En el país de los ciegos
España merece algo mejor que un Gobierno de los menos malos
Jorge Alacid
Domingo, 26 de junio 2016, 23:16
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Jorge Alacid
Domingo, 26 de junio 2016, 23:16
Los votantes han vuelto a casa. El elector tradicional peregrinó hace medio año de excursión por el apasionante mundo de las novedades pero, a la vista de una coyuntura pródiga en sobresaltos tipo brexit, puede concluirse que no le ha gustado lo que ha visto ... lejos del calor familiar. Del resultado de esta noche, se deduce que prefiere lo de toda la vida. En época de tribulación, los españoles siguen la máxima ignaciana. Descartan las mudanzas y regresan al amor de los valores más o menos seguros, aunque les obliguen a votar tapándose la nariz. Los de siempre no emocionan tanto como la neoizquierda o la neoderecha, pero tal vez permitan apuntalar una mayoría suficiente para conseguir la hazaña que fue imposible en diciembre. Formar Gobierno.
Lo cual sigue siendo una hipótesis lejana. Claro que rechazar hoy el apoyo a un PP que sale fortalecido de la nueva cita con las urnas resulta más complicado, pero en política (al menos, en la política española) todo sigue siendo posible. De hecho, según la perversa lógica que emana del escrutinio, pudiera ser que la hipótesis más plausible se pareciera bastante al único intento de investidura conocido en estos meses: que Pedro Sánchez se empeñe de nuevo en sustituir a Mariano Rajoy. A favor de semejante teoría, el líder del PSOE esgrimiría un elemento central: que continúa siendo el amo del ala izquierda del Parlamento. Y que con Ciudadanos en caída libre y Podemos lejos de sus expectativas, es decir, con sus futuribles socios más blanditos, la música del tripartito sonara por la carrera de San Jerónimo. Sólo le faltaría la letra. Que es mucho faltar. Porque, mientras se afina el análisis, perpetrar el mismo intento con cinco diputados menos que el 20D tiene bastante de osado. De temerario.
Aunque en esta noche de abruptas paradojas, un Mariano Rajoy triunfante continúa lejos de retener la Moncloa. No le vale sólo un posible respaldo de Ciudadanos, así que volverá a rondar a los socialistas en una maniobra de cortejo destinada a fracasar. Regresarán las visitas a La Zarzuela para confesar al Rey que no hay novedades. Y retornarán otros rituales semejantes que conocimos tras el 20D, incluida la ausencia de grandeza, aunque cabe esperar que la tendencia al folclore de Pablo Iglesias y los suyos, así como del resto de candidatos perdedores, se atenúe en la misma proporción que las urnas les han bajado los humos.
Así que no. No hay adelantamiento. La nueva izquierda no llega a sobrepasar a la vieja. El único sorpasso de la noche electoral se ha conocido en las filas moradas: las tesis de Íñigo Errejón superan a la doctrina de Iglesias. A quien se le puede aplicar el mismo dictamen que a sus colegas de escaño, en todo el arco ideológico: que la ciudadanía espera que su clase política haya escuchado de nuevo la voz del votante. Ya no deberían encogerse de nuevo de hombros, ni mirar para otro lado. De nuevo, suena la hora del sentido de Estado. Millones de españoles merecen algo mejor que convertirse en un frustrante país de ciegos donde acaben gobernarndo no los mejores, sino los menos malos.
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