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Como espectáculo postelectoral, la noche del domingo fue de las mejores que se han vivido. Queda fuera de discusión que Sánchez maneja las crisis propias con la maestría de un mago (y la pólvora del rey). Tampoco es discutible que a partir de hoy Feijóo ... va a probar las hieles de no responder a lo que se esperaba de él. Como tantas veces, ganan los que pierden y pierden los que ganan. Al menos hasta pasado el aturdimiento y la borrachera falsas que provoca la distancia entre los números de cada cual y las previsiones y expectativas (y los trackings y todos esos enjuagues que miden la cambiante opinión conduciéndola). Pasados esos vapores la aritmética resultará indiscutible y objetiva, y estaremos en otro debate.
De momento, lo de este domingo es que Sánchez es resiliente hasta la temeridad y Feijóo temeroso hasta el límite del estereotipo de su tierra. El resto del mundo, más o menos lo previsto, aunque las lecturas locales y regionales darán mucho de sí y van a determinar lo que ocurra en las próximas semanas. El bipartidismo, por último, se recupera falsamente, porque la potencialidad de sus dos referencias tiene que ver con el temor cruzado que provocan sus compañeros de viaje, una realidad no coyuntural ya. De paso, la polarización extrema ha frenado la tendencia insana a la multiplicación de formaciones localistas, algo habitual cuando el Partido Popular sale del pozo.
A estas horas esto huele a elecciones en Navidad, para insistir en la votación vacacional. La cuenta de la vieja no pasa por los 176 votos de la primera vuelta, sino por la suma de positivos por encima de los negativos en la segunda. Pues bien, esto pasa solo por dos partidos en dificultades: PNV y Junts. El primero podría volver a su tradicional practicismo pactando el cielo para todos los vascos a cambio del apoyo a un Gobierno con Vox incluido. Difícil: hay elecciones vascas el año próximo y el mapa de su verde se lo ha comido el otro verde, con los socialistas volviendo casi a las geografías exitosas de 1982.
El asunto es Junts. O mejor dicho, su líder Puigdemont. Allí la pelea es por demostrar quién tiene menos 'xeny' y más 'rauxa', esto es, menos juicio y más mala leche, quién apuesta por el cuanto peor mejor ahora que la suma de PP y Vox no es suficiente para gobernar y presentar así ante Europa un Gobierno infame y una España de la que tenemos derecho a salir.
No hay, entonces, nada que intercambiar cuando el debate ya está solo en los intangibles, en las malditas emociones, en hacer que nada funcione si lo mío no puede prosperar. Puigdemont, esta vez sí, como caricatura de un 'Doctor No', un enloquecido frustrado con la oportunidad en su mano de estropearnos la vida. Y todo por esta manía que nos ha entrado de apurar la jugada y tener que gobernar con aquellos, de un lado y otro, a los que lo común, esto que seguimos llamando España, les trae al pairo.
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