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Cristian Reino
Barcelona
Lunes, 31 de julio 2023, 00:08
Esquerra y Junts no se tragan. Lo admiten en ambas formaciones. El independentismo catalán lleva en el poder en Cataluña desde 2010. En 2012, los republicanos y los entonces convergentes, ahora junteros, unieron sus fuerzas para lanzar el desafío del 'procés'. Mientras se mantuvo viva ... la llama de lo que Clara Ponsatí calificó como un gran «farol», las dos principales almas del secesionismo catalán consiguieron aguantarse. El 'procés' les unió y acabó siendo la causa de su divorcio. La declaración unilateral de independencia y la gestión de los días posteriores fue el desencadenante de la ruptura. En octubre de 2017, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras se distanciaron sin aparente remedio.
Casi seis años después y con todo lo que ha llovido de por medio -dos Gobiernos de Pedro Sánchez tras ganar la moción de censura contra Mariano Rajoy, una legislatura sostenida sobre el conjunto del soberanismo menos el más radicalizado y ERC pilotando cuatro décadas después la Generalitat-, el alambicado escrutinio del 23 de julio ha otorgado la gobernabilidad de España al partido de Puigdemont cuando la suerte de éste parecía abocada a languidecer en Waterloo.
Este sobrevenido papel estelar, matizado por la fuerte erosión sufrida por las dos familias del independentismo catalán frente a un PSC capital para la resistencia de Sánchez y preludiado por el desgaste de ERC en las municipales del 28-M, ha llevado a republicanos y junteros a emplazarse para conformar un frente común negociador en Madrid ante el horizonte de la apretada investidura.
Pero nada se ha concretado aún y los recelos, con el Govern de Pere Aragonès en franca minoría y la eterna competencia por ver quién lidera al electorado secesionista, siguen presidiendo las relaciones entre ERC y Junts. Ambos interpretan, de hecho, con distinta tonalidad esa pretendida unidad de acción. Aunque Esquerra está dejado entrever que encarecerá su apoyo, en campaña evitó supeditar su aval a Sánchez al referéndum y prefirió centrarse en exigir la reactivación de la mesa de diálogo y más competencias de autogobierno.
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Junts no se mueve de su exigencia del plebiscito y la amnistía para los encausados por el 'procés'. Este sábado, cuando irrumpió en Twitter para congratularse de que el conteo del voto CERA haya hecho aún más dependiente de Junts al presidente del Gobierno en funciones, Puigdemont advirtió que no cederá a «presiones» ni «chantajes», en un aviso al líder socialista pero también a ERC. Y el expresident fugado sacó a pasear a Francesc Cambó, el promotor del catalanismo favorable a que interviniera en Madrid, para ironizar con que esto no va de hacer política a la manera de «los mil hombres que se pasean por las moquetas de Madrid». De lo que cabría deducir otro dardo hacia sus antiguos socios.
En el otoño incendiado de 2017, Puigdemont y Junqueras apostaron por estrategias diferentes: uno huyendo a Bruselas e insistiendo en la vía unilateral; el otro afrontando una condena, beneficiándose más tarde de los indultos de Sánchez y abogando por una senda más pragmática con los socialistas. Se han convertido en enemigos irreconciliables. Junqueras solo ha viajado una vez a Waterloo. Puigdemont ha admitido que llevan más de un año sin hablarse. Con Marta Rovira, la secretaria general de ERC designada por los suyos para el equipo negociador de la investidura, no se ha cruzado un whatsapp casi en dos años. Si alguien tiene que convencer a Puigdemont para que levante el pulgar y facilite la investidura de Sánchez no es el líder de Esquerra. Con Pere Aragonès, la relación no es tan mala.
Hace casi un año, ERC y Junts rompieron la alianza que habían sellado para desafiar al Estado con el 'procés'. Los junteros decidieron salir del Govern presidido por Aragonès. Esquerra recuperó en 2021 la presidencia de la Generalitat, 40 años después del mandato de Josep Tarradellas. Aragonès lideró un Ejecutivo de coalición con Junts, que hizo aguas desde el primer día. El motivo de la quiebra fue el mismo por el que ahora el PSOE y Sumar van a llamar a la puerta de Waterloo. El expresidente de la Generalitat y su partido rechazaron la apuesta de ERC de apoyar la gobernabilidad española a cambio de la mesa de diálogo, los indultos y la reforma del Código Penal. A cambio de nada, según mantienen los posconvergentes.
Chocaban las estrategias y se separaron. Desde octubre del año pasado, Aragonès gobierna en solitario. Por primera vez en mucho tiempo, los republicanos creyeron que podían alejarse de Puigdemont y pactaron los presupuestos con el PSC y los comunes. Pero el expresident vuelve a estar en el centro del tablero. Tiene la llave de la investidura de Sánchez y puede arrastrar a ERC o condenarle a un papel muy secundario.
Está por ver hasta dónde llega su apuesta por la confrontación. De momento, rechaza su indulto y se enroca en la amnistía y la autodeterminación. Hasta ahora, ha abogado por el bloqueo, pero no tendría, sobre el papel, una oportunidad tan propicia para poder obtener contrapartidas del Gobierno. Nunca se sabe a quién perjudicaría más una repetición electoral.
Y es que, las alarmas han saltado en el independentismo. En las municipales, perdieron más de 400.000 votos. En las generales, la sangría rondó los 700.000. ERC y Junts tienen 14 escaños entre los dos, sobre los 48 de las cuatro provincias catalanas y menos que los 19 que atesora el PSC. La CUP se ha quedado fuera. El 'procés' cansa en la sociedad catalana y la abstención ha castigado a las fuerzas nacionalistas. ERC propone a Junts rehacer la cohesión secesionista, sin pedirle que regrese al Govern, y pactar el precio de la investidura de Sánchez. Junts también apela a dejar de pelearse, pero para acordar una unidad estratégica distinta en Madrid.
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