Secciones
Servicios
Destacamos
Olatz Barriuso
Domingo, 30 de julio 2023, 00:07
España nunca defrauda, han bromeado algunos observadores de la agitada política nacional al constatar, cerradas las urnas del 23-J, cómo la gobernabilidad del país quedaba en manos nada menos que de Carles Puigdemont, prófugo de la justicia y reclamado por la Fiscalía el mismo ... día que los titulares ensalzaban el valor de los siete escaños de Junts en el Congreso. Para unos, la demostración palmaria de cómo las minorías nacionalistas pueden someter a «chantaje» a las mayorías por culpa de una infernal dinámica de bloques que se arrastra desde que los indignados del 15-M empezaron a poner los cimientos de la implosión del bipartidismo. Para otros, una consecuencia más, y no un drama, de la irrupción de Vox, que opera como agente repelente de socios potenciales y ha dejado al PP vendido y sin juego político.
En todo caso, esta es la tercera ocasión consecutiva en que el fantasma de la repetición electoral sobrevuela la política española tras unas generales. En 2015 y en 2019 el espectro tomó cuerpo y forzó sendas nuevas convocatorias que lo cambiaron todo. En la primera, el 'no es no' de Pedro Sánchez a una abstención que permitiera a Mariano Rajoy formar Gobierno acabó llevándoselo por delante en un dramático comité federal del PSOE. En la segunda, con Sánchez resucitado a bordo de su Peugeot y triunfador en una moción de censura, las urnas empezaron a escribir el principio del fin de Cs, que cedió a la tentación de dar la batalla dentro de su propio bloque y pagó las consecuencias, y la incorporación al Gobierno de Unidas Podemos.
A la espera de ver por dónde sopla esta vez el vendaval, con Puigdemont pidiendo la autodeterminación y la amnistía, el bucle obliga a preguntarse si el empate infinito es asumible y parte del funcionamiento del sistema o si obliga bien a repensarlo, bien a cuestionarse la cultura política basada en la demonización del adversario para hacerse fuerte. Para ello, este periódico ha reunido a cinco intelectuales de distintas áreas para tratar de desenredar la madeja de la polarización y sus causas, vislumbrar si no queda más remedio que resignarse a ella o caben soluciones que alienten, por un lado, la transversalidad y, por otro, la gobernabilidad y la estabilidad. El resultado es un 'collage' tan plural como el país.
Los países no se llenan de comunistas o de fascistas de la noche a la mañana, se llenan de gentes descontentas a las que es fácil engañar con soluciones aparentemente fáciles para problemas complejos», afirma Dezcallar, exembajador en EE UU, Marruecos y ante el Vaticano y primer civil que dirigió el CNI. ¿Cómo acabar con el 'bibloquismo'? «Me temo que en España esto va a durar porque hemos fagocitado a todas las formaciones de centro que ha habido. Los dos grandes partidos necesitan votos y solo los encuentran en los extremos, que lo saben y suben el precio. La consecuencia es que no tienen más remedio que radicalizarse para conseguirlo». A su juicio, el bipartidismo reforzado este 23-J transmite que los ciudadanos no quieren aventuras, desean estabilidad. «Que Puigdemont tenga la llave de la gobernación es digno del mejor Valle-Inclán. Un esperpento superespañol», ironiza. Constata que «falta lealtad constitucional» y «mucha madurez democrática para poder hacer una 'Grosse Coalition'». El terreno está «abonado», remata, «para los mesías del populismo».
Los dos grandes partidos se han acostumbrado a la polarización y la han exacerbado por igual. Les ha dado réditos el 'no a Rivera' o el 'no pasarán' de 2023; y, del otro lado, la simplificación del absurdo lema 'Sánchez o España' o que 'te vote' no sé quién (el innombrable asesino). Han azuzado la deslegitimación del adversario y el miedo al otro y han negado la democracia que es la competencia entre partidos». Araceli Mangas reconoce que no vislumbra una solución en el PSOE y el PP: «No están mentalizados en hacer sacrificios ideológicos en favor de la convivencia y atender los intereses generales, y prefieren la espiral. Son incapaces de leer el mensaje de la ciudadanía», asegura. La también vicepresidenta de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas se queda con la «esperanza» de que «la gran masa no está en los extremos». Y aboga por «pactos esenciales que den estabilidad al sistema político y a la economía y facilitasen la formación de un Gobierno sin el lastre diabólico de Vox o de los independentistas».
La única vez que Javier Gomá cenó con Pedro Sánchez le preguntó por el entendimiento entre los dos grandes partidos. Su respuesta fue: «No es deseable, porque la democracia es alternancia y la alternancia a los dos partidos centrales fomenta al final la llegada al poder de los extremos». Gomá, filósofo reconocido y director de la Fundación Juan March, tiene muy claro que la gran coalición es una quimera. ¿Por qué lo que ha sucedido en Alemania no puede darse aquí? «Es una de las pocas excepciones en el panorama internacional, que se explica por su propia historia», argumenta. ¿Y qué hacer para gestionar la amenaza de bloqueo? «Si bien se mira, PP y PSOE están a pocos escaños de conseguir la mayoría absoluta con sus aliados naturales. La situación es muy incómoda y engorrosa, pero está a punto de alcanzar el equilibrio. Hubo un tiempo no lejano en que Podemos conseguía 70 diputados, Ciudadanos y Vox más de 50 y la Diada reunía a dos millones de personas. Todo eso pasó». Para Gomá, la raíz hay que buscarla en «el desprestigio del sistema».
La polarización ha llegado para quedarse», apostilla Marta Pascal, convencida de que la existencia de dos bloques enfrentados va para largo, con el añadido de «unas comunidades históricas, Euskadi y Cataluña, totalmente autónomas respecto a la política española que la seguirán condicionando como fuerzas bisagra y de qué manera». Pascal explica el fenómeno como un «reflejo de nuestros tiempos» y de la «máxima volatilidad electoral y el valor relativo que los ciudadanos dan a su voto». Sabe de lo que habla: fue diputada, senadora y lideró el PDeCAT, ahora sin representación en el Congreso. Las redes sociales, que retroalimentan con sus algoritmos el 'forofismo' propio y no fomentan el pensamiento crítico creando auténticas «cajas de resonancia» ideológica, y el componente «emocional» creciente en la política hacen el resto. Frente a eso, la única receta pasa por «fortalecer nuestro sistema democrático» y seguir «trabajando en los grandes consensos, que nos incumben a todos». También a los agentes sociales y la sociedad civil.
Daniel Innerarity parte a contracorriente: «Se puede vivir relativamente bien en un país con bloques». Porque, en su opinión, hay interés político en identificarlos -él enumera tres: la izquierda, la derecha y el nacionalismo- con el «bloqueo» institucional, en lugar de desdramatizar que, en este caso, el PSOE disponga de más socios potenciales que el PP. Para garantizar la estabilidad, Innerarity cree que no se requieren cambios legislativos «sino de cultura política». «Menos promesas y denigrar menos al adversario», sugiere, convencido de que si en cada bloque ganaran protagonismo los más proclives a entenderse con el resto se despejaría el panorama. Y pone un ejemplo: «Si el PP pusiera en valor la dimensión ideológica liberal conservadora en lugar de competir con Vox por ver quién tiene la bandera más grande no tendría excesivos problemas en ver a los nacionalismos periféricos como opciones legítimas con las que colaborar». A sus ojos, es preciso «'desmoralizar' la política», no en valores sino en el «hipercalentado» plano narrativo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Los Reyes, en el estand de Cantabria en Fitur
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.