Elogio del cuñadismo

Jorge Alacid

Domingo, 12 de junio 2016, 11:22

Cualquiera que haya visitado una oficina de empleo y, más allá de sus propias sombrías vicisitudes, haya sabido analizar el trabajo de los funcionarios ocupados de atender a los parados habrá podido comprobar que semejante encargo tiene bastante que ver con el desarrollado por los ... cuerpos de Infantería enviados por el alto mando respectivo a cavar trincheras y contener el avance enemigo. A menudo, estos trabajadoers se ven desbordados no sólo por el elevado esfuerzo que necesitan para encauzar a tantos desheredados de la vida, sino por el evidente desgaste emocional que tal tarea significa. El relato continuo de dramas y más dramas, que la pantalla del ordenador devora para convertir ese trágico recuento en una fría estadística, no deja inmunes a quienes son receptores en primera línea de combate de los reproches dirigidos en realidad a los comandantes en jefe de la tropa, invisibles para los damnificados por una crisis que ya no es coyuntural. La falta de trabajo en España se ha convertido en endémica y sería preferible que los candidatos en liza tuvieran la decencia de reconocerlo en lugar de prometer esto, aquello y lo otro.

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En España no hay trabajo cualificado en la cantidad suficiente para atender la demanda. Esa es la evidencia central, que admite salvedades en algunos ámbitos laborales. Tampoco hay materia gris entre nuestros gobernantes para entender la envergadura de semejante certeza y corregir el rumbo de la política nacional a través de un pacto que incluyera a todos los representantes de la sociedad. No uno de esos acuerdos por el empleo tan habituales, que apenas significan otra cosa que allegar financiación para las arcas de patronal y sindicatos en plan qué hay de lo mío. No hay tampoco empleos, desde luego, para los ciudadanos con peor formación. Sólo la opción de reconvertirse en emprendedores de sí mismos, es decir, capitalizar el paro y crear una empresa a menudo con un sólo empleado: él mismo. También pueden poner un bar, por supuesto.

De modo que el ingenio español, que acecha en cada esquina, corrige por su cuenta los desmanes del sistema y se las arregla para llegar a fin de mes picoteando de aquí y de allá. Es por lo tanto admirable la capacidad asistencial del Estado para al menos atender a quienes nada tienen y dotarles de alguna ayuda... sometida, claro, a la picaresca propia del ciudadano celtibérico. En líneas generales, sin embargo, debe aceptarse que el servicio nacional de empleo, incluyendo el transferido a las autonomías, funciona bien en su faceta de auxiliar al parado. No se conocen grandes bolsas de fraude, la burocracia cumple su cometido y donde no llegan el BOE o el BOR llega puntual la capacidad de la mayoría de funcionarios para amparar al que nada tiene y sólo reclama un hombro donde llorar.

Cosa harto distinta es cómo funciona el mismo servicio en la cuestión fundamental: buscar empleo. Dar un trabajo a quien lo ha perdido. En ese campo, la capacidad de mejora es considerable. Muy considerable. La cfira de ocupados que han logrado reinsertarse en el mercado laboral ha caído en un año cerca del 2%: es decir, los servicios de empleo sirven de poco. Tampoco las empresas de trabajo temporal ayudan: quienes encuentran trabajo a través de su mediación representan apenas el 3% de la cifra total de parados, según los últimos datos de la EPA. Un panorama desolador... que no tiene pinta de empeorar. En los programas de los partidos contendientes al 26J no se observa receta alguna para solucionar un problema que sin embargo es nuclear para la convivencia en España. De modo que aquí habrá que aceptar que donde no alcanza la Administración, sí que aparece la gran institución española por excelencia: el cuñadismo. Según un informe reciente, el método más habitual entre nosotros es el de siempre: la recomendación del algún conocido.

Enhorabuena a los premiados.

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