Hablemos de fútbol. El pospartido del debate electoral tiene una conclusión coincidente entre seguidores de uno y otro bando, incluso entre los 'hooligans' de uno y otro equipo. Dos visiones supuestamente diferentes pero coincidentes. Los unos, arrasó Alberto Núñez Feijóo. Los otros, Pedro Sánchez no ... logró ganar (la clave es evitar el verbo 'perder') lastrado por las malas artes y las «mentiras» del aspirante del PP, que se dedicó a embarrar el terreno de juego apostando por el 'catenaccio' tras meter un par de goles a las primeras de cambio (seguro que Sánchez tuvo pesadillas con ese primer bloque económico). A partir de ahí, patadas, pérdidas de tiempo... El relato socialista se centra en justificar que si no ganaron fue por los condicionantes del partido, incluidos los árbitros (presentadores) y el terreno de juego (Atresmedia).
En ningún caso leerá, escuchará o verá que alguien asegure que ganó el actual presidente del Gobierno y candidato socialista. Nada salió como esperaba. «Todo se torció desde el primer momento», confiesa un alto dirigente del partido. Su gran noche, la noche, acabó en fiasco sobre todo en función de las expectativas, no tanto de los hechos, que también.
En realidad todo comenzó mucho antes. Sánchez comenzó a perder el debate el mismo día en el que anunció que cancelaba su agenda de campaña para prepararlo junto a sus más estrechos colaboradores. Mientras, Feijóo daba mítines multitudinarios ofreciendo una imagen de tranquilidad. ¿Y el debate? 'Bueno, eso toca el lunes', venía a decir.
Alguien tenía que haber recordado al líder socialista que él es el presidente, que él defiende el fortín, que son los otros, Feijóo, los que deben hacer méritos y demostrar que están preparados para llegar adonde él ha logrado hacerlo. Pero no. Sánchez, sin quererlo y lastrado por todas las encuestas (menos las del CIS, claro), ha asumido el marco mental de ser el jefe de la oposición, de ser quien va por detrás en la carrera y se ve obligado a maniobrar a la desesperada para intentar revertir la situación.
El debate era su gran bala, veremos si la última, y la ha desperdiciado de una forma que nadie esperaba. Tampoco Alberto Núñez Feijóo. De hecho, su gran objetivo era sobrevivir, salir lo menos magullado posible de cara al 23-J. La campaña ha tomado otros derroteros con un PP que se ve imparable. ¿Hay partido? Lo hay, sobre todo porque su elefante, Vox, sigue acomodado tranquilamente en la habitación -que nadie dude que los de Abascal exigirán sentarse en el Consejo de Ministros si el PP necesita uno de sus escaños para que Feijóo sea investido-.
Es, quizá, el único consuelo que le queda a Sánchez: el bloqueo. Que todo cambie para que nadie cambie y los españoles, no lo descarten, incluso tengan que volver a las urnas como ocurrió en 2019. Sánchez ha acostumbrado a los suyos a ganar, a hacer de los imposibles su razón de ser. De ahí el entusiasmo que surgió en torno al debate. De ahí ese resquicio que existe entre los socialistas más entusiastas pensando que lo volverá a hacer porque siempre lo ha logrado. Las remontadas, los imposibles, los inicios titubeantes en los grandes campeonatos y los finales pletóricos... Pero hay cierto aroma a cambio de ciclo.
Al fin y al cabo, fútbol es fútbol, no hay que darle muchas más vueltas.
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