro. Contra el criterio de Ceniceros, del comité electoral y de toda la dirección, Gamarra se ganaba una nueva vida política.
Así debe entenderse su nombramiento de este martes. Como prueba de su creciente pujanza en Génova y la lealtad mutua que se profesa con Casado, quien curiosamente la sitúa en el ombligo de su partido. Para encarar desde la sala de máquinas de Génova la nueva cita electoral de esta primavera del 2019 tan convulsa. Incluso sus críticos, de dentro y fuera del partido, tienen para ella un par de reconocimientos: que es trabajadora (casi ha consagrado su vida a la política) y que tiene un afilado el sentido de la política. Lo acaba de demostrar. La astucia que se le reconoce como principal argumento de su meteórica carrera afronta un nuevo reto, tal vez el más complicado: que a su partido y también a ella les vaya bien al mismo tiempo. Que los dos caigan de pie a la vez.
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