Apoderados del PSOE y de Unidos Podemos confraternizaban entre risas en un colegio electoral de Logroño durante el 26J. "Estamos mirando ya lo del pacto", bromeaba el delegado socialista mientras charlaba con el periodista. Era una broma que a medida que avanzaba la noche podía ... tener algún sentido, sobre todo cuando, para sorpresa de los propios interesados, Pedro Sánchez resistía e incluso mejoraba sus resultados respecto al 20D. Luego, semejante cábala se desvaneció. Aunque se lo pida el cuerpo, el líder del PSOE deberá aguantarse las ganas de aventurarse en el territorio de la sesión de investidura como hizo hace medio año, porque carece de dos elementos que entonces pudieron justificar tal expedición: el PP no está tan débil como entonces y el PSOE ha perdido escaños en el Congreso. Así que no: no es lo mismo diciembre que julio.

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Toca replegarse en el PSOE. Y toca formar Gobierno al PP. Sobre cómo cortejar el voto de fuerzas adversarias no da muchas pistas Mariano Rajoy, imperturbable a la coyuntura. Mantener que los socialistas le van a regalar su apoyo, aunque sea por la vía de la abstención en segunda convocatoria, es mucho sospechar. Una aspiración que entra en el terreno de la pura conjetura. Sobre todo, porque se sigue ignorando qué ofrece el PP a cambio. A cambio del desgaste que supondría para Sánchez convertirse en la llave que mantiene a Rajoy en La Moncloa, la lógica política exige que el jefe de la oposición debería ser gratificado con alguna contraprestación encima de la mesa. O debajo.

Porque en las estrategias de los políticos debe observarse tras cada elección una conducta oscilante. Los vaivenes que median entre la lectura que nace de modo más o menos espontáneo en la misma noche electoral, con la euforia disparada o la depresión acechando, y la interpretación que aflora, más racional, cuando se consultan los resultados con la almohada explican que el lunes parezca tan distinto del domingo. Los partidos se reponen. Abandonan la guardia baja, vuelven al centro del ring, se enrocan en el discurso oficial y ya no saldrán de allí, a despecho del sentido común que debería guiar sus movimientos. El descalabro de anoche ya no lo parece tanto: hay margen incluso para que los máximos perdedores de entre todos los perdedores detecten alguna luz entre tantas sombras. Y, por el contrario, el ganador empieza a tropezar con los problemas derivados de eso tan difícil que llaman la gestión del éxito.

De modo que el día siguiente a cada visita a las urnas recuerda siempre al 23 de diciembre: el día nacional de la salud en España. Líderes y militantes derrotados recomponen la figura y comprueban que al menos mantienen sus constantes vitales. Aunque la auténtica buela salud sólo distingue a la candidatura vencedora, apenas nublado el semblante por la exigencia que amenaza al final del horizonte: la de gobernar.

Los jerifaltes del PP deberán en este caso seguir el ejemplo de su jefe, don Mariano: preocupaciones, las justas. Sobre todo hoy, que juega la selección.

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