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Carlos Benito
Sábado, 8 de julio 2023, 00:14
Cuando hablamos del corazón simbólico de Galicia, a todos se nos va el pensamiento hacia Santiago de Compostela, pero el pueblo natal de Alberto Núñez Feijóo también podría ser una opción perfectamente válida. En Os Peares, que así se llama el sitio, se juntan los dos ríos que articulan la comunidad, el Miño y el Sil, además de un tercero del que los lugareños jamás se olvidan, el Búbal. Esa cruz de agua convierte Os Peares en una de las localidades más extrañas de España entera, porque cada cuadrante de tierra pertenece a un municipio distinto: los barrios que trepan por las laderas, sobrevolados por el gigantesco viaducto de la N-120, se reparten entre Carballedo y Pantón, de la provincia de Lugo, y Nogueira de Ramuín y A Peroxa, de Ourense. De puente a puente, el forastero no tarda en confundir las referencias y acaba señalando todo el rato hacia lugares equivocados.
Antes de eso, también se habían trastocado ya las expectativas del visitante, porque el pueblo no responde del todo a la imagen rústica, como anclada en un tiempo remoto, que se podría esperar: aquí mismo están las presas hidroeléctricas de Os Peares y de San Pedro, decisivas en la biografía del candidato popular. Su padre, Saturnino Núñez, vino desde un pueblo de Ourense para trabajar como encargado en la construcción de los embalses y se enamoró de Sira Feijóo, una de las hijas de doña Eladia, la de la tienda. En la casa donde residía la familia aún sobrevive, tantos años después, el letrero de Tabacalera que identificaba el negocio como expendeduría. «Era una tienda de ultramarinos donde también se servía el vaso de vino. La señora Eladia atendía el negocio, hacía la comida y ganchillaba todo el tiempo. El abuelo de Alberto era panadero y tenía el horno ahí al lado», va detallando Rosa Caride, que habita en la casa con su marido, Emilio Regueiro.
El niño Alberto «Era un niño reservado, muy educado, muy responsable... Igual que ahora», dice una vecina
La pareja, octogenaria y encantadora, ya se repartía el espacio con los Feijóo cuando Alberto era un crío. Estaban todos de alquiler, cada familia en un lado del edificio, pero después ambos inquilinos compraron sus viviendas y, al final, Rosa y Emilio se quedaron el inmueble entero. Se trata de una bonita construcción, con muros de piedra de un metro de grosor, cinco grandes portones rojos y argollas para amarrar las caballerías.
«Entonces todos los pueblos de alrededor venían a comprar a Peares. Y, con la construcción de la presa, esto estaba lleno. No había maquinaria y se hacía todo a base de mano de obra, hasta los pajares estaban ocupados: andaluces, catalanes, ingleses...», relata la pareja, mientras sirve a los visitantes una copita de su preciado licor café. En ese ambiente rural y, a la vez, raramente cosmopolita nació Alberto, que iba en bici al colegio que había entonces en el pueblo: cuando llovía, cuidadoso él, solía agarrar el manillar con una mano y llevar el paraguas abierto en la otra. «Siempre fue muy bueno. Solía jugar mucho con mis hijos aquí, en este portal. Y le sigue gustando venir por aquí: conserva sus raíces, aunque ya no le quede nada en Os Peares», elogia Rosa.
- ¿Y qué tal lo ven en la política de Madrid?
- Nosotros somos simpatizantes de él, pero le veía mejor en Galicia. No sé si no le pesará haberse ido para allí: aquí se desenvolvía mejor, estaba más en su ambiente. Y luego está lo de pactar con Vox, que es otra cosa.
Profetas en su tierra
Óscar Beltrán de Otálora
Carlos Benito
Cristina Cándido
Muchos vecinos de Os Peares atribuyen al paso de su paisano por la Xunta las mejoras en el pueblo: el pabellón de deportes, la piscina fluvial, el centro de salud... Y, por supuesto, el Puente Feijóo, al que la retranca local ha bautizado con ese nombre popular porque «lo construyó él». En el centro de salud, un cuadro desconcertante muestra tres rostros flotantes de Feijóo sobre una panorámica de Os Peares. Y de verdad es como si nos estuviese mirando: aquí nadie va a hablar mal del personaje más ilustre del pueblo, al menos si hay que dar nombre y apellido. Otra cosa es sacar el tema en la Tenda do Antonio, algo así como el descendiente contemporáneo de aquel bullicioso comercio de doña Eladia, y escuchar lo que comentan las señoras.
- El otro día pasó en el blindado con cuatro o cinco escoltas y los cristales ahumados.
- ¡Vaya coches traían!
- A los del pueblo no nos conoce.
- ¡Sí que nos habla, sí!
La que ha saltado a defenderlo es Olina Navoa, una mujer mayor que empieza a ascender por el árbol genealógico de Feijóo y no para hasta la tatarabuela. «Alberto era un niño reservado, muy educado, muy responsable. Igual que ahora, pero es que tiene a quién parecerse: su abuela era una mujer estupenda, callada cuando había que callar y habladora cuando le daba la gana», evoca Olina, que también fichó al candidato cuando apareció por aquí a grabar el vídeo promocional de campaña. «Estuvo ahí, en el puente que hizo él, y yo mirando con los prismáticos desde casa», admite. Días después de estas entrevistas, Feijóo ha vuelto para iniciar aquí la campaña, una costumbre que tiene algo de talismán para él.
Os Peares es uno de esos pueblos melancólicos que se pierden fácilmente en nostalgias sobre su edad dorada, cuando funcionaban siete bares, seis carnicerías, tres farmacias y hasta un cine. A partir de la puesta en marcha de las presas, la localidad se fue despoblando (también los Feijóo se marcharon: Alberto, con 10 añitos, a un internado de León) y hoy queda una cantidad imprecisa de habitantes, doscientos o trescientos, distribuidos entre los cuatro padrones municipales y enriquecidos ahora mismo con decenas de trabajadores que están arreglando el viaducto ferroviario. Eso sí, bares sigue habiendo unos cuantos. En el Xugo, los pensionistas Manuel, Miro («de Edelmiro», aclara) y Carlos echan la partida diaria de subastado.
- Seguro que ustedes recuerdan a Feijóo de pequeño.
- Claro. Y qué le vamos a contar. De pequeño... ¡era un niño! -ironiza Manuel.
- Era buen rapaz.
- Y sigue siendo uno más del pueblo. Yo tengo una bodeguita y ha estado allí.
- Aquí le vota el 99,9% de la gente.
- Hombre, tanto no será.
- Sí, hombre. El único que no le vota soy yo, que soy extranjero y votaba a Berlusconi, pero como se nos ha muerto... -remata Carlos, que ciertamente es italiano pero lleva aquí desde 1966.
Por supuesto, los cuatro ayuntamientos que se reparten Os Peares tienen todos alcalde popular. Manolo González, a quien todos conocen como el Rubio, se quedó a unos votos de ser concejal en las últimas elecciones: «El Alberto es colega de aquí y además somos del mismo palo», plantea con un relámpago de sonrisa. Aunque se conocen de toda la vida, la militancia política los ha acercado más en los últimos años: «Cuando cumplí los 67, en plena pandemia, mis hijas me hicieron un vídeo y Alberto tuvo el detalle de grabarme una felicitación», explica. No hay que insistirle mucho para que la muestre en el móvil: «Ya me gustaría estar contigo ahí. Todos los de Os Peares estamos juntos estemos donde estemos. Si el Búbal, el Miño y el Sil no fueron capaces de separarnos, el covid no lo va a conseguir», le decía el entonces presidente de la Xunta.
El Rubio va a pasar la tarde a la cantina de la estación del tren. Porque en Os Peares también hay estación, aunque ahora está cerrada mientras cambian las vías para la alta velocidad. En la cantina se está tomando una copita otro Manuel, Manuel Gómez, propietario de la renombrada fábrica de alambiques Manolete, seguramente la última que queda en España. «Feijóo es como de la familia. Mi padre y su padre, Saturnino, eran íntimos amigos», aclara Manuel, que tiene 78 años de carné pero cree que serán más bien 80, ya que sospecha que su padre lo inscribió en el registro con dos años de retraso. «A Alberto ya se le veía de niño que era inteligente. Era un chaval observador, que escuchaba», elogia.
- Pero seguro que no se imaginaban que podría llegar, quién sabe, a presidente del Gobierno.
- De verdad, yo siempre creí, y se lo dije a su madre, que no sabíamos hasta dónde podía llegar. Los industriales, el Ejército y el clero tenemos mucha psicología para ver a las personas.
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